LAS FILIGRANAS DE PERDER

agosto 09, 2010

Chocolate


CHOCOLATE

Sergio Eduardo Gama Torres

Concurso Mundial de Cuento y Poesía Pacifista.
Ganador - Cuento - Español



Agostado, salió tarde de la oficina. Había sido un día durísimo tan lleno de trabajo que no tuvo tiempo para almorzar, apenas pudo comerse unas galletas viejas que había guardado en el escritorio el mes pasado.

Ya en la calle, se sintió abrumado por el frío y la llovizna. No había salido en todo el día, ni siquiera a la ventana y llegó a sentir el bochorno del cubículo como la temperatura de la ciudad.

–Qué frío tan… –fue interrumpido por algo impensable, algo que jamás habría esperado: un olor.

Volteó la cabeza a ambos lado de la calle, buscando, con la mirada, un olor delicioso, dulce y amargo, exquisito, fuerte y con carácter, perfecto, seductor y embriagador. Empezó a desesperar, no encontraba qué lo estaba produciendo y comenzaba a disiparse.

Llegó una nueva oleada. De nuevo: delicioso, dulce, amargo, exquisito, perfecto, seductor y embriagador, el mejor aroma que podría haber. Esta vez ubicó la fuente: una nueva panadería a unos pocos pasos de la entrada del edificio donde trabajaba.

Desde la puerta de la panadería se sintió desfallecer, estaban sacando los últimos panes del día (o mejor de la noche), que debían estar frescos para la mañana siguiente: franceses, blanditos, de queso, calentanos, integrales, de granos, de leche, de mantequilla, todos calientes, todos recién salidos del horno y todos emanando un olor potente que sólo exacerbaba su hambre. Además, como si eso fuera poco, también estaban recién hechos los roscones de bocadillo, los corbatines y las mariposas cubiertas de chocolate.

Todo se veía delicioso, humeante de frescura, exquisito, y, aunque potenciaba su hambre, no era perfecto, ni seductor, ni embriagador: no era lo que buscaba.

Otra oleada. Casi explota, casi pierde la razón. La fuente estaba a su lado, casi debajo de su nariz: delicioso, dulce, amargo, perfecto, seductor y embriagador, el mejor aroma que podría haber: pan con chispas de chocolate, ¡chocolate!, ¡CHOCOLATE!

Cálido, hedonista, obsceno, corrosivo, ostentoso, lascivo, arrollador, terrible y embriagador, sólo podría ser una cosa, sólo era una cosa: el chocolate fresco y caliente que llenaba todos esos panes junto a él: casi de 40 centímetros de largo y 7 de diámetro, cubierto y relleno de innumerables chispas de chocolate, todas aún calientes.

Con sólo ver los panes supo que su cubierta debía estar crujiente, que su interior debía estar fresco y su chocolate irresistible; casi pudo saborearlos con sólo verlos. Sus ojos sentían el dulce del azúcar perfectamente medido, su nariz lograba palpar, en el aroma, la fuerza de la corteza y la suavidad de su interior.

Tranquilo, tranquilo, pensó tratando de revivir su razón abatida por los biscochos a la venta. No tengo mucha plata, intentó razonar, y en casa seguro que mi mamá preparó algo bien rico, además, como están las cosas en la oficina, es mejor ahorrar ¡CHOCOLATE! ¡PAN CON CHISPAS DE CHOCOLATE! ¡CHOCOLATE!

De nuevo ese olor. Tal vez no sea muy caro o pueda comprar medio pan y me quede de sobra para el bus: tengo $2.500 y, de por sí, el bus cuesta $1.200, se decía, ¿Dónde estará el precio del pan? ¡CHOCOLATE! ¡PAN CON CHISPAS DE CHOCOLATE! ¡CHOCOLATE!

Antes de poder reaccionar, ya había comprado el pan, estaba afuera y sin un peso en su bolsillo, pues el pan costaba más de lo que esperaba y no lo vendían en porciones.

