LAS FILIGRANAS DE PERDER
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septiembre 21, 2007

Juansel y Margaretchel - Colaboración desde Madagascar


JUANSEL Y MARGARETCHEL
Alex Schlenker

...Es que no estoy arreglada señor periodista... entramos en dos, abre el plano, que se vea la pared mordisqueada... listo sonido 5, 4, 3, 2 ...¿jovencito ya están filman... Nos encontramos con la señora Mora quien ha sido víctima del maltrato de dos jóvenes pandilleros quienes, tras despedazar a mordiscos una de las paredes de esta humilde casa, han huido...

Juansel, aún tienes el sabor de las Proistac Forte en la lengua. Tu temblorosa mano sostiene el periódico con el índice y el pulgar. El varón de corbata no te ha notado y comienza lentamente a enrumbarse hacia la salida del metro. Cuando el vagón de la línea San Juan – Luluncoto se ha detenido por completo el hombre afloja brevemente (por fortuna para ti, con la otra mano) el nudo de esa horrible corbata de líneas grises con fondo rojo, como anunciando el fin de otro día de difícil trabajo prejubiláico. Cuando el bulto humano emigra a borbotones del tren, es muy difícil para el hombre sentir cómo ese periódico, su periódico, sustraído de la oficina para ser leído antes de la comida, comienza a deslizarse, aunque éste, en los más estrictos términos matemáticos y físicos —sujeto entre tus dedos— no se mueva, despidiéndose suavemente de su dueño que se aleja en medio del convoy de pasajeros. Para cuando el hombre descubre que bajo su brazo habita una mezcla de sustancias gaseosas y ningún sólido —ni hablar de un periódico— las puertas del M8 se han cerrado para dar paso a la continuación de la ruta. En la última fila de la serpiente de metal y vidrio vas tu, Juansel, indeciso aún si devolverás el bolígrafo que te han prestado para hacer círculos en la sección de clasificados del diario de la tarde con fecha 06 de abril.

El pequeño no ha visto en sus diez años de vida la ciudad y nunca entenderá por qué se llena los bolsillos de granos de maíz, ni por qué al arrojarlos uno por uno al camino —soltándolos lentamente por la ventanilla del expreso San José con rumbo a la capital— las semillas abren sus alas y se alejan volando, negándose a ser signos de un mapa de retorno. Para cuando los padres sacan al niño del bus se ha acumulado una densa nube de amarillas mariposas con cara de grano de maíz sobre las cabezas de los provincianos. Juansel siente que eso no es una buena señal. Aún así piensa que pronto las olvidará.

Señora, háblenos de ella. ¿Es cierto que estaba embarazada cuando llegó?... Ciérrame el puto plano... Que se le vean los ojos vidriosos carajo, todo hay que repetirlo... Está demasiado fuerte la de mil watts...

La señora tartamudea y mira a cámara. Eso molesta, pero no impide. Roberto Rangarotti del Canal 6 responde por ella.

Se alquila habitación Barrio El Maizal Alto Informes calle 5 la tienda de Doña Gertrudis la puerta negra del callejón.

Juansel, has quedado inmóvil, mientras el bolígrafo casi por sí solo ha dibujado un círculo con apariencia de corazón. Ahora presientes una señal —tal vez por el círculo con el que marcaste el anuncio de la sección, o por la sensación de déja vu que te produce el nombre del barrio.

¿Pero es cierto señora que la ataron? Lo que pasa es que... ¿Con cuántas monedas vive Usted al día señora? Y bueno yo tengo.... Otra triste historia de las tantas que a diario nos producen horror y repulsión. ¿Hasta cuándo tendremos que seguir consintiendo que nuestros pobres sean víctimas de la barbarie y el abandono? Corte. Gracias. ¿No estaba un poco lento? Estudio dice que no, que está bien. Marisela quiere unos planos de la cama y del baño. Y tenemos que repetir lo del llanto. Se cruzó un avión en el sonido. ¿Le digo que llore otra vez, o qué? Espera, yo te aviso. Señor, me puede ayudar. Necesito ir a la farmacia. El médico me dio esta receta. ¿Cuando Ustedes bajen, me pueden llevar hasta la Avenida Paño? No, señora. Es que de aquí vamos a entrevistar a la hermana del Congo Martínez, el delantero de la selección.

