LAS FILIGRANAS DE PERDER

julio 20, 2007

La Vejez de Catulo - Colaboración desde Argentina


LA VEJEZ DE CATULO
Long-Ohni

(Odi et amo…
Catulo – LXXXV)

Cuando era joven las penumbras de la noche
no herían tanto como la daga del amor.

Más era el llanto que traía la ingrata Lesbia
que la alegría de amistades y de copas;
aun más que la alegría que me daban
los versos hechos en su dulce nombre.

(¡Oh corazón, que has aprendido
a ser avaro y cruel y desconfiado
como un dios arrojado al muladar!)

Cuando era joven, cuando llegaban a mi rostro
manos piadosas, suaves incitaciones de azucenas,
fui feliz, muy feliz entonces, como pocos.

Cuando Lesbia anudaba ilusiones y desprecios,
y el fuego conjurado expuso
mi candidez de niño muy cerca de sus garras,
fui feliz, muy feliz entonces, como pocos.

(¡Oh corazón, que has olvidado
la prudencia sagaz y el vino del ensueño!,
para no ser sino este frágil
cántaro de ansias a la espera, en el embarcadero,
de que lo lleven a las otras islas, al abismo brumoso.)

Lesbia ya no está, ahora es la noche la que intimida,
murallas aguerridas resguardadas por armas
contra las que no se podrá.

Ahora todo llama al vacío anhelante y torvo que ya está aquí.

No lo vemos, empero, jamás querrías verlo...
E igual que tantos miento sin que remuerda, convencido
de que nos guía el Hado, de que
para mentir es necesario conocer la verdad:
la verdad, como una joya caída en los declives del festín.

Ya no odio ni amo, sólo temo que Lesbia no regrese,
que ya nunca más pueda acariciar sus muslos
con estas manos que se están convirtiendo en ceniza.

Aunque Nos Maten - Colaboración desde México


AUNQUE NOS MATEN
Eduardo Lucio Molina Y Vedia

A Juan Nicolás Curci, el Tucumano

A los danzantes nos hallan luego en los pueblos porque andamos de aquí para allá. Eso es bueno, pero no siempre. Ya ve usted que cuando uno topa de golpe con alguien querido después de mucho tiempo la verdad salta a los ojos. Y esa vez que me encontré de nuevo a la Rufina no me gustó. Quién sabe por dónde andaría todos aquellos años. Yo no me pude quitar la huella de su aroma a quemado desde que el destino nos juntó. Por eso cuando nos volvimos a ver lo quise revivir, pero no se logró. Todavía siento sus pelos en mi lengua, el remolino de polvo en la tierra seca, el afán de la carne ardiente entre la ropa mojada. Desde que me tumbó junto a la yuca dejé de oír el ladrido de los perros. Sólo su voz que me decía: "Ya sabes, aunque nos maten."

Usted querrá que le cuente cómo era esa mujer. Pero apenas si la conocí esa noche en las fiestas de San Vicente Juquila y al rato ya andábamos correteados por el monte.

Después no la había vuelto a ver. Sólo me estuvo acompañando como un sabor del recuerdo.

Aquel día habíamos llegado a la obligación con el jefe Cuitláhuac bien temprano. Estábamos más tranquilos que agua de charco, pero desde que me dieron mi danza tropecé con sus ojos. Me miraban como si yo fuera el mismo Tezcatlipoca, el Espejo Humeante pues. Siempre te miran, pero fue distinto. Terminé el saludo a los Cuatro Vientos y me metí en la danza de Xipe, el Desollado. El latido del huéhuetl me brotaba dentro, como si el corazón se me saliera para que el sol entrase. Ya ve que esa dancita es larga, de ocho pasos, y en los giros uno experimenta que a cada rumbo se le da lo suyo. Cuando bailé no la miraba, no la sentía mujer; sólo sus ojos. Ya sabe usted que son cosas distintas. Uno es danzante. Pero esa vez noté que su aire me rodeaba y me movía cobijado por su sombra.

El caso es que por la tarde, cuando todos estaban echándose un taco, la busqué como distraído por el atrio y hasta pensé que ya no la vería. Pero con todo y eso conseguí jabón y me bañé para la noche. No quise regresar con los demás y me quedé con mis cuatro primos para volver a la madrugada en su camioneta.

Éramos los fuereños y ya con unos mezcales empezamos a presumir de entrones. Cuando llegamos a la fiesta la banda tocaba "Dios nunca muere" y Rufina esperaba de blanco entre todas las mujeres, coronada por una trenza negra y brillosa. Esa costumbre de los pueblos: las hembras sentadas por un lado, los hombres de pie junto a los tragos, y nosotros aparte, viendo cómo se acomodaban las cosas.

Si no hubieran empezado tan pronto las cumbias tal vez nos vamos temprano con mis primos a seguirla entre nosotros, a barajar de nuevo nuestras pobres vidas, como si perder tuviera su encanto.

Lo malo fue que cuando acordamos todos estaban bailando y Rufina me rozaba con la falda al pasar sin dejar de prestarle el rostro a su pareja. Esperé que el mezcal hiciera su trabajo y la saqué.

Desde que nuestros olores se aparearon a la vista de todos las cosas comenzaron a cambiar. Lo suave se fue poniendo duro, por así decir, y vale la intención, porque así fue por donde se lo mire.

Primero cesó ese ruido de fondo que revuelve la música y el jolgorio de las fiestas con el murmullo de las conversaciones; después hubo algunos cruces de miradas entre los lugareños.

Nos habían dejado solos en el patio, a mis primos y a mí, con unas muchachas trémulas entre nuestros brazos. “Quieren ver cómo le damos a la salsa los danzantes", me dije burlón, pero no había motivo alguno de risa.

Nada quisimos saber de si eran solas o no las mujeres que estábamos alborotando hasta que empezaron a pararse sus maridos con las manos a la cintura, donde relucían unos pistolones profundos. Hubo gritos y zamarreos, algunos disparos al aire para ponerle un alto a mis primos, que salieron como si los llevara el diablo, y otros que se perdieron en la negrura de la noche. Unas señoras mayores se afanaban en guardar vasos y botellas, impasibles, como si esas balaceras fueran cosa cotidiana. Todo lo estuvimos viendo la Rufina y yo bajo una mesita, cual si nos hubiera tragado la tierra.

Pero cuando el ambiente se fue serenando y la única que no apareció fue ella la cosa se puso color de hormiga, compadre.

Mire que soy valiente —alguna vez lo he demostrado—, pero lo cierto es que se me aflojaron las piernas. Si no fuera por la calentura que me soltó Rufina clavándome sus pezones en el pecho, ahí me quedo quietito a esperar quién sabe qué.

Las otras se apretaron al centro del patio para compartir la culpa. Los hombres las fueron arrancando a jaloneos de su isla de vergüenza, una a una, entre insultos y golpes.

Cuando vieron solo a Chema, el marido de Rufina, suspendieron el mitote y sacaron a los perros. Pero nosotros ya habíamos saltado la cerca del chiquero dejando atrás la escandalera de los cerdos.

En ese momento pensé que si nos alcanzaban nos matarían. Corrimos a campo abierto buscando algún matorral donde meternos, pero eran puros nopales y magueyes rodeados por la tierra pelona y apenas si pudimos esquivar las espinas. La jauría se nos acercó tanto que en un momento de terror creímos oír su jadeo. Seguimos sin parar para librar el apremio, hasta que vadeamos el arroyo y se volvieron a escuchar algo más lejos las voces y los ladridos.

Ya en la otra orilla, exhaustos, reunimos las fuerzas que nos quedaban para continuar adelante.

El miedo nos empujó pendiente abajo hacia el caserío cercano cuando el cuerpo de ella se me vino encima y rodamos trenzados bajo la yuca.

Ahí despertó el acoso que llevábamos dormido entre las piernas. A horcajadas sobre mí, Rufina se sacó el vestido húmedo liberando sus pechos carnosos y calientes para darme a chupar entre mordiscos la sal que le escurría del cuello y endulzaba sus pezones endurecidos. Sus dedos luchaban por zafarme el cinto. Yo la tiré de espaldas y me sumergí entre sus muslos a saborear la guanábana tersa y olorosa que se abría a mi lengua, mientras mis manos seguían exprimiéndole la leche del deseo. No me dio tiempo a desvestirme. Su grito de placer me hizo montarla con la furia de quien cabalga su sabida muerte. Me enardecía aquel olor polvoso, casi amargo, como a sangre quemada. "Aunque nos maten", gemía junto a mi oído cuando sus labios escapaban a mi boca. No paré hasta sacarle todas las ganas que traía en el vientre.

Después, quietos uno dentro del otro, sentimos en silencio que ya nadie nos seguía. La noche espesa olía nuestros humores y una brisa piadosa confirmó que el peligro había pasado de largo como un escalofrío.

Despertamos abrazados y sedientos; se veía muy cerca la Iglesia de la Merced saludando con sus campanas a gallos y trenes. Al dejarla en casa de su hermana, muy callada, Rufina se despidió de mí como si no me conociera. Nunca supe qué le dijo a la familia, ni cómo convenció a su Chema de que no pasó nada.

Cuando después de varios años me buscó en la fiesta patronal de Yerbasanta, no hablamos de eso ni de ninguna otra cosa. Tuvimos la vista clavada dentro de nosotros mismos, trabados de los nervios, husmeando un tiempo que se fue, tratando de revivir la noche bajo la yuca. Pero no se pudo.

No fue fácil entender aquella noche, aunque tampoco sirve de nada. Con los años supe que los de San Vicente Juquila nunca matan a nadie. Sólo querían humillar a los forasteros y sentirse muy machos. Demostrarle a las viejas que los otros son gallinas y darles una buena madriza antes de cogérselas. Que los fuereños se escaparan como maricas después de ilusionarse con sus mujeres. Y que ellas se conformaran por la madrugada pensando en el taco de ojo que se dieron y lo bien que las culearon sus maridos.

Así que cuando huíamos éramos parte de ese circo. Sólo la avidez que nos unió un instante pudo hacer lucir la dignidad. El orgullo de amar, se dirá.

Nos hubieran matado. Para que la rutina no se tomara su revancha. Para que no se encarnizara con nuestro recuerdo, con nuestro pedazo de eternidad carajo, la vez que nos volvimos a encontrar. No estaría yo hablando solo en esta habitación vacía, conversando con las paredes como un loco, contándole de nuevo la misma historia casi con idénticas palabras a quién sabe quién, a nadie pues, ahora que se me olvidaron las cosas y apenas me quedan las palabras.

Los Truenos de la Memoria - Colaboración desde Argentina


LOS TRUENOS DE LA MEMORIA
Santiago Bao

Yo también me distraje
camino de la escuela
medias hasta la rodilla
guardapolvo blanco
por una piedrita luminosa
por un brillo
que me hacía retornar
por la calle arbolada
de naranjos amargos.
Yo también sentí el desamparo
de cosas que todavía
no se habían ido del todo
y se incorporaron a las frías
sombras de los desvanes
o los sótanos umbríos
y ahora
se aglutinan reservadamente
para congregarse otra vez.
Yo también oigo los truenos
sobre el río de la memoria
y espero la lluvia
que disipará la última lágrima
sobre la gran Madre Tierra
abierta que desde siempre
aguarda.

Anatomia & Analogia - Colaboración desde Brasil


ANATOMIA & ANALOGIA
Véra Lúcia de Campos Maggioni

Foi há tanto 'tempo', mas sem esquecimento
daqueles momentos tantos onde nas vistas
estradas não havia pontes, só frestas longas.

Estudo de Anatomia completa nas massas,
tão escorregadias para as luvas trajadas e
na ardência dos olhos sentida, além retina.

Nadadores recolhidos dos depósitos de formol;
Ilustres cérebros 'indi_gentes' ex_postos ao olhar.
quiçá, seu maior momento de Glória. Aleluia?!

Exame de lóbulos, circunvoluções, corpo caloso...,
que em fatias preenchidas estavam ali vazias dos
essenciais habitantes supostos; Estático intelecto!

O 'spiritu' no tabuleiro do âmago expectador,
não se aquietava nos instantes tão racionais;
Rogava simbiose na conexão com os relegados.

...Nada! Diante daquele branco avental vestido,
nada_va sim, um novo dissecado 'vazio' a cada dia.
A História persistia, onde almas haviam desertado,
legando possibilidade de estudo da 'matéria' que,
entre montes e vales, a Ciência do Atlas ditava alto.

Cismas compulsivas torturavam neurônios incitados.
Gritos dos lobos frontais desativados eram ouvidos...
O sur_realismo imponderado, deixava-me dividida
entre os cérebros gelados, pálidos e a minha mente.
Entre meu pensar, meu saber e o meu sentir calado.

Luego - Colaboración desde Argentina


LUEGO
Julieta Santos

Atrévete al simple desvelo
y dobla la esquina de un mentón cualquiera...

Dibuja en la templada noche
un circuito nuevo de estrellas inconexas...

Escribe el turbio verso interrumpido
que pronuncie la impotencia de esas ganas...

Manipula las cosquillas más tontas
para reír de costado y huir de frente...

Corre hasta el horizonte
y pega la vuelta obligada hacia el ocaso (opuesto)...

Aplaude con alguien al artista
o canta a capela tu canción tardía...

Comete el error más grave
y pinta de esdrújulo el acierto temido...

