LAS FILIGRANAS DE PERDER

julio 20, 2007

Un Penetrante Tufo a Alquitran - Colaboración desde Colombia


UN PENETRANTE TUFO A ALQUITRAN
Lina María Medina y Ernesto Ping Velez

2.580 actos sexuales sostiene, como media, un ser humano a lo largo de su vida, con cinco personas distintas.
(Gran Libro De Lo Asombroso Y Lo Inaudito, Selecciones Del Reader's Digest).

Huele a alquitrán, profundamente, como si estuvieran impermeabilizando el cielo. Y los bomberos están en la zona, listos para reaccionar. Y allí junto al carro de bomberos, hay alguien que no encaja ni con el frío ni con las llamaradas oscuras en que se debate el cielo; tiene ese aspecto dramático de los obligados a cumplir una cita, a llenar un espacio en un momento determinado, los pobres de voluntad, los que siempre observan el protocolo y respetan las filas. Muy semejante a uno de esos seres que las abuelas consideran "responsables", y las niñas buenas, "amables".

Yo no soy una niña buena, ni él tampoco "responsable" ni "amable", aunque lo parezca y se esfuerce por parecerlo. En todo caso, por pura gravitación me le acerco. Atravieso un mar de caras muertas, asfixiadas por el ruido del beat. Me abro camino entre una nube cerrada que sale de un carro de aguas aromáticas. El alquitrán se mezcla con mejorana y saúco. Le cedo el paso a uno de esos gusanos rojos, de ruedas gigantes, en que viajan las almas transitorias y las almas sensatas. Estoy a pocos pasos de él.

Lo encuentro, bastante endeble, pero al menos lo encuentro. Parece no poder tenerse; debe ser su mente, que no lo atornilla al piso, sino que lo hace flotar en una especie de fábula de hombres voladores, hombres con alas. Experimenta entonces lo que yo ya sé, y en consecuencia se produce el encuentro premeditado. Todo el día le he estado siguiendo la pista, como una niñera que no descuida un segundo a su náufrago, aunque a veces él crea que es al contrario: el náufrago que intenta seducir cada segundo a la niñera.

A media cuadra un solo de trompeta revienta los tímpanos. En la tarima el par de músicos hacen lo que pueden por desentumecer a su auditorio, su auditorio escarchado; el uno con la trompeta, el otro con el sampler y los tornamesas, evidente contubernio de profundidad clásica y frescura actual, náufrago y niñera. Pero, para desconsuelo del náufrago, la trompeta no suelta notas de amor, sino de un rap estirado, embadurnado de alquitrán. Ya quisiera él la brillantez de Wagner en Tristán e Isolda cuando la declaración de amor, o por lo menos la brisa llena de intriga, el silencio perenne en el encuentro de Pelleas y Melisandro que se ingenió Debussy. "Debussy —quisiera decirle— innovó para hacer de la ópera no una explosión de orquesta sino un tenue malestar, la monotonía en eterna repetición. Por eso para esta turbamulta va mejor el rap, el sensualismo del rap, porque todos dejaron en casa el corazón y se vinieron apenas armados de tímpanos".

Lo toco. Y él, con sus manos heladas, me congela la espina dorsal. Luego, a medida que se va consolidando la noche, se desvanece el tufo a alquitrán, perfecta sucesión de eventos que empalma con mi plan para dejarlo suelto, perno suelto, eterno perno suelto.

No tentarlo a cuidarse mucho o alocarse poco, sino simplemente dejarlo vivir a su acomodo suelto. Decido no salvarlo, pues la noche se presta para otros malabares. Esta noche no hay cupo para él en mi balsa. Me conformo con anestesiarlo mediante un par de picos urracos, y me sumerjo en otras aguas. Se aleja con una golondrina en el motor. Permanezco atenta a un exquisito perfume de alcohol con que se empieza a infestar la noche. No sé de dónde salió esta botella que habla alemán —prost, liebe Schiffbrüchiger!, Auf ein langes Leben!, pero arrullo con el líquido paciente mi angustia de tenerlo suelto para siempre.

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