LAS FILIGRANAS DE PERDER
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julio 09, 2007

...Y El Hombre - Colaboración desde Perú


...Y EL HOMBRE
Juan Benavente

I

Torrente de sangre caminante,
uniforme engranaje de células, pelos...
su sombra arrastrando,
cuan eslabón inseparable
irrumpe como un cimbreante destello
retronando su presencia.

Andar cuyo latido cumple
el ritmo de la vida
generación que pasa...
hombre que queda
desde que ha llegado a ésta
en el umbral del diado
con el llanto advertido y
el dolor agreste de la madre.

II

Hombre, de repente erguido,
balbucea...
fantaseando su infantil universo;
pero aún esencia...
esencia de devónico estado.

Hombre, esclavo del pan y de la vida
cuyo sacrificio enarbolado
concederá el traslado
a la cima del laberinto.
¿Cómo y por qué...?
Es cuestión del baluarte rutinario
propiciar el sueño visionario
que revela el cúmulo de sensaciones,
ancestrales sentimientos y pasiones.

Al despertar...
encontróse cubierto dizque de la realidad
dueño de su verdad: Ideología
¡Sí! Profusa ideología.

III

Ojos que ven, otros que no;
pero la vida aún encendida
une sentidos e
imaginación persistente,
teme y augura lo desconocido
¡eh! Hombre... origen... pura filosofía,
pensamiento preclaro,
argumento interrumpido
de música y poesía.

Lágrimas de acción y dolor masivos
hombre, creación del hombre,
nombre creación del mismo
por doquier tan desconocido.

IV

Está de pie, sentado o echado
mirando confiado al infinito o
mirándose a sí mismo.

Está aquí..., acá, ahí o allá
interrogándose, conociéndose;
de vez en cuando tocándose
buscando insistente la nada
que vagamente experimenta
tal vez materia desvanecida,
sutil y frágil, pero curtida...
largamente desconocida
a pesar de irracionales y torvas normas
de quienes ostentan autoridad aún de la vida.

V

...y el hombre,
¡ah..! el hombre,
pedazo de piedra ondulante
que fluye su pensamiento constante,
a veces fiero, necio,
insatisfacción y obsesión permanente;
pero luego...
muestra la paciencia
consignada en complacencia
con suma inteligencia.

Arrostra apego a la quimera e
Intuye máxima ventura;
pero luego... ¿qué?
la pregunta de siempre
cuya respuesta vacía,
trastorna el sueño dormido
de quien pretende darse al olvido.

VI

Él...
incontenible aguacerito
voz de hielo y
palabras de fuego;
tal vez propias o ajenas,
la curiosidad más absorta
despertando sus sentimientos
motivando los labios,
estrujándolos tan prestos
voluntariosos en las atenciones
con acento sideral de incertidumbre
del espontáneo amor cultivado en silencio;
pero luego, después...
producto de la desesperación
o de la casualidad,
lograr los epítetos llamativos
que se encuentran bajo la acción de hechos
que son y no son...
sólo un instante ¡éxtasis!

VII

Hombre, presencia adusta
cobijado deambula
como un badajo divagante
en el sempiterno rostro del tiempo
que asola inmisericorde;
sin embargo, desafiante gravita fácil
en espiral omnipotente
cuan por su mirada infantil
de paciencia inusitada
aclama inconsciente el mal o buen recuerdo,
escueto al fin... clímax
¡Grato recuerdo!

VIII

...y el hombre
torrente caminante
uniforme a veces,
trajina...
al compás de heráldica rúbrica
su sello vivencial en ristre.

Allá va el hombre,
hecho hambre...
sin saber atado a su frontera
con su antojado pensamiento
que acústico late parsimonioso
en su andar protestante;
síntesis de su ensimismada egolatría
de apariencia despreocupada.

Allá encima le han hipotecado
ya la vida... ya lo que no tiene...
con su nacionalidad desnacionalizada
a veces alegre, a veces triste y taciturno
títere de su propio destino o
ahora tal vez de la cibernética.

IX

...y el hombre
tierra, aire y mar que oscila...
que oscila en el espacio gris
de la nostalgia eterna,
reducto de ínfima felicidad
e infinita tristeza.

Agonía del tiempo a destiempo
confundido en su torbellino
aferrarse quiere a la vida,
quiere la vida... quiere vida
intransigente lucha antes de la ida.

X

Ahora...
alejado y mendigo de su verdad
apiña lo inevitable,
epílogo de vida
ya moribundo... recién
cuenta se da el haber nacido,
¡Oh! Lesa ironía concebida.

Dedúzcase...
simple es la vida,
simple, la muerte.

...y el hombre,
abrumado mitiga su yesca esperanza
destellante y apoteósica
resolviendo férulamente que,
algún día el hombre,
sabrá que es hombre.

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junio 15, 2007

El Huésped - Colaboración desde Lima, Perú


EL HUÉSPED
Juan Benavente

Oprimió dos veces el botón del timbre y luego de una corta espera se abrió la puerta y el silencio salió brutalmente huyendo por la ventana en esa noche oscura y fría.

—¡Hola tío! ¡Cómo estás tiíto!

—Aquí hijito. ¡Muy bien!

—Pase… ¡pase no faltaba más! –llamó ágilmente. —¡Betty! ¡Ven! ¡Adivina quién está aquí! –mientras continuaba con el brazo sobre su tío, cruzándolo de hombro a hombro. Ella salió. Precisó la mirada y…

—¡Tío Florentino! –Con celeridad corrió a sus brazos y casi con lágrimas en los ojos quería demostrar su inmensa alegría.