Contempla, trémulo, tu ayer
para llorar sin escrúpulos el veneno futuro...

Duerme y sueña desprolijamente
con el desparpajo necesario para curtir oníricamente al dolor...

Venera las ninfas promiscuas
que tiñen de concupiscencia tu fantasía nocturna...

Corona de cerezas maduras
la melodía más tierna, en gestación...

Sube a la cumbre infantil
de tu pequeño niño por nacer mañana...

Después desciende el camino andado
por otra huella: ajena, espesa y turbulenta...

Luego, por último... cuéntamelo todo.

Un Penetrante Tufo a Alquitran - Colaboración desde Colombia


UN PENETRANTE TUFO A ALQUITRAN
Lina María Medina y Ernesto Ping Velez

2.580 actos sexuales sostiene, como media, un ser humano a lo largo de su vida, con cinco personas distintas.
(Gran Libro De Lo Asombroso Y Lo Inaudito, Selecciones Del Reader's Digest).

Huele a alquitrán, profundamente, como si estuvieran impermeabilizando el cielo. Y los bomberos están en la zona, listos para reaccionar. Y allí junto al carro de bomberos, hay alguien que no encaja ni con el frío ni con las llamaradas oscuras en que se debate el cielo; tiene ese aspecto dramático de los obligados a cumplir una cita, a llenar un espacio en un momento determinado, los pobres de voluntad, los que siempre observan el protocolo y respetan las filas. Muy semejante a uno de esos seres que las abuelas consideran "responsables", y las niñas buenas, "amables".

Yo no soy una niña buena, ni él tampoco "responsable" ni "amable", aunque lo parezca y se esfuerce por parecerlo. En todo caso, por pura gravitación me le acerco. Atravieso un mar de caras muertas, asfixiadas por el ruido del beat. Me abro camino entre una nube cerrada que sale de un carro de aguas aromáticas. El alquitrán se mezcla con mejorana y saúco. Le cedo el paso a uno de esos gusanos rojos, de ruedas gigantes, en que viajan las almas transitorias y las almas sensatas. Estoy a pocos pasos de él.

Lo encuentro, bastante endeble, pero al menos lo encuentro. Parece no poder tenerse; debe ser su mente, que no lo atornilla al piso, sino que lo hace flotar en una especie de fábula de hombres voladores, hombres con alas. Experimenta entonces lo que yo ya sé, y en consecuencia se produce el encuentro premeditado. Todo el día le he estado siguiendo la pista, como una niñera que no descuida un segundo a su náufrago, aunque a veces él crea que es al contrario: el náufrago que intenta seducir cada segundo a la niñera.

A media cuadra un solo de trompeta revienta los tímpanos. En la tarima el par de músicos hacen lo que pueden por desentumecer a su auditorio, su auditorio escarchado; el uno con la trompeta, el otro con el sampler y los tornamesas, evidente contubernio de profundidad clásica y frescura actual, náufrago y niñera. Pero, para desconsuelo del náufrago, la trompeta no suelta notas de amor, sino de un rap estirado, embadurnado de alquitrán. Ya quisiera él la brillantez de Wagner en Tristán e Isolda cuando la declaración de amor, o por lo menos la brisa llena de intriga, el silencio perenne en el encuentro de Pelleas y Melisandro que se ingenió Debussy. "Debussy —quisiera decirle— innovó para hacer de la ópera no una explosión de orquesta sino un tenue malestar, la monotonía en eterna repetición. Por eso para esta turbamulta va mejor el rap, el sensualismo del rap, porque todos dejaron en casa el corazón y se vinieron apenas armados de tímpanos".

Lo toco. Y él, con sus manos heladas, me congela la espina dorsal. Luego, a medida que se va consolidando la noche, se desvanece el tufo a alquitrán, perfecta sucesión de eventos que empalma con mi plan para dejarlo suelto, perno suelto, eterno perno suelto.

No tentarlo a cuidarse mucho o alocarse poco, sino simplemente dejarlo vivir a su acomodo suelto. Decido no salvarlo, pues la noche se presta para otros malabares. Esta noche no hay cupo para él en mi balsa. Me conformo con anestesiarlo mediante un par de picos urracos, y me sumerjo en otras aguas. Se aleja con una golondrina en el motor. Permanezco atenta a un exquisito perfume de alcohol con que se empieza a infestar la noche. No sé de dónde salió esta botella que habla alemán —prost, liebe Schiffbrüchiger!, Auf ein langes Leben!, pero arrullo con el líquido paciente mi angustia de tenerlo suelto para siempre.

Éste es el Bosque - Colaboración desde Argentina


ÉSTE ES EL BOSQUE
Carolina Contino

Éste es el Bosque
donde abundan caprichos inconstantes
y la furia del fuego “es una promesa que flamea entre las ramas
_____sin atreverse a tocar el suelo”
El aire es dorado es azul con anillos verdosos todo alrededor
_____y en las comisuras de la boca se derrama
Yo no diría que aquí se vive mejor
o que el sueño llega más rápido,
algo más que luz,
o bocas-hombre que al eterno asombro del viajero se destinan
me lamen los pies
“yo nunca diría eso”
El tiempo se
bifurca
y
a veces
me pierdo en páginas de Libros viejos:
sería una mentira atroz decir que este Bosque es el silencio
o que sátiros negros me persiguen hasta alcanzarme
y darme muerte azulada entre colmillos,
pues las cosas no tienen olor, no tienen sexo
¡selva, selva, hilos de tormenta!
_____montemos caballos, montemos perros.

Shiva - Colaboración desde Estados Unidos


SHIVA
Daniel Montoly

...Eran las manos suyas
ramas de árboles
¡0h, Vishnu!
Y su serpentina raíz,
un fibroso maremoto
anudándosele al cuello.
Montado en aquel toro,
color menguante,
heraldo
de la destrucción del mundo.

A Forma - Colaboración desde Recife, Brasil


A FORMA
Clóvis Campêlo

Quedar-se ante a dureza
da forma. Com consciência,
fazendo verso a ciência
e do verbo a natureza:

rio que corre em leito estreito,
junção de vários conceitos.

Cuide porém o poeta
pra que a obra, completa,
se mostre qual pele nua

e, de poesia repleta,
a palavra seja crua.

Musa - Colaboración desde Canadá


MUSA
Jaime Serey

Musa,
pienso en tus curvas peligrosas
que son tan difíciles de conducir
con una sola mano.

Ella No Era Atea De Maravillas - Colaboración desde Argentina


ELLA NO ERA ATEA DE MARAVILLAS
Cristina Villanueva

Ella frota la maravillosa lámpara. Surge un genio alto y fuerte que se tiende
a su lado ,se expande para olvidar la estrechez en que estuvo guardado tanto
tiempo, la roza apenas de mil y una formas y le dice: "No te preocupes tanto
en pensar los deseos, esta vez van a ser más de tres".

Sobre la Libertad - Colaboración desde Barcelona, España


SOBRE LA LIBERTAD
Senén Rodriguez Perini

Tremendo fue
encontrar la jaula abierta,
y ver el pájaro adentro,

muertas sus ansias de libertad,
picoteando las migajas,
sometido.

Misterio - Colaboración desde Perú


MISTERIO
Alfredo Herrera Flores

Alguien tomó las palabras
al vuelo,
una por una, sin conocerlas,
imperfectas,
en peligro.

“Vengo a conocer la noche”, dijo,
y así completas,
dichas,
volvieron a la oscuridad.

Misterio de la palabra,
dicha y no pronunciada,
dicha y no escuchada,
sin embargo entendible, poesía,
y no olvidada.

La poesía lo dice: la palabra
viaja, breve,
obscena,
sin sospecha, y aún viaja mucho más,
hasta la suerte del abismo.

Poesía que aguarda,
a muerte,
inmóvil, como a una
desconocida,
la palabra infinita.

Iguanas Expulsadas del Trópico - Colaboración desde Argentina


IGUANAS EXPULSADAS DEL TRÓPICO
D. R. Mourelle

aferrar la pala
y poner
un orden a la muerte

El odio tenía su propia canción
no le importaba
qué tan jóvenes fuéramos

Tendidos bajo la lluvia
atrincherados en aquel barrial
pedíamos que no hubiera deslizamiento
algunos sabían a quién
yo no

poco me habría torcido el futuro
haber encarado al mismísimo Diablo de las Cañas
poco me habría cambiado
la suerte
de aquella noche inclinada

Cada tanto miraba hacia arriba
para que la lluvia me lavara
el barro de los ojos
Allá abajo el griterío seguía
algún tiro
antagónicamente seco
como si una rama se quebrara acertada por un rayo

La derrota hundía el valor de la tormenta
achataba incluso el miedo
nada más nos quedaba el odio
miserable campana que nunca falta
al funeral de los perdidos

Había que estarse quieto ...

Ninguno de aquellos héroes
elegidos de la patria
se habría sentido tan arrojado
como para subir los cien metros que lo separaban de nosotros
menos aún con la noche así
a punto de saltarnos encima
como nube de langostas que huele el maíz

Y así
aquella patria los quiso en otro lado:
subieron a los camiones y dejaron a los changos donde habían caído
de a dos
de a tres ...

La Antonia estaba sola
la cabeza entera pero sola
sobre el borde acuchillado
panza abajo
en aquella roca cuyo brillo se apagaba junto con el día

Hay un escalón peor que el miedo: el después
ese goteo de aceite que satura la luna
mucho más cuando nueva
esa fuerza que falta —no mucho— lo justo
para dejar el músculo tieso a media uña del mover
parpadeo previo al incesto
tan común en aquel monte

El arrojo: mismo para limar las balas
que para la noche del cuerpo y
si familiar
lo dulce permanecía como exitosa redoblona
más allá del candado
y las rejas
y el taco de metal

Inmóviles

de regreso al barro corrompido por Adán
allí estábamos
iguanas expulsadas del trópico
farsantes
a fuerza de querer un día más

De un salto
nos delató la mañana
y la oscura se quedó —para siempre
con las voces de aquellos hermanos
y no lo sé
me lo contaron
fui el primero en buscar la pala y tallar el suelo más arriba
donde apenas se podía
cunas deficientes para sueños fríos
graciosamente fríos
según también me contaran veinte años más tarde

La tarea de poner orden a la muerte nunca terminaría
cada paso arrancaba una capa a la cebolla infinita
seca como lágrima de azufre
como aquellos tiros
perdidos junto con la tarde

Los meses que siguieron
implacables por desborde
nos tornaron
expertos en la huida
nunca del todo libres

animales que cambiábamos de jaula
comprendimos finalmente aquella voz de la Antonia:
Hay que olvidar al cazador
borrarlo de la historia que
contándonos
aprieta nuestros pasos como cauce al río
quitarle la palabra

Habría bastado con aquélla que limaba el filo a nuestras horas
borronearle el contraste que infectaba el fondo
pero
cuesta reconocerlo
tampoco nosotros resultamos capaces de achicar aquellos cien metros
deslizamiento de orden diferente
para sellar las cuevas del temblor

Al miedo
tampoco le importó qué tan jóvenes fuéramos
y su canción siguió sin detenerse para vernos envejecer

Muchas más lluvias barrieron el monte
incluso después de mi partida
y cada tanto me llega alguna carta
donde me avisan que un diablo
todavía pregunta por mí entre las cañas

De mi parte
recién ahora les cuento
que las noches siguen mostrándose inclinadas
incluso aquí —cinco paralelos al sur
o más cuando soplan las nubes de enero

El griterío
en cambio
ha cesado

Las quejas que se escuchan
me provocan una sonrisa que aprieta a contramarea
en este futuro torcido

Con los ojos de la Antonia pasa diferente
cada vez que su voz se me viene
se cierran —y se quedan así hasta que me duermo
callados
igual que cuando sonaba el último disparo de la jornada
y agradecíamos el zumbido de los mosquitos
tan molesto al principio

Sigue al acecho un escalón peor
el precio que delata lo inútil
pues siempre le falta un cinco al esfuerzo
y vuelve para cobrar
envuelto en la cálida nostalgia del incesto
y me dice que le muera fuego al olvido
y que me cuide.

Limpo - Colaboración desde Brasil


LIMPO
Ronaldo Monte

A lavadeira caminhava em minha frente. O braço esquerdo apoiava um pequeno volume de roupas coberto com um pano muito alvo. A mão direita segurava quatro cabides, cada um com uma camisa masculina. Todas limpas. Podia imaginar o cheiro bom do tecido lavado e passado com cuidado.

Não sabia de quem eram as roupas. Não podia imaginar o teor do trabalho que as havia sujado. Nem me interessava. Olhava apenas com carinho para aquela mulher que exibia na rua o resultado do seu trabalho. E me senti confortado com a sua existência, mesmo sabendo do quanto seu esforço era mal recompensado.

Essa é uma das injustiças do mundo: os que limpam ganham muito menos do que os que sujam. E é muito mais fácil sujar. Basta ver o pouco esforço que requer jogar uma lata de cerveja pela janela do carro, difamar injustamente um semelhante, fraudar uma assinatura, assaltar um aposentado na porta de um banco.

A operária do limpo ia entregar o fruto do seu trabalho sabendo que na outra semana tudo estará sujo outra vez. E ela novamente limpará. Há uma lição a aprender aí, por quem se ocupa com a limpeza do mundo. É um trabalho sem descanso, pois tem mais gente sujando que limpando.