Ya con el pan en sus manos pudo corroborar todo lo que antes había sentido, sí estaba caliente, sí estaba crujiente y tan fresco que casi se le salían las lágrimas, además el olor se volvió absolutamente enloquecedor entre más lo acercaba para morderlo. Lo mordió. En realidad era delicioso, dulce, amargo, exquisito, perfecto, seductor y embriagador, el mejor aroma y el mejor sabor que podría haber: pan con chispas de chocolate, ¡chocolate!, ¡CHOCOLATE!

Pasaron pocos segundos, pero para él pudieron ser horas, días, una eternidad: el pan se deshacía en su boca, el chocolate llenaba su garganta y esa masa dulce y exquisita iba de camino a su estómago.

–¿Me regala una moneda?

–¿Ah? –abrió los ojos; ese orgasmo de pan se los había cerrado. Frente a él tenía a un hombre andrajoso, avejentado y mojado por la llovizna que había caído durante todo el día–… ¿una moneda?, no, qué pena, no tengo –no tenía moneda alguna.

–Y… –viendo el pan que había mordido– ¿no me regala el pan?

–¡¿El pan?!, ¡Qué le pasa!... no, qué pena, pero no.

–No sea huevón, no se haga chuzar por un pan –dentro de la chaqueta vieja y sucia que tenía puesta, apretó un puño y se vio cómo una figura alargada se pronunciaba–, no sea pendejo y deme el pan…

–No, chúceme si quiere, pero no le voy a dar el pan –lo alejó del hombre que lo amenazaba e interpuso su cuerpo protegiendo el pan.

El otro hombre sacó el puño del bolsillo y dejó ver que aquello con que lo amenazaba tan sólo era su dedo gordo levantado.

–Mire –bajó el tono y trató sonar amable–, tengo hambre, hoy ha sido un día duro, como ha llovido y todo, no ha salido nadie por la calle y no he podido ni comer… nada, no he comido nada de nada…

–Qué pena, me da mucha lástima, pero no es problema mío; no es culpa mía que usted no tenga qué comer. Este pan –lo puso donde el otro pudiera verlo– es lo único que tengo en este momento –era cierto, se había gastado todo su dinero y debería caminar media ciudad para llegar hasta su casa.

–Pues jódase gran huevón –le dijo y de un salto agarró el pan.

Ambos forcejearon, ninguno soltaba el pan ni cedía un milímetro: poco a poco el pan se fue desmoronando y, poco a poco, se fue deshaciendo hasta que los mendrugos que quedaban cayeron al suelo, a un charco lleno de agua, barro y orines de perro.

Sus narices estaban a tan sólo unos centímetros y la furia de ambos hombres crecía y crecía, a medida que el hambre de los dos aumentaba y la llovizna deshacía los rastros del pan, ¡DEL PAN CON CHISPAS DE CHOCOLATE!

Por varios minutos se vieron directo a los ojos, ninguno se movía ni retrocedía en lo más mínimo. Ambos estaban inundados por el odio y la furia, y ni siquiera la llovizna que disolvía el pan, parecía capaz de disolver la situación.

El cielo se cerró totalmente y comenzó una torrencial lluvia que dejó a los dos hombres sin nada en sus bolsillos, hambrientos, mojados de pies a cabeza y ante una masa de harina y chocolate que desaparecía. Furiosos, ambos alzaron al tiempo sus manos derechas y las pusieron en el hombro izquierdo del otro, dando dos palmaditas, se dieron la vuelta al tiempo y se fueron con la cabeza baja: uno, rumbo a su casa que estaba a media Bogotá de distancia, el otro, a unas calles cercanas donde podría mejorar su suerte y, tal vez, hallar algo de comida. Ambos se fueron con el recuerdo del pan, del pan con chispas de chocolate, ¡CHOCOLATE!

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