LAS FILIGRANAS DE PERDER
Mostrando las entradas con la etiqueta Harol Gastelu Palomino. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Harol Gastelu Palomino. Mostrar todas las entradas

agosto 05, 2007

Viernes 13 - Colaboración desde Perú


VIERNES 13
Harol Gastelu Palomino

—¿Fumas, Agustín? —Susy te ofreció su cigarrillo después de darle una larga pitada.

Empezaba a llover en La Realidad. Jason daba largos trancos en pos de su víctima. La asustada chica avanzaba por la calle desierta volviendo el rostro a cada instante como presintiendo que algo siniestro la acechaba.

—No, tía, gracias.

No, tía, gracias; mocoso estúpido, bien que quisieras darle una pitada a mi tronchito. Cómo se te hace agua la boca.

—Por mí no te hagas rollos —dijo Susy, aspirando profundamente como para tentarte. Jason movía la cabeza como si fuera un radar. Botó el humo por boca y nariz. ¿Estaría tratando de localizar los asustados latidos de la pobre muchacha escondida detrás de unos contenedores? Las volutas se elevaron hacia el cielo raso perdiéndose en la semipenumbra. Susy insistió: toma, Agustín, es solo un cigarrito.

—No, tía. Gracias.

No, tía, gracias. Chiquillo idiota.

—Toma, prueba, no seas tonto, sobrinito. Yo no soy como la anticuada de tu madre que te anda prohibiendo todas las cosas buenas que te ofrece la vida.

De reojo viste que cruzó y descruzó las piernas. Las luces de la pantalla se reflejaban en sus blancas y lisas rodillas como en una fuente de agua.

—Aquí tienes la más amplia libertad para hacer todo lo que se te apetezca, sobrinito. Puedes echarte tus tragos si tienes sed, fumar tus tronchitos, tirarte un polvito con tus amiguitas aunque sea en tu imaginación.

Te pusiste colorado. Qué cosas eran esas que decía tía Susy. La lluvia empezó a caer con fuerza, Jason husmeaba el aire tratando de localizar a la asustada muchacha, los perros daban alaridos como si se sintieran amenazados por el psicópata enmascarado. Tu tía se alisó la faldita celeste.
—¿Es cierto que tu pobre madre te encontró autosatisfaciéndote, sobrinito?

De un certero machetazo, Jason le cortó limpiamente la cabeza a la pobre chica que ni siquiera llegó a decir esta boca es mía. La pantalla y tu rostro se tiñeron de rojo. Sentiste que te morías de vergüenza.

Agustín tenía los ojos fijos en el televisor.

—Te hice una pregunta, sobrinito—. Susy bajó el volumen al mínimo, puso el control sobre sus piernas, ahora se escuchaba la caída de la lluvia en toda su intensidad, el toc toc que producían las gruesas gotas al golpear los ventanales impelidos por el viento nocturno. “A ver, quítame el control si puedes, sobrinito”, parecía decirte. “Este chiquillo, aparte de pajerín, es mudito, ¿no?”

Querías desaparecer del mapa, querías que la tierra se abriera y te tragara. Cómo te ardía el rostro, sentías que tus orejas se derretían como la cera y Susy estaba allí, mirándote, escudriñándote.

—¿Acaso estás esperando que te torture para que me respondas, ah, sobrinito?

—Tía…

—Recuerda que hemos quedado en que no habrá secretos entre nosotros dos, Agustín, ¿o acaso no confías en mí como yo confío en ti, sobrinito, ah?

—Pero, tía…

—¿Acaso yo no te cuento hasta mis cosas más íntimas, ah? Además, no tiene nada de malo autosatisfacerse de vez en cuando, sobrinito. Aunque no me creas, muchas veces yo también lo hago.