A veces se Altera - Colaboración desde Argentina


A VECES SE ALTERA
Graciela Wencelblat

A veces se altera
y las palabras despiertan
_____arrugadas
el desayuno amanece flaco
se siente desgarro del día.

Busca ponerse ropa inocente
pensar que es primavera
aunque suene invierno
en la luz que se aproxima.

No encuentra eco sombra
ni lugar para apoyar su sombrero
los jugos de la casa
perdieron el olor a laurel.

Y sabe que si intenta volar todas las mujeres locas serán una.

México - Colaboración desde Argentina


MÉXICO
Cristina Villanueva

Frida levanta su canasta de frutos,
_____Rivera borda muros.

Un sol inexplicable cría noches.

En la Fiesta,
_____fuego, semillas ,dioses, palabras emplumadas y agua.

Mujer bordada en punto cruz
Frida se prueba la pintura como un cuerpo.

Alisa flores de dolor.
_____Por los pespuntes rotos, asoman clavos, niños, pájaros.

Desbordan el silencio visual de los espejos.
Las cejas son apenas un trazo de seda negra que subraya
_____la fiesta de la imagen.

Pájaros en el Desierto - Colaboración desde Argentina


PÁJAROS EN EL DESIERTO
Aldo Novelli

Este bar me gusta
tiene un aura a viejos delirios
marcas en las mesas de amores perdidos
manchas sangrientas de historias trágicas o celos violentos
y un inconfundible olor a fritanga.
Este bar me gusta sin remedio.

Hay pájaros en el vaso de cerveza
que tengo en la mano,
están aleteando con frenesí
se golpean contra el vidrio opaco que los encierra,
me divierto mirándolos,
pero mi sed es más grande
que una manada de choiques en el desierto.
Voy a beberlos
beberé pájaros salvajes
para aliviarme
para salir a buscar mujeres pequeñas
o grandes hembras
pero locas amantes de los pájaros
mujeres agrestes que vuelan sin destino
o caminan sin tiempo.

Los pájaros siguen vivos en mi cuerpo
picotean mis vísceras
beben de mi sangre,
estos pájaros silvestres me excitan
se arremolinan en mis genitales
elevan mi sexo al cielo,
tienen la tibieza de su vulva
las alas como labios
y el aroma de su piel desnuda.

Estos pájaros hacen lo que quieren
con mis días y sus noches
pero yo sigo bebiendo
en el copetín al paso
de esta ruta que cruza la tarde
como un tajo en medio de la fría estepa,
sigo bebiendo
hasta saciarlos de alcohol
hasta emborracharlos de desolación,
mientras ellas
allá afuera
vuelan bajito esperando por mí.

Donde te Puse - Colaboración desde Estados Unidos


DONDE TE PUSE
Carlos López Dzur

Aquí te mecerás, en presencialidad vertical
de tu presente, aquí, en luz visible
entre violáceos índigos y extremos de rojo-sangre.
Con sospechas de azul y naranja, te cuidaré.
Verde será tu geografía y amarillos, los soles
(y tus lunas, plateadas). Tu invierno tendrá
una mansa calidez de león dormido.

Desde los horizontes pensarás que el tiempo
es el que forja su continuum y da el espacio,
res externa, y donde cada ruido se llamará
alarido, fervor de muchedumbre, alarma
de viles griteríos, donde cada distracción
confunde y nada hay en las ondas que cuide
tu mecida, tu reposo, tu hamaca
de habitante isleño, solitario, valiente,
sediento de Sod / en lo Secreto / y hashlemá
antes que de sable vengador y puñal lastimero,
pues todavía preguntas: ¿A dónde voy?
¿Fue aquí que me pusiste? ... y te mezo,
¿quién otro, sino yo, soy el que te mezo?

2.

Sólo que cierras los ojos cuando lo hago.
El fotón que te observa soy, Tu Padre Oculto,
quien no vive en los relojes y siega al tiempo
para que seas eterno, aunque ya no lo entiendas.

«¿A dónde voy?», pregunta tu corazón
de ansias electromagnéticas, hijo de Planck
que menosprecia la medida que gravito
dentro de ti, antes que una magnífica estructura,
la Naturaleza dada, te dijera sé humilde,
quebranta el corazón y doy los secretos
del porvenir y el sosiego a fin de que no digas
que te engaño, porque estoy fuera de ti,
distante, ausente, sin un presente
en tu ambición de mundo y universo.

Y hoy te respondo: «¿A dónde vas?
¿A dónde te llevo si te llevo?»
Pues vas a donde puedas ser mi contenido.
Vas al calabacín donde quiero tus huesos,
A He-Vau-He-Yod,
al reino de los rayos-gamas,
a mi ultravioláceo asentamiento de futuro.
Ha de ser donde tu propósito y el mío
se concilien y dispongas de lo real
de Mi Refugio, sin el Jalom de soñarreras
de los Sacer-Otium, sin entendimiento,
donde se refugian opresores y oprimidos,
crédulos de excreta irracional
que al poder deifican en mi Nombre
y a las probabilidades estadísticas del Ser
sinsentido / andamiaje de la Nada /
No-Ser / locura / desamparo.

De Pestañas, Uñas Y Senos De Cereza - Colaboración desde España


DE PESTAÑAS, UÑAS Y SENOS DE CEREZA
Daniel Gómez

Cae la noche,
ya veo la sombra sobre tus ojos,
y como un azul de mar
herido
por nocturnas olas de cielo.
Ahora vistes
de párpados tu mirada.
Labios en la penumbra,
cosidos
en las agujas del hierro
del silencio.
Ahora es la luna,
amada,
que va subiendo por tu piel,
y en la grana y la sangre
de los besos,
que dejaste
como rojas tormentas
en mi cuerpo.
Pálida,
senderos y caminos de cal;
pálida como rocíos de jazmín,
o las blancas estrellas
nevando
bien arriba
entre las negras nubes.
Ya de mis dedos
bebí tus senos de cereza.
Ya en mis oídos
la brisa cálida de tu voz.
Tus alientos de pájaro;
tus uñas como pétalos
deshechos,
en rosadas migajas
y en el cuenco de mis manos…
No volverás. No.
Nunca te has ido en verdad:
Pálida mujer. Pálida de caliza.
Pálida,
y pálida como palomas en la luna.
No desciendas
de esas alas de mujer.
De tus alas
de pestañas,
uñas
y senos de cereza.

Hipnotizada por la Belleza - Colaboración desde Argentina


HIPNOTIZADA POR LA BELLEZA
Graciela Wencelblat

Hipnotizada por la belleza
la transparencia de una palabra
caí en el crepúsculo de tu abrazo
y me dejé mecer.
Hubo música en la garganta de
_____la noche.

Mi Tristeza - Colaboración desde Barranquilla, Colombia


MI TRISTEZA
Jairo A. Orozco Loaiza

La razón de mi tristeza es solo mía...
Entre la soledad, el silencio y la muerte,
la tristeza es algo que puedes considerar tuyo propio...
Como tus huellas, no hay dos tristezas iguales.

La razón de mi tristeza es este Yo que me mata la conciencia...
Es este vacío que llena de nada este corazón de sangre negra…
Es este silencio que ensordece lo que pienso.

La razón de mi tristeza soy yo...
Sólo yo... nada más que yo...
Y sólo yo puedo entenderla.

Otro Orden, Otro Escrito, Otro Paso En El Vacío - Colaboración desde Uruguay


OTRO ORDEN, OTRO ESCRITO, OTRO PASO EN EL VACÍO
Ariel Demarco

En otro orden de cosas tengo que decirte que no es valida la batalla, si se termina el por qué pelear. La lucha, la bandera, la bota y el camino, la sangre derramada y el violento amor que te llena la boca en el beso, se acaba cuando no hay más motivo que el tiempo y el espacio. Si no sabes, si desconoces, si no te das cuentas, ni el reloj te busca con premuras de tic tac, quizás empieza un tiempo de querer, cuando querer es importante. Importante se me vuelve el ir y venir, el mirar de frente, el encontrar tu ojo cuando digo esto o aquello. Se que cuando se eleva el sol, baña con su luz todo, lo bueno, lo malo, y lo gris también.

Culpable es también el que no quiere comprometerse, ensuciarse cotidianamente. El que lava la limpieza, creyendo que la suciedad está en la piel y no en la concepción de caricia que en ella se deposita.
Y quitadle lo tibio a la caricia.
Quitadle la intencionalidad a la caricia.
Quitadle el hambre de tibio,
la estela de sentimientos,
el amor y el odio,
y tendrás así de golpe,
lo que no lava el jabón,
ni la soledad,
ni la sociedad,
ni la suciedad,
ni la definición de justo.
Ni la justicia,
ni el grito,
ni el golpe brutal de la muerte.
Culpable.
Culpable es también el que se cree sólo malo, sin esperar a definir bien, con sus dos manos, humanas, plenas.
Culpable es también el que se cree sólo bueno, sin esperar a que los demás definan ternura mirando sus ojos.
Y de repente no encontrar tus ojos.
Y de repente no encontrar más voz que el grito.
Más eco que el te quiero
que revienta en la tarde,
y se acurruca en mi cama
porque no sabe qué hacer
si no estas allí
y acá en mi pecho
con tanta hambre,
con tantas ganas
de que esta soledad
este páramo de ecos
este desierto
esta negación
de tus pisadas
esta ausencia de tus pies,
no sea
más que el sueño
malo
de una noche
serena y con las huellas
en la bruma
de la tarde,
apuñalada
en aquella esquina
con humo de cigarrillos
y cigarrillos
volando
en un tiempo
y un recuerdo.
No es válido
sólo tu cabello
cayendo
en mi mano
para ser noche
y tener
reflejos caobas,
rojos
de este monte
de mi pecho.
Y sin embargo es todo lo que tengo.
Y quizás te duela
si me voy
y quizás me duela
si te vas
y quizás nos duela
si nos quedamos.
Pero más allá de cada árbol
de cada grillo
de cada pájaro con frío,
cada nuevo atardecer
cada tus ojos
de cada mis ojos
tendremos un brillo en ellos y eso será bastante.
Un lugar distinto, un espacio, un hueco en la mano con tanta hambre de ti, y tu ...
tu con la soledad
del canto,
tu con la orfandad
del canto,
tu con la simiente
muerta del canto,
tu con la esperanza
herida de muerte
del canto,
si este no se para y grita,
si no es puteada
y bandera
y piedra rompiendo el cristal
de una sociedad
convertida en vidriera
y otra puteada
y un tiro en el pecho
de la injusticia
y otro llorando lo que perdió
y alguien que esta riendo
y alguien que esta llorando
acá muy lejos del río,
y un terrible
gusto de mar y brea en la garganta.

No entenderás que cuando estas allí parada, es la historia que te llama, que te fecunda, que se estremece con tus mariposas, y las piernas chorreado de luz corren hasta la alborada para soñar en un mañana.
Si es que lo hay
hoy
y mañana
un pie
un abrazo
y buscarte en cada cosa
y encontrarte en cada espacio vacío
y buscarte en cada espacio
y encontrarte en cada cosa que me falta.
Y un fin,
y una lucha,
y un nuevo paso,
y un horizonte,
y un empezar
de nuevo
y un llegar
y un encontrarse
en el espejo
y reconocerse.
Y tomar la grappa
cotidiana,
diaria
de pasos ajetreados
con llegadas
tardes
y hola que tal
cómo está
en la cara de esta tarde
en que estoy
buscando
y tu taco
se aleja
por la esquina
en donde nunca llega
mi ojo
buscándote,
buscando.

Caen Semillas del Cielo - Colaboración desde Argentina


CAEN SEMILLAS DEL CIELO
Carolina Contino

Caen semillas del cielo y yo las bebo
(quiero tomarlas todas)
y en mi estómago de matriarca
irán creciendo como espirales
(que acaso nunca terminen de nacer)
un agua blanca, un silencio de ratones;
seremos un fruto real
tierno y blando
un cuadro con lágrimas, no un hijo.
Caen semillas del cielo celeste
todas para mí.

Amor... - Colaboración desde Brasil


AMOR...
Ivaldo Gomes

Ah! você assim...
tocando meu corpo...
sentindo em mim,
em ti, em nós.

Ah! se amar for assim...
como é bom...
bombom de chocolate,
cheiros pelo ar.

O sino dos ventos...
o silêncio da noite,
o corpo leve.

Dorme nos sonhos,
nossos, de cada um,
de nós.

Barros - Colaboración desde Argentina


BARROS
Santiago Bao

Desde aquella vez
en que no quisimos
inclinarnos y tocar
el barro de nuestros zapatos
fue que la misma vida
poco a poco
fue haciéndose intocada
huidiza como las flores
de las despedidas.

Los Umbrales de su Sensibilidad - Colaboración desde Canadá


LOS UMBRALES DE SU SENSIBILIDAD
Jaime Serey

Un beso, se concede con placer y sin escrúpulos
un beso puede conmover el sentimiento de un individuo necio
y el sentimiento de un individuo endeble.
Un beso puede ser fructífero y suave
como la miel que se produce en un panal.
Por un solo beso el individuo se descontrola,
el individuo padece y asesina.
Un beso se puede convertir en dulzura
en los labios de un individuo enamorado,
Un beso se puede convertir en pura furia y en pasión
en los labios de unos individuos amantes,
Un beso se puede convertir en un beso ácido
como la hiel en los labios de un individuo solitario.
Un beso… un solo beso puede ser entregado con mucho afecto
y puede ser fantástico, si le puede franquear a un individuo
los umbrales de su sensibilidad…

Versus - Colaboración desde México


VERSUS
Eduardo Lucio Molina Y Vedia

Siempre quise que el hombre que me amara no fuera de aquellos que se jactan de extraer de las mujeres sus máximas posibilidades de realización.