¿Está alquilando la habitación? Mi novia y yo vamos a tener un bebé y en la casa no había espacio. La anciana te ha mirado con ternura Juansel. Y tú has sabido seducirla con tu cortesía. Le pago apenas consiga trabajo señora. Usted sabe lo duro que está esto. El cubo es romano y tiene dos por dos por dos. El sueño de todo matemático. La única ventana da al patio hilvanado de alambres adornados con ropas de colores. ¿Tienes hambre mi amor?, te pregunta mientras finge no tener un ojo morado. Juansel, has salido a trabajar. En las calles de esta ciudad, mientras Margarechtel lava tu ropa, has visto a un turista caminando con su novia a lo very yes. Sin pestañear has ofrecido mostrarle la plaza desde lo alto de la torre de la catedral y en sus escaleras le has robado la mochila. Toda. Completa. Con sus veiticuatro cierres y sus once velcros. El bulto rojo te ha adornado la espalda durante tu caminata por el centro. Te has sentido importante. Llamó Marisela. Hay que repetir lo del llanto para estar seguros que haya lágrimas. Mejor ahora. Señora, le vamos a poner un poco de sombras bajo los ojos. Algo de rimmel. Así se ven mejor las lágrimas. ¿Me pueden llevar luego a la farmacia? Al rato le preguntamos al chofer de la móvil si la puede acercar. Mire para acá señora, un poco más alto. Así.

Buenas noches señora has dicho. Margaretchel ya se durmió, te ha respondido la dueña de casa mientras te sientas en la silla de alambre y miras cómo la anciana te sirve dos cucharones de esa sopa que aún humea y que seguramente neutralizará el aliento a cerveza. Orgulloso sacas el sobre con los billetes y le pasas la mitad a doña Gertrudis, colocándole los verdes al filo de la mesa, como queriendo que se caigan o que vuelen y te hagan sentir su amo y señor. Amorcito, despiértate un poquito. Oye mamita. La has besado varias veces y ahora no sabes si está realmente dormida o se hace la muerta. Estás excitado. Quieres cinco minutos de carne caliente y suave. Nada más. ¿Acaso uno no ha trabajado todo el día y ahora merece un poco de cariño? A ver señora. ¿Se acuerda que nos contó cómo la amarraron y se llevaron el dinero? Cuéntelo otra vez y trate de llorar como la primera vez. Espera, hay otro avión. Un minuto. Puto barrio. Parece un aeropuerto. Ayayay me haces daño. Me duele. ¿Qué te pasa? No me hagas esto. Juansel, has durado sobre tu mujer escasos tres minutos. El récord de este mes. Ahora apagas la luz y te duermes sudado y agotado. Tratas, eso si, de recordar todo lo sucedido en este día. El inventario se te diluye entre las ovejas que lentamente invaden el recuento. Entre sonidos nasales y bilabiales roncas. Siempre roncas. Señora, no ha hablado del dinero. Apágame esa luz, mierda. ¿Quién es esta? Es la practicante, la que mandaron de la Universidad. Señora, nos tenemos que ir pronto. Hágame un favor, diga claro y fuerte que Usted tenía todos sus ahorros y que ellos se lo llevaron todo y qué se yo. Has tomado el café solo, Juansel. Margaretchel ya está en el patio colgando la ropa. Antes de salir te ha preguntado dos veces de dónde ha salido ese dinero y tú le has gritado que es malagradecida. Ella ha guardado silencio ante los gritos y tú sabes que ella te ha descubierto. Está claro: ella conoce tus movidas antes que las inicies. Sabe que le pegarás en cualquier momento y no le importa. Señora, por favor, no tenemos todo el día. Ya, ya se fue el avión. Pobre Juansel, te has despertado con rabia. Te has enterado que no está y te has vuelto loco. Has roto la pared del cuarto y por ende de la casa. Se ha ido para siempre, añadirá esa señora a la que tanto respetaste y ahora detestas con toda tu fuerza varonil. Partió con tu dinero, y el suyo, con los escasos dineros de este miserable mundo. Aún así se ha ido sola. Y tú la odias por eso. Has abierto la pared a mordiscos y ahora corres por todas las avenidas de esta ciudad, buscando los rastros de tus granos de maíz con alas, aunque sea uno. Uno solo. Corte. Así queda. En la edición le montamos la voz y la música. Empaquen que nos vamos.