¿Sería cierto lo que Susy decía? ¿También jugaba con el Secreto que tenía allá abajo? Mamá decía que jugar con eso era sucio, pecado, cochino, que Diosito castigaba, que te salían pelos en las manos como si fueras mono, que el único que se sentía feliz con esos juegos prohibidos era el diablo que te esperaba con los brazos abiertos para que te achicharraras en el infierno por lujurioso. Pero qué rico se sentía jugar con eso, era mucho más divertido que estar en internet chateando con los amigos o jugando fútbol. Afuera parecía que se había desatado el diluvio universal, rayos, truenos y relámpagos rompían la calma en La Realidad, los perros gemían lastimeramente como pidiendo que les abrieran las puertas del arca de Noé. En la película también llovía torrencialmente, pero Jason cruzaba los charcos y lodazales como si nada con sus botas todo terreno.

—Además, tú estás en una etapa en la cual todas tus hormonas están en plena ebullición, corriendo en fórmula uno, ¿no es así, sobrinito?

Agustín, sin quitar los ojos de la pantalla, hizo un gesto de afirmación.

—Pobre hermana mía. ¿Es cierto que casi le da un infarto?

—Exagera, tía.

Susy te miró las manos, ¿se estaría preguntando con cuál te la estuviste manipulando? ¿Con cuál mano te tocas, Agustín, con la derecha, con la izquierda? ¿O con las dos?

—Qué tonta tu mamá, en lugar de alegrarse porque su hijito ya es todo un hombrecito, ¡y qué hombrecito!, arma un escándalo por gusto. Si tú fueras hijo mío, te habría llevado al Open para que debutes de una buena vez y dejes de estar manchando las sábanas y gastándote las manos, Agustín.

—Tía…

—Si te encontraba fornicando, se moría la pobre.

—Tía…

—Caracho: tía, tía, ¿no sabes decir otra cosa, ah? Pareces un disco rayado: tía, tía. ¿En quién estabas pensando?

—¿Cuándo, tía?

—Cuando estabas jugando con tu chupetín, pues. No te hagas el sonso conmigo, sobrinito.

—No me acuerdo, tía.

—Qué malo eres, Agustín. Cualquiera dice: en ti, tía Susy, estuve pensando en ti, porque tú eres más bonita que la Maju Mantilla y la Marina Mora juntas.

—Ay, tía.

—Ay, tía –remedó Susy, cruzando y descruzando las piernas.

Jason tenía acorralada a su siguiente víctima. La torrencial lluvia seguía cayendo sobre La Realidad. Otro rayo cayó por los cerros. Los perros aullaron asustados, parecían lobos en luna llena.

—¿En quién estuviste pensando, Agustín?

—En nadie, tía.

—¿Nunca piensas en tu tiíta Susy, Agustín? —dijo ella, con la voz lastimera—. Porque tu tiíta Susy siempre piensa en ti, Agustincito.

¿Sería cierto eso? ¿Susy diría Agustín, Agustín, con esa dulce vocecita, mientras jugaba con su cucarachita, mientras le movía la patita hasta hacer que se pusiera dura, rígida, ah? ¿Susy sería capaz?

Jason empezó a blandir su machete en el aire. De pronto, Susy empezó a chillar como si el enmascarado la estuviera amenazando.

—¿Qué pasa, tía? No te asustes por gusto, es solo una película.

—¡Ay, mi pie! ¡Mi piecito!

—¿Has pisado un clavo, tía?

—¡Calambre, sonso! ¡Ay, mi piecito!

—Yo pensé que Jason te había cortado mal la cabeza.

—Ya quisieras, pajerín, para librarte de mí, ¿no? Sóbame el pie, porfa.

Sobarle el pie. Acariciarle el pie, la piel.

Te pusiste de rodillas frente a ella y tomaste entre tus manos ese pie chiquito, ¿calzaría 36? Parecía el piecito de Cenicienta. Era suavecito como la gamuza. Le sobaste el empeine, la planta, no me hagas reír que me voy a hacer pis en mi calzón, sobrinito, los deditos, el dedo gordo, el tobillo. Sentías los movimientos rítmicos, precisos, de esas ¿expertas? manos que te empezaban a llenar de calor. Qué rico era ese calorcito que empezaba a subir por tu sangre poquito a poco como por los escalones de una pirámide azteca.