Esos voluntariosos feministas son el ejército de salvación del tedio y una fuente inagotable de culpas y obligaciones.

Resulté fea, pero tengo mi estilo. Sé muy bien lo que puedo dar y sería feliz con mucho menos.

“Soy tuyo”, me decía el cabrón, pero le hablaba a su fantasía. Y yo no soy una fantasía sino un pedazo de carne con ojos.

Como la mujer colgada de la pared, odio que se fijen en la maestría de la pincelada y el equilibrio cromático en lugar de mirarme.

Los años pasarán y entonces nadie en verdad verá la obra y no importará tanto la consagrada técnica pictórica, sino mi realidad disecada por el arte.

Da Boceta de Pandora - Colaboración desde Brasil


DA BOCETA DE PANDORA
Ivaldo Gomes

Desta bolsa
de guardar segredos,
surpresas brotam.

Podem surgir coisas...
humanos, talvez.
Caixa registrada.

Da caixa de Pandora
pode sair tudo.
Além.

Da boceta de Pandora
pode sair nada.
Amém.

Dela ninguém escapa...

Dialéctica de un Nadaísta - Colaboración desde Estados Unidos


DIALÉCTICA DE UN NADAÍSTA
Daniel Montoly

A Álvaro Antón.

Cada día me vuelvo más burgués
y los bolsillos
se me llenan de chinches
entonces la calva
brilla tal cual sudario
y tras reconocerlo
descubro
que por dialéctica
_____me encantan las jovencitas.

Canción de Amor - Colaboración desde Perú


CANCIÓN DE AMOR
Alfredo Herrera Flores

Si pasas por
Copacabana
llévale este poema
a Rosa, y dile que el olvido
ha hecho presa
de mi memoria
y que lo mejor
que hay de ella en mí
es su segundo nombre.

Sr. Prestidigitador - Colaboración desde Argentina


SR. PRESTIDIGITADOR
Carolina Contino

Sr. Prestidigitador:
aquí tienes mis dos manos
para leer
y para beberlas
y para hacer de ellas sangre
y sangre de roedores;
oída soy de tus plagios y artificios
de tus vastas transformaciones
_____de mujeres en serpientes
_____de hombres en mujeres
_____y de tesoros en agua;
confiada estoy en tus pardas ciencias
Sr. el Prestidigitador:
he aquí mis hombros
para arrojar sobre ellos el carromato de mis culpas,
mis rodillas para humillarme
y estos dos mis ojos para adorarte.

Embarazo a Término - Colaboración desde España


EMBARAZO A TÉRMINO
Senén Rodriguez Perini

Había sido un embarazo totalmente normal, hermoso, sin ninguna complicación, rodeada del apoyo y cariño de su familia tal como ella lo soñaba, tal como lo había deseado toda la vida.

Estaba en los seis meses, el pequeñito se movía vital dentro de su cuerpo, ella se tocaba la panza frente al espejo mirándose con orgullo.

Lo único raro de esa mañana fue la pequeña mancha amarronada en la piel junto al ombligo, que la puso nerviosa. Consultó. El médico le dijo que era una mezcla de reacción alérgica simple y un típico fenómeno de aumento de hormonas en el embarazo, algo sin importancia, de nombre técnico "cloasma gravídico", y que era más común verlo en la cara, pero en ocasiones se daba en otras partes, que no se preocupara.

La tranquilizó.

Al séptimo mes la mancha ocupaba más de la mitad de su abdomen y en sectores era verdosa.

Notó además unos movimientos muy superficiales, debajo de la piel, cada vez más molestos y fuertes. Podía tocar algo alargado moviéndose en su barriga —no entendía bien si dentro o fuera de ella—, sentía movimientos de reptación, pero como no tenia experiencia, creía que era el bebé que estaba más grande y la golpeaba con más fuerza.

Volvió a preocuparse pensando si vendría con malformaciones, con problemas... pero no quiso consultar otra vez al galeno. Tenía una mezcla de miedo ante la posible respuesta y vergüenza de mostrar el estado de su barriga.

Quedó horrorizada el día que sintió un dolor agudo en lo más bajo de su vientre al inicio del octavo mes, cuando vio una especie de antena rojo parduzca saliendo de su vulva que le tactaba cuidadosamente los muslos, la parte interna de las piernas, y reconocía centímetro a centímetro su bajo vientre.

Paralizada observaba su entrepierna y recién allí recordó aquella pesadilla que tuvo al inicio del embarazo, aquella en que una luz muy fuerte la encandilaba, en la que le parecía estar en un ambiente frío, sobre una mesa metálica...

Haiku Para el Dolor de Placard - Colaboración desde Argentina


HAIKU PARA EL DOLOR DE PLACARD
Cristina Villanueva

Zapatos vacíos

_____¿eso será la muerte?

__________tristeza sin pie.

Se Puso en Penitencia - Colaboración desde Argentina


SE PUSO EN PENITENCIA
Graciela Wencelblat

Se puso en penitencia
por perder otra vez
el instante.

Hirió su vestido preferido
con azúcar quemada
tapó su mejor mirada

dejó de parir música
asustó a los geranios
vestida de harapos.

Ella que reta al viento
y descoloca al espanto
se quedó en el rincón.
borrando respuestas.

Para Vos - Colaboración desde Uruguay


PARA VOS
Ariel Demarco

Dónde está la poesía
con su carga
de luces
y alboradas
de mañanas
y pasos
apurados
buscando en tus ojos
todos los ojos
que me miran
sin ver
y pasan
y se alejan
y no se dan cuenta que estoy frente a ellos y grito presente y gritan presente, sin saber qué quieren decir con eso.

Y esa máscara social
y dónde estará el amor
herido
de un tiro
en una tarde sola
sin pájaros
ni hojas
ni ramas altas y con frío,
espero que el amor te arrope
cuando un sueño mío
te violente los sueños
quizás no pueda la imagen
besarte
y cuando sientas el beso
estaré llegando
estaré en ti
en tu cintura arenosa
para ser barca
y brea
y un olor a mar
con peces.

Historia de Taxi - Colaboración desde Perú


HISTORIA DE TAXI
Harol Gastelu Palomino

—Maestro, ¿cuánto me cobra la carrera hasta La Realidad? —preguntó la chica, apoyándose en la ventanilla. Los cabellos negros, ondeados y largos, le caían en cascada.

—¿Hasta La Realidad? —repitió el taxista, bajando el volumen de la radio, mirando de reojo el generoso escote de la chica: se veía en toda su plenitud el nacimiento de sus senos, la piel blanca y lisa con algunas pequitas—. Veinte luquitas nomás.

—¿Tanto? —protestó ella. Era bonita, tenía una carita de rasgos finos. Parecía el rostro de un ángel. Se acomodó las tiras del vestidito celeste dejando ver un poquito de su sostén color negro—. Le doy quince. Es todo lo que tengo.

—Diecisiete.

—Quince —ella frunció el ceño, miró su reloj, impaciente, empezó a retirarse, total, hay taxis hasta por gusto, ¿no?, parecían decir sus ojos grises como los de una gata. Atrás tocaron la bocina, se pararon otros taxis. Volvió a acomodarse las tiras del vestidito.

—Suba —dijo el taxista, quitando el seguro de la portezuela.

—Gracias —dijo la chica, metiendo la pierna izquierda con cuidado. El vestidito con las justas le llegaba hasta las rodillas. El taxista le echó una rápida ojeada a esas piernas largas, blancas, bien formadas, lampiñas. Tenía tatuado una serpiente alrededor del tobillo derecho. Parecía modelo. Tomó asiento y se acomodó el vestidito como queriendo proteger sus piernas de las miradas furtivas del taxista. Puso su cartera negra sobre sus muslos—. ¿Tiene SOAT su carro?

—Claro que sí, y también seguro contra robos, contra incendios, etc.

Ella sonrió. Tenía una dentadura perfecta, unos dientes blanquísimos algo grandes. Tenía los labios finos pintados de rojo oscuro. Llevaba cinco aretes en cada oreja, los dedos llenos de aros. En la radio Arjona cantaba Señora de las cuatro décadas.

—Póngase el cinturón de seguridad, por favor. Los tombos están haciendo operativo más allá.

Ella se cruzó el cinturón sobre el pecho, trató de engancharlo, pero no pudo.

—¿Me ayuda, por favor?

El taxista agarró el timón con una mano y con la otra trató de ponerle el cinturón, pero estaba muy ajustado, le dijo meta un poco la barriguita y ella sonrió. Sin quererlo, él le tocó los muslos.

—Disculpe.

La chica sonrió, estiró su vestidito. Se había echado un perfume cuya fragancia a jazmines había invadido el interior del carro.

—Huele rico.

Ella sonrió con esa sonrisa coqueta, prometedora de pasiones inalcanzables para un pobre taxista.

—Tu cinturón no me deja respirar bien —se quejó—. Creo que me voy a asfixiar.

—Como este carro no tiene tanque de oxígeno, tendré que hacerle respiración boca a boca.

Ella soltó una carcajada.

—Eres un vivo. ¿No serás por si acaso el taxista erótico?

El taxista también rió. Pisó fuerte el acelerador. El taxi se desplazaba como una bala por la Vía de Evitamiento.

—Fuera bueno. ¿Por qué se ha dejado crecer tanto los pechos, ah?

—Usted es bien sapo —dijo la chica, sonriendo y alisándose los cabellos. Por el espejo, el taxista le miró las axilas embadurnadas con Etiquet. Arregló la tira de su sostén. Sus manos eran finas, los dedos largos; tenía las uñas crecidas, pintadas de rojo.

—¿Cuánto le costó el implante si se puede saber?

—¿Quiere ponerse tetas?

—Por qué no, para trabajar de noche y ver si así gano algo más.

Rieron.

—Por si acaso, esta artillería es natural —dijo ella, sopesándose los senos, grandes, redondos.

—No parecen.

—Lástima que no pueda comprobarlos.

—Quizás algún día, ¿no?

—Soñar no cuesta nada.

—Eso es lo único que me queda. ¿Es usted modelo?

—No. ¿Por?

—Lo parece. Es más guapa que la Maju Mantilla.

—Las norteñas somos guapas por naturaleza.

—¿Es del norte?

Ella hizo un gesto de asentimiento.

—De Trujillo. ¿Conoce?

—En febrero estuve por allá.

—¿Y le gustó mi ciudad?

—Sí. Puras mujeres lindas nomás hay en Trujillo.

—Gracias.

—Honor a quien se lo merece.

El auto seguía avanzando a toda velocidad por la Vía de Evitamiento. Pasaron frente al Pedagógico de Monterrico.

—Yendo por la Ramiro Prialé me parece que llegamos más rápido a La Realidad, ¿no cree?—, dijo ella.

—Eso le iba a decir. A esta hora el tráfico es un caos en la Carretera Central.

La chica volvió a acomodarse las tiras del sostén.

—¿Cómo se llama usted, maestro?

—Agustín, para servirte. ¿Y tú?

—Claudia.

—Bonito nombre.

—Eso le dirás a todas tus pasajeras —dijo Claudia, cruzando las piernas. Agustín miró con el rabillo de los ojos esos muslos poderosos, esas rodillas brillantes surcadas por venitas verdes como culebritas.

—No a todas. A veces suben unas más federicas que la Magaly Medina.

—¿Y por qué las recoges, ah?

—Tengo que ganarme los frijoles, ¿no?

—Y ganarte con otras cosas —dijo Claudia, riendo.

Ah.

—Por plata eres capaz hasta de hacerle una carrera a Momón.

—Por plata baila el mono, ¿no?

—Así dicen.

Arjona empezó a cantar Historia de taxi.

—Vuestro himno —dijo ella, alisándose los cabellos. Sus pies pequeños (las uñas también pintadas de rojo) jugaban con sus sandalias.

—Ah. Nos hace justicia en esa canción a los del gremio. Es mi ídolo.

—¿Vas a ir a su concierto?

—Si es que hago un par de carreras a La Realidad. ¿Y tú?

—Si es que encuentro un taxista generoso que me invite…

—Me dejas tu número para llamarte.

—Ya, gracias. ¿Y ganas haciendo taxi?

—Depende. Hay días en que no saco ni para el té.

—Es que tú también cobras muy caro.

—La Realidad está al otro lado del mundo. No te voy a llevar por cinco soles hasta allá.

—En combi llego con dos soles, y eso si me cobran el pasaje.

—Si quieres, puedes bajarte e irte en combi —dijo el taxista, disminuyendo la velocidad.

—Eres bien fosforito —dijo Claudia, descruzando las piernas—. Otro día me bajo. Hoy llevo mucha prisa.

—¿Una cita?

—Tú eres muy curioso, Agustín —dijo ella, enredando en su índice un mechón de sus cabellos.

—Uno siempre quiere saber a dónde van las chicas hermosas.

—Pues hoy te quedarás con la curiosidad.

—Qué mala eres.