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¿Cómo No? - Colaboración desde Madagascar


¿CÓMO NO? (O EL CALUROSO VERANO DE LA GORDA FELIZ)
Alex Schlenker

Y ni ella ni yo sabíamos
qué mares navegábamos,
hasta que una noche se quedó
encallada sobre una roca
y en aquella roca murió,
toda marcada por dentro...
Mercé Rodoreda, "El Mar"

¿Cómo olvidar este verano?, si nos la hemos pasado en las noches calurosas invadiendo por medio de una caña, con la Buzz DigiCAM sujeta en la punta y en standby-modus-selfshot, el balcón de abajo. Rezándole a esa minúscula y titilante luz verde que lentamente se hunde en la madre de las oscuridades para descubrir, sigilosamente y en la más alta resolución, a esa gigantesca bola de carne femenina rozando su séptima década. Aquel desnudo bulto tirado bocarriba sobre la insignificante colchoneta de gimnasia —casi invisible al ojo humano. El zoom 14X de Ipprium registrando ese rostro bañado por gemidos, súplicas sin piedad, por una bocanada de aire en medio de esa soledad invadida de humedad. ¿Cómo olvidar su mirada? Esa ocular simetría desgarradora balanceándose en lo negro que habita entre dos días —el que muere y el que nace—, rogando sin un sólo pestañeo por un único instante de brisa que pudiera refrescarle ese aliento de cocodrilo encallado. ¿Cómo olvidar el sufrimiento con el que esa candidata a modelo de Botero rasga con finas pinceladas, compuestas por diminutísimos silbidos en Mi, el eterno y a la vez cómplice silencio veraniego? ¿Cómo no tener presente ImageDig 4.0 y su problema por cargar la foto entera, sin compresión, como si el Módulo de la tarjeta FastTrack reconociera en esa gordura absoluta y a la vez inquietante un documento de tamaño infranqueable? ¿Cómo no recordar con alegría y algo de asombro las infinitas posibilidades para alargarle el rostro, palidecerle aún más la piel, aumentarle la órbita a esas pupilas desde temprana hora dilatadas? ¿Cómo no sentir culpa por haberle abultado el pecho y el cuello con Photovert 3.4, por haberle puesto un color violeta a esa piel cada vez más tensa con ImageCube 7.1? ¿Cómo ignorar el comando fitskin023.exe con el que le robamos lo último de pudorosa intimidad que le quedaba a la matrona asada en baños de vapor propio? ¿Cómo no asumir el crimen, iniciado con una computadora que no puede más y que antes de cargar con la culpa de un cadáver digital decide suspender —no en una, sino en varias ocasiones— su sistema operativo?