—¡Qué tal tío! ¡qué sorpresa! –En coro ambos pidieron que se sentara. Hacía mucho tiempo se habían dejado de ver. Ya más calmados, Roberto preguntó:

—¿Qué dice la familia por allá?

—Bueno, todos sin novedad, gracias y ustedes aquí cómo están.

—Bien, muy bien tiiíto.

—¿Los niños?

—Ya están grandecitos. Ahora deben estar en su cuarto.

—Y pensar que sólo los conozco por fotos.

Por un buen rato conversaron animadamente y luego de servirse algunos sorbos de un trago para la ocasión, Betty propuso salir a celebrar el acontecimiento. Convenció a Roberto y ambos se alistaron, y cerciorándose de dejar dormidos a los pequeños, salieron entusiasmados a una cena especial. Roberto, dándosela de gran conocedor, se ubicó como un buen guía y caminó siempre tomando la delantera. Al fin y al cabo, el pariente tenía que llevarse buena impresión y seguro comentaría a su retorno. Luego de haber ingresado a un elegante restaurante, vibraron palabra a palabra, la comida, el vino y las cervezas. Otra vez, Florentino llamó al mozo y otra vez Roberto insistió.

—No tío, estas dos que vienen son mías también. Por favor no se preocupe. Usted es el invitado.

—Gracias hijo, veo que estás bien.

—Bueno tío, se hace lo que se puede. Ahora soy funcionario, tengo una tremenda responsabilidad y como es lógico, algunas gollerías. Usted sabe cómo son esas cosas.

—Ya lo creo hijo. Ya lo creo…

—Bueno, pero como lo tengo todo controlado, no hay problemas. Para eso están mis subordinados, ja, ja, ja…

Su risa provocó la misma en sus ocasionales espectadores, Betty y Florentino.

Finalmente y ante tanta insistencia, Roberto se hizo cargo de toda la cuenta. Sacó su chequera, una tarjeta de crédito. Si hubiera tenido un banco en el bolsillo, seguro también lo sacaba. Todo eso era para mostrar al tío que su sobrino no era un “don nadie” y luego de sacar fajos de billetes del bolsillo de arriba y el de abajo, entonces Betty tomó apresurada tres de ellos al notar la grotesca ridiculez, ya al borde de la necedad más absoluta. Pagó la cuenta con un sonoro “quédate con el cambio”.

—Cómo son las cosas, vine sólo a saludarlos por un momento y…

—¡No tío! Usted se va a mi casa y punto.

Abordaron un taxi, felizmente los niños no se habían despertado; sin embargo cada vez que requerían, encargaban a una vecina, quien solícita acudía.

Betty se encargó de preparar el lugar donde descansaría Florentino, éste al acostarse en medio del torbellino que causa el licor, se sintió tan feliz al tener unos excelentes sobrinos como ellos.

Al siguiente día, el ruido que ocasionaron los niños, despertó a Florentino. Betty preparaba el desayuno y Roberto se duchaba. De inmediato se incorporó y acudió al baño para asearse. Ya daban las nueve mientras esperaba su turno.

—Y tío cómo amaneció.

—Bien ¿y ustedes?

—Bien, aunque con una pesadez, menos mal que hoy es sábado.

Betty complementó el diálogo.

—En cambio a mí, aún la cabeza me hace tum-tum.

Entre conversación y conversación, luego de desayuno y cuando Florentino intentaba despedirse, ella le pidió quedarse hasta el almuerzo y que no lo dejaría sin probar su sazón. Él agradeció y aceptó la invitación, afirmando partir de inmediato por tener que cumplir diversos encargos. El tiempo apremiaba y más por el boleto del avión que señalaba su retorno al interior del país. Durante la espera se puso a escuchar música y hojear algunas revistas. Aprovechando estar solo en ese momento, se encumbró y colocando los dedos de la mano derecha en la quijada, resolvió qué decir al resto, lo buenos que eran sus sobrinos y no como algunos los creían. Él había sido testigo de tanta amabilidad y no iba a aceptar de modo alguno una versión contraria. No iba a permitir más injusticia.

—Muchas gracias… de veras el almuerzo estuvo exquisito – agregó. – Roberto, te has sacado la lotería con Betty.

—Ella se la ha sacado conmigo, que es otra cosa –interrumpió, dándole una gota de gracia al vaivén de la carcajada.

—¡Muchas gracias! Ahora sí, gracias por todo. Han sido muy amables.

Ahora ellos insistían para que se quedara más días.

—Gracias, muchísimas gracias, pero tengo que ir al hotel donde he dejado mis cosas.

Al final se comprometió a regresar para despedirse formalmente. Se dieron la mano, el abrazo. Betty depositó con ternura un beso en la surcada mejilla de su tío Florentino y luego de esa ceremonia y la persistente agitación de las manos, cerraron la puerta. Florentino emprendió su alegre y garboso caminar, cuando se dio cuenta que uno de los patines del pequeño se encontraba en el jardín, expuesto a perderse. Retrocedió, lo tomó haciendo un esfuerzo y antes de dirigirse hacia la puerta, prefirió hacerlo mejor a través de la ventana por estar más a la mano y al intentar tocar el marco, pudo notar a Betty y Roberto que acaloradamente discutían. Al acercarse más a la ventana entreabierta, escuchó con suma claridad.

—¡Ya basta carajo! Tómalo como una inversión, yo tampoco lo soporto, pero el día que nos pidan garante para el carro, ¿quién nos va a dar con seguridad, quién?

El patín quedó solitario al pie de la ventana como un mudo testigo al ver alejarse a un hombre con un dardo en el centro de su corazón, luego de ésta, su única visita.

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