—Así soy yo. ¿Y haces taxi a tiempo completo o trabajas en otra cosa?

—Soy profesor de arte y literatura.

—¿Y qué hace un señor profesor haciendo taxi, ah?

—Estoy aprovechando la huelga del magisterio para juntar unos centavos a ver si me voy a los Estados Unidos.

—Te van a mandar a Irak, Agustín.

—Y qué puedo hacer si aquí con las justas gano para comer. Allá me sacaré la mierda, perdona la palabra, pero al menos podré juntar para poner un negocio, ¿no?

—¿Y si te va mal? Mira a Ada Cuadros, a tantos latinos que son deportados todos los días.

—Más mal que aquí, no creo que me vaya. Prefiero cuidar perros en el extranjero que seguir enseñando en un colegio.

—¿No te gusta la educación?

—Me gustaba. Ya no. Los alumnos son bien brutos. Uno se rompe el lomo enseñándoles, y ellos, nada, andan pensando en chatear nomás.

—Suerte —dijo Claudia, se acarició los muslos, estiró su vestidito—. Si te va bien, a ver si me jalas aunque sea como tu secretaria.

—Ya. Dicen que las noches son muy heladas en la tierra del tío Sam.

Rieron. El taxi seguía devorando los kilómetros.

—¿Y el carro es tuyo?

—Sí. Felizmente que ya lo terminé de pagar. Pero voy a tener que venderlo para mi bolsa de viaje.

—Es una pena porque es un señor carro.

—Pero qué me queda; ya no aguanto esta situación. Es fregado estar dando vueltas y vueltas buscando pasajeros. Prefiero largarme de aquí.

—O sea que de todas maneras New York te espera.

—Así es, amiga.

Claudia sonrió. Volvió a cruzar las piernas, el izquierdo sobre el derecho; volvió a estirar su vestidito. El viento que se colaba por la ventanilla derecha jugaba con sus cabellos y sus pies con sus sandalias.

—¿Ya puedo quitarme tu cinturón? No me deja respirar bien, no me vaya asfixiar porque ahí si no te acompaño a los Estados Unidos.

—Más allá, no me vayan a poner papeleta, porque ahí si te quedas sin ver a Arjona.

—Me consigo otro taxista.

Rieron. Pasando el puente Benavides, una combi cambió sorpresivamente de carril y el taxista con las justas pudo frenar.

—¡Carajo, maneja bien!

—¡Imbécil, vaya a su pueblo a manejar sus llamas! —gritó Claudia, sacando la cabeza por la ventanilla y sacándole la lengua (rosada, puntiaguda) al chofer de la combi.

—Ese con las justas manejará sus burros.

—Poco más y salgo volando como Superman —dijo la chica, respirando con alivio—. Casi me hacen puré las chichis.

—Y tanto que te querías quitar el cinturón.

—Que me sirva de experiencia. ¿Es fácil manejar?

—Sí. Es pura práctica.

—Como hacer el amor.

—Ah. Igualito. Se aprende practicando.

—Mi papá tiene su carro, pero ni lo agarro, me da miedo chocarlo. Ahí sí mi viejo se muere.

—Deberías de agarrarlo, porque si lo agarras, le agarras el gusto al agarre.

—Y después ya no lo voy a querer dejar —Claudia le clavó los ojos. ¿Qué habría detrás de esa mirada?

—Te vas a volver una fanática del timón.

Rieron. Claudia descruzó las piernas, se arregló el vestidito y la tira del sostén.

—A ver si me das tu número para llamarte para que me des un curso acelerado de manejo.

—Ya. Yo encantado de enseñarte a agarrar el timón.

—Pero no me vayas a cobrar muy caro.

—De repente te ganas una beca y no pagas nada.

—Ojalá.

Antes del peaje de Santa Anita estaban haciendo operativo. Había una fila de combis detenidas.

—A cinco solcitos por combi, los tombos salen millonarios.

—Ni creas, las tombas son difíciles de coimear.

—Las enamoras, y listo, pasas piola con tu auto.

—Esas tienen el corazón más duro que una piedra, no creen en nadie.

—Tienes que utilizar otras estrategias.

—A ver si me enseñas tus armas secretas.

—Yo encantada.

—Pero no me vayas a cobrar muy caro.

—Claro que no, yo no soy tan carera como tú, Agustín.

—Ojalá.

Claudia se alisó otra vez los cabellos. Pasando el puente Santa Anita compró una bolsita de caña dulce.

—Come, endulza tu vida, Agustín —le dijo al taxista, poniéndole en la boca una rodaja de caña.

—Gracias.

—No es gratis. Es un sol.

—Me debes catorce soles, entonces.

Claudia sonrió.

—¿Eres casado? —preguntó.

—No.

—Eso suelen decir todos los hombres.

—No todos.

—¡To-dos! —silabeó ella.

—Yo no. Tengo un hermano que tiene tres hijos y el pobre no sabe lo que es domingos ni feriados. ¿Para eso me voy a casar?

—¿Y por qué te vas a los Estados Unidos si no tienes tantas obligaciones?

—Algún día tengo que casarme, ¿no?

—Y trabajar como burro.

—Ah. Triste es la vida del hombre casado.

Rieron.

—¿Y tú eres soltera, viuda, divorciada, conviviente, separada?

—Ahora ando solita por el mundo —dijo Claudia, cruzando otra vez las piernas y estirando su vestidito por enésima vez.

—Eso le dirás a todos los hombres.

—En serio, Agustín, estoy solita —dijo en un tono lánguido.

—O los hombres somos ciegos, o tú eres muy exigente.

—Claro que no, Agustín. Mi último enamorado era bien feito, parecía Chuqui.

—O sea que tengo esperanzas.

—Claro. Mi corazón siempre está abierto para el amor.

Entraron a la Ramiro Prialé a toda velocidad.

—¿Ahora sí puedo quitarme tu cinturón?

Agustín asintió.

—Ya era hora —dijo Claudia, liberando sus senos, que parecían felices de recobrar otra vez su libertad.

Por el lado derecho discurría el río Rímac convertido en una serpiente verde cubierta de musgo y deshechos. Varios chiquillos se bañaban desnudos pese a que ya estaba muriendo el sol. A la izquierda se extendían las chacras. Arjona cantaba Te conozco.

—Parece que este verano estamos condenados a morirnos de sed —dijo la chica, levantando el pie derecho y apoyándolo en el asiento. El vestidito a duras penas le cubría los muslos, blancos y lisos. Se rascó la planta del pie—. Creo que hay pulgas en tu carro, Agustín.

—Estarán buscando un sitio calientito dónde pasar la noche fría que les espera si se quedan aquí.

Claudia sonrió.

—¿Ya has ido a la playa?

—Todavía, ¿y tú?

—Tampoco. Estamos pensando con un grupo de amigas ir el otro domingo. A ver si nos haces una carrera.

—Yo encantado. ¿A qué playa quieren ir?

—A una del sur. Lo más lejos posible de las playas contaminadas.

—Te voy a cobrar caro.

—No seas malo. Tengo unas amigas bien bonitas.

—¿Más que tú? Lo dudo —dijo el taxista, recorriendo con la mirada toda la anatomía de la chica.

—En serio. Ellas sí pueden ser modelos. Una se parece a Scarlett Johansson.

—Mentirosa. Te va a crecer la nariz.

—En serio. El año pasado fue Miss Playa Asia.

—Eso sí ya no te lo creo. Le estás echando flores para que les haga la carrera gratis.

—En serio, créeme. Tiene bonito cuerpo. Es altota, mide casi uno ochenta.

—Pucha, no le llego ni al cuello.

—Llevas tu banquito. Todo es cuestión de ingeniárselas.

—A ver si me la presentas.

—Con gusto.

—Le dices que tengo carro.

—Ya. Si la conoces, no vas a querer irte del Perú. ¡Cuando va a la playa se pone unas tanguitas!

—Mejor ni me la presentes; no me vaya a dar un infarto.

—Qué más quieres, mueres contento.

—Muerto, pero feliz.

—Mmm.

Claudia volvió a arreglarse la tira del sostén. Arjona cantaba Mujeres. Ya era de noche. Ni un carro pasaba por la autopista.

—Me imagino que habrás vivido mil aventuras como taxista.

—Uff, si este carro hablara. Una vez subió una joven mujer que tenía una historia de amor bien triste: un tipo la había embarazado, y cuando ella se lo dijo, la mandó al diablo. Me pidió que la lleve a Miraflores. Al día siguiente salió en los diarios que se había tirado del Puente Villena.

—Mentiroso. Te va a crecer la nariz más que Pinocho.

—En serio. La reconocí por las fotos que salió en los periódicos.

—¿Y te dijo que pensaba matarse?

—No. No la hubiera dejado.

—Pobrecita, pero así es la vida; por eso yo no creo en los hombres.

—Ni yo en las mujeres, porque todas sois iguales.

—No todas, Agustín. Ya verás que yo no me parezco a nadie.

—Ojalá. En otra ocasión las hice de partero: subió una señora embarazada, estaba con sus dolores, no aguantó más y en el trayecto dio a luz a un robusto bebé que hoy es mi ahijado.

—No es tan aburrido tu trabajo como dices.

—Pero hay días en que no pasa nada.

—Y te aburres a morir —dijo Claudia. Tenía los dos pies puestos sobre el asiento, sus muslos se veían en toda su plenitud.

—Ah.

—¿Y nunca te has encontrado una billetera, tarjetas de crédito?

—Claro que sí. A veces la gente baja apurada y se olvida de sus cosas. Qué no he encontrado en este carro.

—¿Hasta preservativos?

—Hasta eso. A veces suben parejas que creen que este carro es el Leo’s.

—Y tú feliz ganándote.

—Ah.

—¿Y nunca has atropellado a alguien, Agustín?

—Una vez, a un borrachín. Ni me di cuenta cómo se apareció en la pista. Frené, pero de todas maneras lo hice volar por los aires.

—¿Lo mataste, Agustín?

—No creo. Volteé y vi que se movía.

—¿Lo dejaste botado en la pista como a un perro? —dijo la chica con un tono de reproche en la voz.

—Estaba misio. Ese día no había sacado ni para la gasolina. Me iba a costar un ojo de la cara llevarlo al hospital.

—¿Y nunca te has chocado por malo?

—Hasta ahora, no. Denantes ya viste mi pericia para esquivar el peligro.

—Eres el rey de las pistas.

—Tampoco tampoco. Hago lo que puedo con el timón.

Claudia sonrió. El auto seguía avanzando a toda velocidad por la Ramiro Prialé rumbo a La Realidad. Arjona cantaba Quién diría. Claudia sacó un espejito y empezó a maquillarse. Agustín le miraba solapa las piernas, los muslos.

—Cualquiera pensaría que tienes una cita.

—Ya te dije que no.

—¿Y entonces a qué vas a La Realidad?

—Quédate con la curiosidad —dijo Claudia, estirando su vestidito, acomodándose las tiras del sostén.

—Algún día contaré que una vez llevé a una chica que tenía un par de buenas piernas.

—Me halagas —dijo ella, estirando otra vez su vestidito—. ¿Cuál es tu tipo de mujer, Agustín?

—Ninguna es especial. Con tal que sea mujer y me quiera un poquito.

—¿Y yo, no te gusto? —preguntó Claudia, poniendo una mano sobre el sexo del taxista.

—Tienes bonitas piernas —dijo él, acariciándole los muslos.

—¿Te gustan?

El taxista asintió.

—Vamos allá —pidió ella, señalando una trocha en medio de los maizales.

***

El taxista estaba metido entre las piernas de Claudia, cuando ella sacó una pistola y la puso en la cabeza del hombre.

julio 09, 2007

El Instalador - Capítulo 4


EL INSTALADOR
Carlos Ayala, Néstor Pedraza, Alex Acevedo



MANIFIESTO DEL DESCARRIADO


La rutina de tratamiento de la interrupción 08H de la ROM BIOS también envía la interrupción de software 1CH, que está proyectada para ser utilizada en aquellos programas que desean que se les notifique que ha ocurrido un tic del contador de tiempo del sistema.

Peter Norton (El Libro Rosado).


Nicolás pasó al estrado, probó el micrófono con un golpe de dedos y sus palabras se empezaron a escuchar nítidas más allá de la banca del último Sinisterra, en otros mausoleos, en otros cementerios incluso:

—Primero que todo quiero aclarar que si estoy aquí, en este micrófono, es más por un acto de lealtad con Víctor, por no dejarlo solo en este momento en que necesita de mucha compañía, de toda la compañía del mundo, y no tanto por cumplir con el rito de siempre, con la obligación y el formalismo de las despedidas. Y quiero también decir que voy a hablar no a nombre de Nicolás Sinisterra o de la familia Sinisterra Falcón, de mi padre o mi primo o mi abuela, sino a nombre de todos los Sinisterra que nos encontramos reunidos hoy aquí, y hasta de los que prefirieron disculparse arguyendo otras urgencias. Sabrán perdonar si acaso se me quiebra la voz.