¿Cómo no entender que en esos gemidos que trepan por el pasamanos del balcón, habita algo de placer, de encantamiento, de orgullo por ser en el ocaso de su existencia, agobiada por el sobrepeso y la constante amenaza terrorista del colesterol, una modelo deseada por el ojo del último fisgón de este tiempo? ¿Cómo no advertir algo de goce al dibujarle los contornos con DwightDraw a ese cuerpo finalmente inerte por la asfixia o por la angustiosa existencia bajo una piel agobiada por la eterna presencia de una soledad tipo "supermercado americano": 24 horas al día, 365 días al año? ¿Cómo no honrar en esa bola electrónica de plástico y metal, suspendida en todas las eternidades de todas nuestras oscuridades, nuestro propio ojo, nuestro tercer ojo balanceándose pendularmente sobre ese cadáver mitad imagen irrecuperable, mitad culpa? ¿Cómo no reconocernos en esa silueta humana, cubierta por sombras casi eternas, escondida en los balcones del mundo pidiendo un breve instante de brisa que la libere, aunque sea brevemente, de las sofocantes temperaturas? Con nuestras culpas —propias y ajenas— adornándole a modo de rosario el cuello. A esa difunta —lejos de ser bella para los magazines de la 110th street en NY— tan nuestra. ¿Cómo descifrar, sin entrar en pánico o caer en fetichismos cibernéticos, la desaparición de ese archivo tan vital para nuestra carrera de voyeristas, libres de pecado germinal o terminal? ¿O cómo comprender el tiempo, que en su eterna espiral se diluye confiando pacientemente que el eterno e infinito hilo de pescar vuelva de las profundidades del balcón de los muertos digitales en carne y hueso?

¿Cómo explicar que ahora sigamos silenciosos sentados, sumergidos en espera frente a una pantalla completamente negra?

Y aún es de noche...

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marzo 29, 2007

Al Fin - Colaboración desde Madagascar


AL FIN
Alex Schlenker

“Time is money...el tiempo es un maní”
Les Luthieres

En el mismo instante en que August Kékule cae víctima del cansancio frente al fuego, mientras sueña esa enorme serpiente que se muerde la cola y le da la pista esencial y final para entender la estructura molecular del benceno: un anillo dinámico y oscilatorio de electrones delocalizados, un hombre de mediana estatura abandona su casa al sur de Alemania —específicamente en la inhóspita ciudad de Rheinkassel, cerrando la puerta con la misma parsimonia rutinaria de los últimos cinco años. Seguido, y con la misma certeza con que Kekulé ve flotar frente a sí ese majestuoso anillo de átomos de carbono, que en una siniestra danza electrónica se protege de toda sorpresa natural, aquel hombre avanza las escasas cuadras de piedra pulida que separan su casa en la Scheinstrasse 8, de la taberna “Zum Heiligen Anlass”, llevando bajo el brazo ese bolso de viaje con un pesado bulto envuelto en una vieja tela. Mientras el científico traza sus primeros bocetos con el crayón de carbón sobre esos pergaminos seductores, el hombre ha entrado en la taberna, dirigiéndose con precisión – y sin perder siquiera una sola mirada sobre las otras mesas —hacia un leñador de gran estatura sentado en el mesón del fondo. En el preciso instante cronográfico en que Kekulé sombrea sus dibujos de aquellas nubes de electrones delocalizados que de ahora en adelante cambiarán por siempre la percepción de la químca orgánica, el hombre de mediana estatura ha desenterrado de las profundidades de su bolso de lona un hacha de mano, logrando acertar con ella en el centro del cráneo del leñador de gran estatura; y ello, en el mismo segundo en que Kekulé —complacido— ha sonreído frente a sus dibujos. El mismo silencio que reina entre los electrones del benceno se ha colado entre los presentes de la taberna. Sin saber exactamente cómo, el hombre del hacha cruza el puente de esa insignificante e inhóspita ciudad, arrojando el arma homicida al río. El contacto con el agua se produce sincrónicamente con el golpe y subsecuente ruido que emanan del acto de Augusto Kekulé, de cerrar con fuerza y satisfacción ese libro de pasta dura y apuntes sombríos y misteriosos que ahora contiene un valioso secreto, casi tan profundo como las conexiones insólitas e inimaginables que tiene el tiempo.

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