LAS FILIGRANAS DE PERDER

marzo 29, 2007

Al Fin - Colaboración desde Madagascar


AL FIN
Alex Schlenker

“Time is money...el tiempo es un maní”
Les Luthieres

En el mismo instante en que August Kékule cae víctima del cansancio frente al fuego, mientras sueña esa enorme serpiente que se muerde la cola y le da la pista esencial y final para entender la estructura molecular del benceno: un anillo dinámico y oscilatorio de electrones delocalizados, un hombre de mediana estatura abandona su casa al sur de Alemania —específicamente en la inhóspita ciudad de Rheinkassel, cerrando la puerta con la misma parsimonia rutinaria de los últimos cinco años. Seguido, y con la misma certeza con que Kekulé ve flotar frente a sí ese majestuoso anillo de átomos de carbono, que en una siniestra danza electrónica se protege de toda sorpresa natural, aquel hombre avanza las escasas cuadras de piedra pulida que separan su casa en la Scheinstrasse 8, de la taberna “Zum Heiligen Anlass”, llevando bajo el brazo ese bolso de viaje con un pesado bulto envuelto en una vieja tela. Mientras el científico traza sus primeros bocetos con el crayón de carbón sobre esos pergaminos seductores, el hombre ha entrado en la taberna, dirigiéndose con precisión – y sin perder siquiera una sola mirada sobre las otras mesas —hacia un leñador de gran estatura sentado en el mesón del fondo. En el preciso instante cronográfico en que Kekulé sombrea sus dibujos de aquellas nubes de electrones delocalizados que de ahora en adelante cambiarán por siempre la percepción de la químca orgánica, el hombre de mediana estatura ha desenterrado de las profundidades de su bolso de lona un hacha de mano, logrando acertar con ella en el centro del cráneo del leñador de gran estatura; y ello, en el mismo segundo en que Kekulé —complacido— ha sonreído frente a sus dibujos. El mismo silencio que reina entre los electrones del benceno se ha colado entre los presentes de la taberna. Sin saber exactamente cómo, el hombre del hacha cruza el puente de esa insignificante e inhóspita ciudad, arrojando el arma homicida al río. El contacto con el agua se produce sincrónicamente con el golpe y subsecuente ruido que emanan del acto de Augusto Kekulé, de cerrar con fuerza y satisfacción ese libro de pasta dura y apuntes sombríos y misteriosos que ahora contiene un valioso secreto, casi tan profundo como las conexiones insólitas e inimaginables que tiene el tiempo.

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