Nicolás sacó de su chaqueta unas hojas mecanografiadas en las que se notaban huellas de gotas de agua salada, manchas de tinto, tachones en rojo y aclaraciones con flechas, correcciones hechas a último momento, quizás cuando estaban todavía en la funeraria. Se aclaró la voz y empezó a leer con tono decidido:

—Nos hemos congregado para juntar el pensamiento y el recuerdo de Víctor Sinisterra, de la misma manera que hemos vuelto a componer su cuerpo en este cajón, luego de haber sido brutalmente despedazado por ramificaciones de instituciones y hombres tan oscuros como la noche. Nunca fue nuestro fuerte armar rompecabezas, y en esta ocasión de tristeza incalculable en que las circunstancias nos obligan a reconstruir las convicciones de Víctor, no queremos aspirar tampoco al cuadro perfecto, al ensamble sin errores; nos conformaremos, será nuestra dicha, si alcanzamos a dar de Víctor el retrato de alguien humano, humano y nada más.

Gustavo estaba pensando que Nicolás no tenía ninguna necesidad de pasar adelante a leer sus parrafadas, puesto que nadie se lo había pedido, puesto que tampoco las merecía el insulso a quien iban dirigidas. Entretanto, la tía Eulalia miraba alternativamente hacia la silla de ruedas en que se adormecía la abuela y hacia el cielo gris, las nubes con su pesada carga de agua, como buscando la confirmación de la gota que sintió caer sobre su sien.

—Muchos de los que nos encontramos aquí, seguramente recordaremos los mensajes de correo electrónico (o emilios, como él los llamaba) que Víctor nos enviaba en los últimos años, luego de haber sido relegado al ostracismo de la familia, y que eran su única prueba de supervivencia. Citas de Rimbaud, proverbios chinos, chistes flojos, fotografías de accidentes aéreos, pero nunca un texto relativo a su intimidad, a sus desdichas o sus logros, ni siquiera un llamado de auxilio. Los más perturbadores eran los que titulaba “Linda es mi Tierra”, que contenían siempre un collage de noticias de la última semana: bombazos, tomas guerrilleras, masacres, inundaciones, secuestros, corrupción y desfalcos multimillonarios, todo narrado y comentado muy a su estilo, con ese humor crítico que uno no sabía si interpretar como rechazo a los medios de comunicación, como simple odio contra este país, o como franca invitación al suicidio.

Gustavo intuía que pronto su sobrino estaría ventilando las intimidades de toda la familia. No era la primera vez que lo hacía, que tomaba partido para defender a la piltrafa llamada Víctor, abogado de los pobres, intruso sin invitación ni derecho ni estilo. Sus mejillas empezaban a velarse de rojo, su papada a temblar, su pie izquierdo a encalambrarse.

—Víctor se distinguió siempre por la entereza de su espíritu. Si hubo alguien en el mundo que pudiera preciarse de haber acogido la civilización moderna y haber creído de verdad, de corazón, que las nuevas tecnologías suavizaban su existencia, fue él. Y a la vez, nadie comprenderá en su real medida el violento conflicto que enfrentaba su pasión por el mundo digital y su siempre creciente hambre de cariño, su ina¬gotable sed de vida sencilla, alejada del acelere de la era del silicio, vida monacal, en suma.

Gustavo tosió con fuerza, una tos que pretendía contradecir, llamar al orden, dejar de lado la ensoñación de su sobrino Nico sobre su sobrino Víctor. La tos gritaba que esos dos, el muerto en el cajón y el vivo en el micrófono, eran sólo un par de güevones que jugaban a fantoches. Se retorcía en su asiento como si tuviera chinches entre el pantalón, y todos comenzaban a observarlo con incomodidad. Eulalia sostenía el pañuelo en sus manos difíciles, temblorosas.

—De Víctor se podría jurar sin excesos que fue engullido por los vacíos que dejaron abiertos esas mismas tecnologías a las que rendía culto. Su vida, péndulo que se mecía siempre de un exceso a otro, podría describirse como una búsqueda continua de esa seguridad que le fue esquiva, y que creyó encontrar en el anonimato de los bits y los bytes. Y sin embargo o por la misma razón, Víctor murió solo, luego de haber huido de la soledad como quien huye de una nueva variedad de lepra. Buscó en todo momento la compañía en la pantalla de un computador. ¿A quién debemos culpar por ello? ¿Acaso a esta sociedad desalmada que catapultó la televisión a un trono? O quizás a nosotros mismos, que no supimos escucharlo, que no fuimos la compañía que tanto necesitó, que lo dejamos a la deriva de mundos virtuales y autopistas informáticas. Lo abandonamos, simplemente por haber ridiculizado nuestra hipocresía con la teatralidad de sus farsas espontáneas, donde lo chabacano era nuestro decoro y lo risible, la seriedad con que enfurecíamos por sus desafueros. Víctor, la oveja rosada de la familia.

Todo tiene un límite. Gustavo se levantó de manera absolutamente intempestiva, a su estilo tipo siglo diecinueve, novela de Balzac, dando a entender que ese gesto que había ejecutado al ponerse de pie era orden suficiente y perentoria para que alguien más bajara a ese palurdo de Nicolás y se lo llevara para otro lado a terminar sus discursos baratos, a una fonda de grasosos mecánicos, a una cantina de mala muerte llena de meretrices, a cualquier lado, menos aquí. Entonces los rumores, las voces bajas que se preguntan qué pasó. Pero Nicolás seguía como si nada, tenía los ojos nublados, los oídos taponados de tristeza, y ni levantaba la cabeza de sus hojas ni prestaba atención a las convulsiones de su tío Gustavo.

—Pero caer en la tentación de presentar a Víctor ahora como un nuevo profeta de los tiempos futuros, días por venir en los que cada paso que demos, cada cucharada de sopa que nos llevemos a la boca, tenga que estar asistida por un ordenador, sería tomar un atajo falso, sería una burda mixtificación. Víctor, a la par que furibundo fanático de los intrusos electrónicos en el hogar, fue un tipo terco, un irreflexivo que se aferraba a doctrinas y credos con la facilidad de un soplador de botellas, y con la misma facilidad se podía levantar un día denostando de todo aquello que había estado defendiendo hasta la noche anterior. Estaba desorientado, perdido en sus propios laberintos, y por tanto mal haríamos en elegirlo como nuestro faro, puesto que nosotros también pasamos nuestras vidas preguntando por la dirección a seguir.

—¡Malhaya sea! —Gustavo no pudo contenerse más. Gritó, sí. Liberó un alarido, a la par que se descargó una violenta palmada en el muslo. También una presa sometida a una carga excesiva, termina por poblarse de rajaduras y de repente irrumpe con vida propia el chorro de agua furioso que va a inundar la aldea, a ahogar a las reses y anegar los cultivos—. Yo no me aguanto más esta vaina. ¡Que respete ese mocoso! Malhaya la hora en que se les ocurrió darle la palabra a este desvergonzado.

Viendo que la furia de Gustavo superaba las escasas fuerzas de Eulalia, Eduardo se le acercó y echándole un brazo sobre la espalda, abrazo de contención, volvió a sentarlo. Se quedaron los tres hablando por lo bajo. Nicolás, ciento por ciento en lo suyo, seguía adelante como si nada.

—Preferimos entonces no hacer ahora un panegírico de una ideología o un modo de vida en las cuales él probablemente no gastaría una sola palabra para defender. Es mejor aprovechar esta ocasión luctuosa para retratar al ser humano falible y lleno de defectos que luchaba continuamente por mantener la cabeza fuera del agua. Muchos dirían que Víctor no era más que un inmoral, un pornógrafo que iba siguiendo los pasos del tío Gustavo, con la diferencia de que el famoso tío Tavo se regodeaba en las cabinas de Video Suecia de la Décima, mientras que Víctor prefería la soledad de un cuartucho con las facilidades de Internet.

Al escuchar su nombre salir de los parlantes, premonición confirmada, Gustavo saltó de su silla, y esta vez no empleó la etiqueta de una tos o el gesto súbito de ponerse en pie y murmurar, sino que acudió al berrido directo:

—¡¡A mí no, Nicolás Alberto, a mí no, que se va a meter en problemas serios, Nicolás!! ¡Conmigo no se meta, por su bien, no se meta conmigo, mocoso comemierda!

Otro tío se encaminó a las escaleritas para rogarle a Nicolás que no siguiera, que ya había estado bien, que mejor dejar así. Sin embargo, Carmenza se le atravesó en el camino, se prendió de su brazo, no lo quiso dejar avanzar más y exhortó a Nico a continuar, si acaso cabía dar ánimos a alguien dispuesto a llegar a la última palabra de su discurso por encima de toda la familia.

—No dejemos de observar la intencionalidad ingenua de los actos de Víctor, desprevención que difícilmente hallaremos en la saña con que el tío Tavo consumió la preadolescencia de nuestras primas y hermanas. Víctor quizá soñaría y dedicaría muchas tardes a planearlo, pero en el momento de la ejecución, su mano no se atrevería a perturbar la oscuridad de las faldas y los encajes materiales. Y aún más importante, Víctor sería capaz siempre de presentarse a sí mismo, sin rubor en el rostro, como un pedófilo o un fetichista, en lugar de apelar al traje y la corbata o el crucifijo del próspero empresario que algunos veían y otros siguen viendo en el tío Tavo.

—¡Nicolás, se calla la jeta ya! ¡No más! No quiero oír ni una sola palabra más. Yo soy abogado, pendejito, usted no me va a sacar los dientes a mí. ¿¡Qué tal, ah!? Este mocoso recién salido de la casa, ¿¡ah!? Está jugando con la honra y el buen nombre de un hombre respetable. Yo también puedo inventar muchas cosas suyas, maricón de mierda.

Y Gustavo quiso aproximarse al atril, a lo mejor para bajar de allí a Nicolás a punta de coscorrones y puntapiés, pero Eduardo lo detuvo a tiempo, asiéndolo muy fuerte de un brazo, y entonces la furia de Gustavo fue a descargarse también sobre Eduardo en forma de disimulado patadón a la altura de la canilla. Así, a la vez que Eduardo se doblaba de dolor, Gustavo siguió su camino, pero sólo un par de metros más, pues fue detenido ahora por un cordón infranqueable que formaron Carmenza y otras dos tías más. Nicolás, mientras su antagonista vociferaba por el respeto y la dignidad, se hacía el que no se daba por enterado del zafarrancho; apenas si subía el tono de voz a modo de amonestación, gente que no sabe escuchar.

—Otros querrán olvidar los bochornosos escándalos en que Víctor solía involucrarnos, como el día de la primera comunión de Diana, cuando llegó enloquecido gritando incoherencias y recitando a Papini y a Verlaine, y luego nos enteramos de que estaba inundado de narcóticos. Pero cómo olvidar la ira bestial del sacerdote, las lágrimas de la prima y los deseos asesinos de la mitad de los hombres de la familia, contenidos apenas por la defensa de la abuela, mujer incuestionable y cabeza prima de los Sinisterra, que con dos berridos aplacó los ánimos mientras un par de tías sacaban al sacrílego de la iglesia con la cabeza escondida bajo sus chales. Había que ver la cara de todos cuando después de eso, Víctor se presentó en el cumpleaños de Marcelita, sin la más mínima muestra de vergüenza, bien vestido y hasta afeitado, acompañado por una muchacha de lo más agradable, Paula, que se convertiría en la obsesión más dramática y pérfida de Víctor. Una obsesión que lo arrastraría a una existencia cada vez más angustiosa e insatisfecha, pero que a la vez parecía constituir su tabla de salvación, su estrella de Belén, o ese símbolo que todos ostentamos para dar sentido a nuestras vidas.

“Hipócrita, malnacido, una escoria loando a otra peor”, Gustavo todavía alcanzaba a escuchar las palabras de Nicolás amplificadas en los parlantes. Avanzaba por el parqueadero a zancadas furiosas, maldiciéndose a sí mismo por haber cometido la gran estupidez de asistir a este ceremonial de confabulación en su contra. Víctor no se merecía su presencia allí, no sabía ni por qué había accedido a venir a amargarse. Y para rematar, ahora no encontraba las llaves del carro.

—Si acaso Víctor nos observa, ahora que algunos lloramos sinceramente y otros ocultan tras sus lágrimas de cocodrilo una sonrisa de satisfacción o de mera tranquilidad, estará riéndose a carcajadas, envuelto en llamaradas y protegido bajo el nickname con el que alcanzó merecido reconocimiento entre los piratas informáticos del mundo entero: X-Ray Asylum. Sólo nos resta desearle suerte en el otro mundo, donde no encontrará el refugio de sus aparatos electrónicos y sus sustancias prohibidas. Dediquémosle, pues, un último pensamiento, y confiemos en que la familia genere muy pronto otro catalizador de tanto valor como él, otra fuente de rayos equis que nos ofrende radiografías veraces de todos nosotros. Que así sea.

Entonces se desgajó la llovizna, una brisa que apenas si humedecía los vestidos de luto, las mejillas secas, y todos los Sinisterra se movieron, con sus mujeres y sus hijos, hacia la carpa para buscar refugio, mientras el agua cubría a parches la longitud en vinotinto del cofre con los restos de Víctor. Y en el afán por guarecerse, muchos agradecieron para sí que Nico no hubiera tocado en su discurso el tema de la agonía de Víctor, esas horas que pasó bajo tortura, pidiendo clemencia, mendigando una brizna de compasión a su verdugo: “Por favor, no más.”

¿Por qué Las Filigranas de Perder?


Es hermoso el gesto del hombre que cae, no con la intención de levantarse y volver a intentar el salto por segunda, tercera o quinta vez, sino con la convicción de que es completamente inútil levantarse, saltar, desear.

Desde luego lo habitual, lo sano, lo obligatorio casi, es el optimismo; creer que en el mundo hay oportunidades para todos, que el futuro puede ser complicado pero posible y hasta deseable. Decir, por ejemplo, escribo con la esperanza de pasar a la historia de la literatura, de tener miles de lectores y decenas de publicaciones. O rebajando un poco esas pretensiones tan altas, escribo con la esperanza de que mi literatura llegue al menos a unos pocos lectores fieles, atentos, y produzca en ellos bienestar, contento, nostalgia o cualquier otra reacción estética. O bajando todavía más, ya casi en la inopia vertical, escribo en un blog con la esperanza de despertar aunque sea consenso y cierta complicidad en algún desconocido.

Sin embargo, este optimismo se devela como pura impostura a la hora de la sabiduría auténtica, a la hora de la sinceridad desnuda. Puesto que la pregunta definitiva no sabe de optimismos, sino que pide fuerza real, voluntad de hierro, certeza de raíz, vocación de mártir. La pregunta definitiva reza: ¿Qué tanto quiero la escritura? ¿Mucho, poquito o nada? ¿Cuánto estoy dispuesto a sacrificar no por el éxito profesional sino por la escritura misma? ¿Acaso la quiero tanto como para practicarla sin más fin que ella misma? ¿Escribir por escribir y pare de contar? ¿Art Nouveau en letras?

A ese amor desaforado, inevitable y malsano por la escritura se le conoce en los medios masivos sencilla y llanamente como "derrota". Puesto que el mundo literario está plagado de estrellas y aspirantes a estrellas que no aman su oficio por sí mismo, sino por los reflejos que produce: las publicaciones, las críticas, los premios, la plata, el círculo de adoratrices y seguidores. Y es imposible no reconocer aquí el eco de Nietzsche cuando fustigaba a todos aquellos que buscaban un sentido a su vida en lugar de simplemente vivir y vivir sin ninguna finalidad: ni la vida eterna, ni la entrega a una causa, ni siquiera el sacrificio del estoicismo.

De otra parte, está claro que así habla la Zorra respecto de las uvas que no alcanza, pero esta Zorra Derrotista no sigue su camino en busca de otros objetivos, sino que se queda rondando al racimo, componiéndole odas a esas putas verdes e inalcanzables, pero sobre todo verdes y sobre todo putas.

Ahora bien, si uno no solamente se aficiona a la derrota, sino que además halla placer en ella, como cualquier devoto del masoquismo, se sube un nivel, se llega al arte de la paciencia y la obsesión por el detalle que hizo famosos a esos orfebres de Monpox: ¡Las filigranas, Las Filigranas de Perder!

Y Tu Enredadera - Colaboración desde Brasil


Y TU ENREDADERA
Serjania Trochilidae

Y tu enredadera, envuelta en redes de araña,
pende de la vida,
crisálida críptica se hunde placenteramente a su interior,
mientras, marchan los cantos de agua, flautas y cuerdas.

Gotas de carbono fusionadas,
escudos de maderas antiguas,
entrelazados, son su salvación.

Y se eleva, se pierde ...
entre la ausencia y la totalidad de la luz.

El color, la penumbra.
Sombra y luz ...
Su ser.

Tiempos Malditos - Colaboración desde Villa Gesell, Argentina


TIEMPOS MALDITOS
Santiago Bao

Tiempos malditos estos
en que los esclavos
temen romper sus cadenas
y hasta se preguntan
si son dignos de ellas
el amo y el esclavo
satisfechos
la ilusión perfecta
de un paraíso maldito.

Concursos - Colaboración desde Molinos de Papel, España


CONCURSOS
Julio Fernández Peláez

Para acceder a cualquier asunto que pudiera imaginarse, hacía falta superar la prueba del concurso. No era extraño que para poder trabajar como dependiente en un simple comercio, el gerente del mismo sacara al público las bases, y sin pudor alguno realizara una prueba selectiva para la cual invitaba como calificadores a otros dependientes ya experimentados, conocidos y ciertamente competentes.

Fueron muchos los aspectos cotidianos, culturales, territoriales y laborales en los que se impuso esta descabellada idea de establecer obstáculos arbitrarios a medida del público y del convocante (que a menudo sólo llevaban a la endogámica estrechez de los canales).

Pero donde con más pasión se extendió la concursitis fue en el ámbito de la literatura contemporánea. Cualquier editorial que se preciara, se dotaba de medios para inverosímiles concursos, en los que los jurados solían ser los ganadores anteriores, y en su ausencia ganadores de otros concursos (que a veces nada tenían que ver con las letras; por ejemplo, ganadores en carreras de sacos, ganadores de lotería o ganadores innatos). Los nuevos afortunados pasaban, tras superar la prueba, a formar parte de una lista de diplomados por tal o cual año y en tal o cual concurso. Esto les permitía dar infames conferencias aquí y allá a las que sólo acudían los organizadores y algunos voluntarios aspirantes a funcionarios locales.

A raíz de esta fiebre concursada, ninguna editorial se atrevía a editar si no era a través de un examen entre cientos y cientos de literatos concursantes. "Absténganse escritores sin premio”, solían advertir estas empresas.

Pero no sólo las editoras participaban en esta desenfrenada acumulación de inútiles títulos. Incluso los bancos, los ayuntamientos, las iglesias, las televisiones, las páginas web, las asociaciones más extravagantes (recuerdo una asociación de jubilados exalcohólicos que convocó el premio al mejor escritor jubilado en lengua vernácula, con el tema de la dependencia a los concursos, para recibir de esta forma una ayuda del Estado). Todas estas organizaciones, como digo, tenían sus propios concursitos de literatura y su particular orla de premiados, ya fuera en la modalidad de poesía elemental, cuento realista o novela vanguardista, tradicional o metanovela, ya fuera sólo para mujeres o sólo para adolescentes o sólo para nacionales.

Todo lo cual no quería decir que se leyera mucho (sino más bien lo contrario). La mayoría de los títulos de escritor/a premiado/a pasaban a encuadrarse dentro de dorados marcos que embellecían las habitaciones de ufanos galardonados. Y sin embargo, de todos ellos, sólo algunos títulos llegaban a ser generosamente comprados (se ha de admitir que la mayoría de los premios servían sólo que para desgravar y evadir impuestos, pues era un modo fácil de engrosar facturas con volúmenes inexistentes).

Si bien es verdad que lo poco que en general se leía correspondía a los concursos más afamados y mejor dotados del país. Los ganadores de estos Premios con mayúscula, como el Planetaris, el Sol de las letras y la cadena de salchichas Hut, solían ser pésimos escritores que necesitaban de una legión de escritores subalternos que les aportaran los ingredientes necesarios para una mascada trama policíaca-romántica-histórica con pinceladas filosofales que el gran público pudiera digerir de manera irreflexiva (para pensar ya está la televisión, solían excusarse los premiados).

En realidad, los contados libros que se leían, eran los ganadores de los susodichos premios, gracias al día de la madre, las despedidas de solteras, los aniversarios de los enamorados y por supuesto el día del libro, fecha en la que era tradición atrangantarse con letras.

Para mar de desdichas, los poquísimos lectores no convencionales que quedaban, habían renunciado a leer literatura y se habían pasado a los jeroglíficos, en una intimista búsqueda de cifrados poemas de amor.

Y por si fuera escasa toda esta farsa, no había día que no se publicasen las memorias de un ministro, de un ex alto cargo o un afamado cantante de eurovisión. Por lo que buscar un libro entre tanto libro resultaba una labor titánica y con frecuencia infructuosa.

Todo esto fue así, como lo cuento, hasta que una tarde un pastor de cabras decidió editarse por su cuenta y riesgo los poemas que ya llevaba escribiendo durante más de diez años. Vendió cincuenta de sus animales e invirtió las ganancias en publicar su propio poemario.

Al tratarse de un hecho insólito, el pastor tuvo mucho éxito, salió en los noticieros y se vio obligado a reeditarse una y otra vez.

Vendió millones de libros. El boom literario fue macanudo, y se cree que este hecho marcó la inflexión, el derrumbe de la industria basada en los concursos. Aunque él mismo reconociera en más de una ocasión que sus poemas eran malos, bastante malos.

Los críticos, desde luego, no opinaban lo mismo.

Buenos Aires se Fue - Colaboración desde Argentina


BUENOS AIRES SE FUE
Long-Ohni

"…Oigo la queja de un bandoneón:
dentro del pecho pide rienda el corazón"

Ya no hay calles sin sueño.
Buenos Aires no canta
ni encuentra a su Gardel en las miradas,
no respira el neón las agrias bocanadas
de pipas filosóficas que cuelgan de las barbas,
ni la vereda angosta se siente atribulada
por los pasos sin nombre que a la noche dan alma.

Corrientes se ha dormido con la cara tapada
por no ver el espanto, la ausencia sin mortaja
y es que duerme desierta
sin los duendes nocturnos que antaño la acunaban.
No escuchan las esquinas la fiebre enajenada
de esas mentes ansiosas de germinar la patria
porque un mortal silencio hicieron las itakas
y acallaron las voces sedientas de utopía.

Ya se ha ido por siempre la silueta delgada
del poeta idealista
que rumiaba sus versos en La Paz y esperanza.
La Academia sostiene un hálito de historia
soterrada en silencio,
ausente de fervores que alumbraban la noche
cuando era Buenos Aires un canto de ilusiones.

Y en El Ciervo las mesas esperan demudadas
que los muertos regresen, que acabe la añoranza.
Las ventanas oscuras con la muerte a horcajadas
le recorren el sueño, la inanidad creada
por este raro exilio del alma desolada.
La polémica ha muerto en todas esas cuadras
y Hegel ya está ausente igual que Macedonio;
Cortázar no acompaña los pocillos humeantes
y Borges en Ginebra
no se traduce en humo de serias trasnochadas.

¿Qué fue de Nietzsche entonces,
de Vasco Pratolini o de Moravia
si los pobres amantes de la Corrientes ancha
ya no tienen siquiera el don de la palabra?
Late el silencio ahora como una campanada
y en esta Buenos Aires impera la nostalgia.

Poema de los Cuerpos - Colaboración desde Rosario, Argentina


POEMA DE LOS CUERPOS
Guillermo Ibáñez

A Oliverio Girondo por su poema 12 de Espantapájaros

Los cuerpos se rozan y encuentran
se penetran, substancian y sofocan
se someten, vulneran y entremezclan.

Ascienden, descienden, se golpean
se perfilan, agostan y fecundan.

Son ausencias y presencias
búsquedas y olvidos.

Los cuerpos se rozan y se encuentran
se miran con los ojos de sus poros.

Se transpiran, frotan y vigilan
se enamoran con los estertores de sus actos.

Se mezquinan, acarician y reflejan
se construyen con el gesto de sus manos .

Se violentan, apaciguan
se lastiman y se curan.

Los cuerpos se rozan y se encuentran
se hunden y elevan, respetan, engañan
se condenan y se olvidan.

Ala Rota de Junio - Colaboración desde Argentina


ALA ROTA DE JUNIO
D. R. Mourelle

Llego y ahí estás
en la puerta
noche de santuario
a medio camino de la mesa
roja la cara
¿Quién — vos — entonces?
¿Y quién — yo — ahora?

Ráfaga — de por allá
día nuevo no querido
jaula abierta : condena peor
las heridas y el costurero
viejo
canción interrumpida
astilla de hueso — en mi hombro

Lástima — la muerte
perdida en otro barrio
tan incumplidora
¿Querremos soltar — la cuerda — el peso?
Fibra que nos une: este carbón.

Aliento - Poesía de uno de nuestros fundadores


ALIENTO
Carlos Ayala

Quiero dejarme podrir los dientes
lejos de la decencia común y vulgar de los días
me quiero menos social
más lucido y corrupto
como suelo serlo para mí

Digerible para ti
para tus fluidos amantes

Quiero también
perder las encías
la posibilidad estética corporal
ser un poco mas inmundo en mi forma actual

Ser tedioso
angustiante y aborrecer la forma tanto como el contenido del
vulgar aliento.

Dejar la inocencia de mis aparentes saberes
ese sabor incógnito
con aires suficientes
sobre el ángel de la muerte o
sobre ti

Quiero menos asuntos físicos en mi.
Una verdad posible estaría bien
para los demás hombres

Para mi y los míos
un buchajo de sangre y miel edulcorada
los restos depositados en blanquecinos
bolsillos.

Salir a perder los dientes en las manos
adecuadas.
Estar menos adecuado.

Eu Duvido da Vida - Colaboración desde São Paulo, Brasil


EU DUVIDO DA VIDA
Rubens Jardim

Eu duvido da vida
da vida devida
da dívida
da di vi sa

Deve Davi
dever a vida?

Não,
não dou ouvido
ao vidro da vida

Eu di vi do a vi da
E dou o pão
di vi di do.

Encerado - Colaboración desde Argentina


ENCERADO
Julieta Santos

Quizá se trate de encerar un recuerdo...
Repaso estas letras para destacar la palabra: (in) escrupulosamente.
Dirá el cantor al pasar: “no me decido por qué canción te nombra mejor". Algo de todas basta para disparar nostalgia.
Empecinada, arremolinada, avasallante, impertinente, huracanada, inoportuna.

La sonrisa templada dibuja tu presencia, que insiste.
Se manifiesta lateralmente, irrumpe, molesta.
Está.

Dolorosamente, voy pariendo ideas de otro/s, cosas ya dichas muchas veces.
Aún así, aunque las palabras sean viejas y hayan transitado lenguas, labios y estertores, el dolor siempre es original.
Urge la migrante solemnidad de tu peso.

Mientras tanto, escuetas afinidades juegan entre ellas para reconquistar un horizonte, borrado hace tiempo.
Miento. Mientes.
Pero antes, ya mintió el poeta.

Gángsters de las Vías Urinarias - Prosa de uno de nuestros fundadores


GÁNGSTERS DE LAS VÍAS URINARIAS
Alex Acevedo

ADVERTENCIA: Si usted es de los que creen que una película se le daña si le cuentan el argumento, mejor absténgase de leer lo que sigue, porque aquí sólo encontrará los detalles de una película de principio a fin.


¿Qué mueve a un ser humano a escribir? ¿Cuáles son las motivaciones primigenias de un escritor? Unos dirán que la contemplación de un acantilado, otros dirán que la simple presencia de una insoportable hoja en blanco, y otros más que la convicción de poseer los poderes de Dios, y así. En efecto, las motivaciones del escritor pueden ser tan variadas como un abanico de razas, de olores picantes o de sensaciones táctiles, pero al final, luego de la mirada depredadora y el análisis devastador, quizás lleguemos con Faulkner a la conclusión de que muchas veces uno termina escribiendo para exorcizar un amorío trunco o para amansar un amorío rebelde. Así es al menos el caso de Chimo, en esa riquísima película de Ziad Doueiri que lleva por título “Lila dit ça” (“Lo que Lila decía”, 2004).

La cámara nos transporta a Marsella, llegamos a un barrio bajo, un barrio de extranjeros, principalmente de esa ralea que habla árabe con acento francés, un barrio de desempleados, de ladrones, de vagos. Y en una esquina tenemos a Mouloud El Prepotente junto a sus tres secuaces —Bakary, Big Jo & Chimo—, jóvenes, vagos, ladrones, mientras que en la otra esquina aparece Lila La Rubia y su tía desalmada. Ahora revelemos el dato clave: Lila es bellísima, tiene dieciséis carnudos años y usa unas faldas de puro ensueño. La vemos pasar frente a nuestros ojos taciturnos, va caminando lenta y segura, remolcando su bicimoto, en una tarde llena de luz, y parece como si el mundo se fuera a acabar.

En la siguiente escena aparecen Lila y Chimo, tragándose a sorbos enormes la tarde, en un parquecito del barrio. Cruzan un par de monosílabos de donde uno debe deducir que se están hasta ahora presentando, y a continuación viene una pregunta completamente casual de parte de la angelita rubia: “¿Quieres que te la muestre? ¿Quieres vérmela?”. Y Chimo, igualmente angelical, cree que ha sido cogido fuera de base por primera vez; pensará si acaso: “¿Cómo así? Esta vieja qué o cómo, pero a qué horas, o por qué, y cómo, o mejor dicho de qué mierda me está hablando... Espere. ‘Mostrármela’. ¿Cómo así?”. Y Lila, para enredar más la confusión de Chimo, le aclara que es que a ella le fascina mostrársela a los tipos, a ciertos tipos, pero que la pregunta no es acertijo, ni adivinanza, ni desafío, y él simplemente tiene que decir sí o no antes de que la promoción se acabe, y justamente ya se está acabando. Entonces Chimo sonríe y dice que sí, que sí, que bueno. Y ella vuelve a preguntarle que si mucho o poco, porque hay esas alternativas. Y Chimo dice, pues mucho, mucho, muchísimo, lo más que se pueda. Entonces Lila se monta en un columpio, le dice a Chimo que se haga justo al frente, se impulsa, se sube un poco la falda, abre las piernas y ofrece a los ojos de Chimo ese pedazo de piel labial y vello rubio que tiene forma de cepo, o grillete, o mala suerte, pésima suerte. Pobre Chimo...

¿Y qué puede hacer Chimo luego de semejante villanía? Pues... ¡escribir! O enamorarse, o escribir enamorado, que ya es el colmo. Chimo empieza pues un diario con todas las cosas que le ha dicho Lila. Días después, en un arrebato, le muestra un par de hojas a su maestra en el colegio, y ella, muy seria, muy amable, picada también por la habilidad del cabro, se atreve a hacerle la típica visita al hogar, para decir delante de la madre de Chimo, que su hijo, mi señora, quién lo creyera, tiene talento, tiene futuro, puede servir para ese oficio tan complicado de escribir, y por eso, sin más, le recomienda, mi señora y Chimo, le recomienda presentar solicitud para una escuela en París, una academia donde auténticos escritores le podrán enseñar más y mejor. Chimo le contesta que muy bueno sí suena y todo, pero con qué plata, y ella, la maestra, le dice que no se preocupe por esa bobada, que plata no se necesita, que lo que hace falta es escribir unas cuantas hojas de buena calidad y el resto vendrá por añadidura.

Mientras lo piensa y lo piensa, Chimo decide contarle a sus compinches lo que le dijo la maestra, y ellos —Mouloud sobre todo— cómo no, le recomiendan bajarse de la nube, aterrizar, qué va a ser escritor un pobre hijueputa como él, si los escritores son todos gente de mucho billete, gente que huele bien, tipos correctos como García Márquez, o ¿no lo ha visto al cuchito, todo portable, todo endomingado, de visita en el Comando de Policía de Cartagena? No, Chimo, mijo, lo suyo es otra cosa: el fracaso, el desempleo, las drogas, el hurto calificado, el chuleo, y mirá esta hembra como está de rica... En efecto, va pasando delante de los amigos la bella Lila, pero ahora es la mata del orgullo y no les dirige ni la pizca de una mirada, y con todo y todo, Mouloud siente que ha sido tocado por una mano divina, y se cree por lo tanto en la obligación de casarse con esa mamacita, o por lo menos meterse su buen revolcón con ella. Y Chimo no dice nada, pero sabe que ya va lejos de Mouloud en la conquista de la rica; aún más, sabe que Mouloud nunca tendrá ni el más remoto chance con ella.

Total que otro día, a la salida del supermercado, por pura casualidad, se encuentran el escritor y la musa, y ella le pone su motoneta a disposición, como para acercarlo a la casa o así. ¿Y como hacen para caber los dos en esa máquina de miniatura donde sólo caben cabalmente dos enanos muy flacos? Pues... ¡apercollados, muy juntitos! Ay, y mientras ruedan por el puerto —porque la gracia de llevar a Chimo a su casa era hacerlo por el camino más largo, y ese camino es el que incluye una vuelta entera por Marsella—, Lila le dice que está feliz, que mire si no el rubor que le enciende las mejillas, o el brillo tremendo que le alumbra los ojos, y a que no adivina por qué. Y Chimo no sabe qué decir, parco como es, pero ella le revela el secreto: el sillín de la moto. ¿El sillín? Sí, es que ella acomoda su partes de modo primaveral sobre el sillín, es decir, de forma que la espuma encuentre el acople perfecto con su clítoris, así, a cada salto o desnivel del pavimento, pues... “¿Ya se te paró?”, le pregunta entonces Lila, y Chimo sonríe, y bueno... A veces es difícil ser un buen musulmán, a veces duele de verdad ser hasta un buen inmigrante musulmán en tierras de los bárbaros franchutes, a veces incluso cuesta demasiado ser simplemente humano... Claro, ocurre la pajita más fotogénica de cuantas hayan maquinado los cineastas, una que ejecuta la primorosa mano de Lila mientras ruedan en la motoneta por el puerto de Marsella a plenas cuatro de la tarde. Y lo mejor es que ni usted ni yo vemos nada, nada que no sea la cara adolorida de Chimo, o el rostro sonrosado de Lila. Y su conclusión, y la mía, y la de Chimo, es que Lila no puede ser otra cosa que una mentira ardiente de aquí a Pekín; es decir, esta Lila tan rica y tan puta y tan angelita no puede existir sino en la torcida mente de un pornógrafo avezado, digamos un Steve Hirsch, el de Vivid, por ejemplo cuando se refería a Savanah hablando de un ángel inocente que sólo hacía porquerías. En fin, volvamos, recojamos, un trozo de papel higiénico, si son tan amables...

Sí, efectivamente, así cualquiera escribe, y no una hoja o dos, sino los montones que piden en la escuela de París para admitirlo a uno sin pagar. Pero ahora saltémonos todos los otros detalles del film, y pasemos directo a la curva que busca el final. La desalmada tía de Lila ha salido enloquecida a la calle pidiendo auxilio. Chimo la ve pasar y corre a ver que fue lo que le pasó a Lila esta vez. Mouloud ve pasar como una exhalación a la tía enloquecida, ve luego a Chimo correr a casa de Lila, y dice para sí: “¡Te pillé, malparido! Lo de siempre, el que no parte un plato es porque ya rompió hace rato toda la vajilla. Este puto mínimo se está machucando lo que es mío por derecho natural”, y se va detrás de Chimo. Se hace ahí pegado a la puerta como cualquier vieja chismosa de telenovela criolla, y desde ahí escucha lo que le dice Lila a su amigo: que estaba acostada en su pieza hace un ratico, cuando en ésas se le apareció el diablo a molestarla y amenazarla, y joda y joda hasta que a ella no le quedó otra alternativa que chupárselo; un miembro enorme, tieso, candente, baboso, lleno de azufre; le contó eso a su tía, y ya, salió enloquecida a buscar un sacerdote. Mouloud, elemental, instantáneo, pobre de neuronas, se imagina lo que nunca ha pasado por la cabeza de Chimo: “Esa Lila es tremenda bataclana que no merece otra cosa que una buena tanda de clavo. ¡Y parecía una oveja mansa! ¿¡Cómo es que semejante puta de siete suelas no me para bolas a mí y sí a ese güevonazo que ni siquiera aprovecha!? Ya va a ver. Esto no se queda así. Etc.”

A la noche siguiente, Mouloud se amarra una rasca para cubrirse de valor, arma la gresca de rigor en el bar del barrio y arranca más arrecho que nunca para donde Lila. Un rato después llega al lugar de los hechos Chimo, presintiendo lo mismo que usted y yo, que el perro de Mouloud no aguantó más e irrumpió con la fuerza bruta dentro de la musa rubia. Allí la encuentra, en efecto, Chimo, con el rostro cubierto de lágrimas, la tía desalmada amarrada y amordazada en un rincón, el estropicio, los olores tradicionales llenando la estancia, y lo peor, lo inaudito, lo más triste del puto mundo: una mancha de sangre en la sábana blanca, es decir, la prueba reina de que Lila había creado para Chimo y nadie más que Chimo un personaje lúbrico capaz de enamorarlo. Esa Lila que decía que iba a hacer una película porno como homenaje de amor a Chimo, que decía que se soñaba tirando con un millar de machos arrechos, que decía que no podía creer que en su boca tan pequeña cupieran los enormes vergones que se comía, esa Lila que decía que había estado en los graneros rojos de Estados Unidos y había tirado delicioso sobre una cama de heno, esa Lila era sólo una fantasía que había creado la Lila virgen para seducir al escritor. Pobre Chimo, ahora le toca llorar doble, por la Lila Candente y por la Lila Blanca, ¡qué tristeza infinita! Un par de arabescos más, quizás innecesarios, y empieza el desfile de los créditos.

Claro, no podemos terminar sin hacer el chiste flojo con el nombre verdadero de la protagonista. La rica se llama Vahina Giocante, y más de uno, gente de mal gusto a fin de cuentas, lee Vagina Chocante, o Vagina Crocante, y empiezan a suspirar otra vez. Pero bueno, a parte de nuestro mal gusto, también tenemos que admitir que esta película es sumamente virtuosa en el hecho de narrar tanta vorágine sexual sin apenas mostrar nada para tentar a los censores de imágenes.

Por último vamos a abordar el tema del homenaje de amor. En algún momento, dijo Lila que ella sería capaz de hacerle un regalo de amor inconmensurable a Chimo: lo dejaría filmarla mientras ella fornicaba a placer con un tercero. Entonces la pregunta obligada es: ¿Cómo así? ¿En dónde está la prueba de amor, el regalo de amor? Chimo, con toda razón, dice que eso sería lo más doloroso que pudiera pasarle, ver a la mujer adorada compartiéndose con otro, y que no entiende el punto de vista de Lila. Puede ser que ella considerara que el dolor del observador potenciaba el amor de los dos, o que el amor de los dos se disparara a partir de la contemplación del gozo de ella con el tercero, o puede ser en fin que el regalo de amor consistiera solamente en llevar al observador a la comprensión de que nadie pertence a nadie, o puede ser que… Al final, todo parece indicar que con esta propuesta Lila solamente pretendía hacer que Chimo dejara la quietud y la timidez y se decidiera a actuar en consonancia con el amor que sentía por ella, sólo que por culpa del tercero entrometido de Mouloud todo se fue al carajo, y en consecuencia el señor director Ziad Doueiri tendría que rodar una segunda parte, “Lo que Lila decía II” en donde todo entre Lila y Chimo será bello y perpetuo por los siglos de los siglos, mientras el malandro de Mouloud es sometido a infinitas vejaciones en La Picota o La Modelo, o aunque sea la Cárcel Distrital.

 
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