—Más arribita también, sobrinito, porfa —le pediste sintiendo cómo sus manos empezaban a trepar por tus largas piernas.

Era la primera vez en tus trece años que agarrabas una pierna de mujer, antes solamente en tus fantasías, en tus sueños, en esas noches de insomnio pensando en que te iban a salir pelos en las manos como decía tu mamá y te ibas a ir al infierno a achicharrarte. Susy era velluda como la mona de Tarzán, nunca se depilaba, ¿o le salía tanto pelo por jugar mucho con su cucarachita? En las axilas también tenía un mata de pelos, a ti te gustaba mirárselos e imaginar que allá abajo, en el Territorio Prohibido, también había una selva de pelos cubriendo la entrada al Santuario.

Agustín tenía las manos suavecitas y calientes, los dedos largos y fuertes. Se sentía clarito cómo ese calorcito empezaba a entrar en tu Zona Sagrada. Era un gustito único, rico, desconocido, nuevo, maravilloso, deslumbrante. El calorcito ya estaba dentro de tus entrañas, en tu sangre, en tus fluidos, había atravesado tu piel hasta llegar a tus huesos, a tu alma. Ah, qué rico se sentía. Era mucho mejor que hacerlo solita, que imaginar que tus manos eran unas manos fuertes de hombre.

—Arribita de la rodilla también, Agustincito, por favorcito.

Enrolló su faldita y tus manos empezaron a subir temerosos, dubitativos; los que no tenían temor eran tus ojos que escudriñaban más allá del límite de la faldita tratando de descubrir lo que había entre los pliegues y la penumbra en que te tenía condenado la poca luz que emanaba de la pantalla del televisor. Allí estaría el Bosque No Explorado Aún. Si entrabas allí, era más que seguro que te perderías entre el follaje, la maraña de lianas, de troncos caídos y hojas que estarían pudriéndose formando un pantano que tragaría, devoraría, succionaría todo lo que cayese en él. ¿Allí también llovería como en La Realidad? Seguro que sí.

Susy estaba con los ojos cerrados sintiendo cómo esas manos se desplazaban por su muslo a un par de centímetros del centro de su humanidad, de su universo. Dentro de ella había una caldera hirviendo su sangre, abrasando sus entrañas, quemándole, evaporando sus fluidos.

¿Qué era ese aroma que parecía brotar de la tierra mojada? Era un aroma desconocido para ti, una mezcla dulzona, ácida, salina, como de troncos podridos por el mar, como si un inmenso pez hubiese abierto sus fauces y te arrojase su aliento en el rostro. ¿Sería cierto que Susy también pensaba en ti al tocárselo? Agustín, Agustín. Ah, si tuvieses la llave que abría esa Puerta Prohibida…

—La otra pierna también, Agustincito, porfa.

—¿También te ha dado calambre ahí, tía?

—Por si acaso nomás, sobrinito, porque más vale prevenir que lamentar, ¿no crees?

—Tienes razón, tía.

—Y tú tienes unas manos bien suavecitas, sobrinito —te acarició los cabellos.

Qué ganas de agarrarle la cabeza y hundirlo dentro de ti, en tu Pozo Infinito donde hervían tus ansias, tus ganas, tus deseos contenidos, tu curiosidad. Tu Estalactita estaba a punto de derretirse. ¿Así habría estado el Michael Douglas frente a la Sharon Stone en Bajos instintos, ah? Pero parece que la Sharon estaba sin calzón. Cómo no se te ocurrió temprano lo del calambre, lo habrías planificado con más cuidado, pero te estaba saliendo mejor de lo que habías pensado.

¿Tanto le duraba el calambre a tu tía? Las rodillas ya te dolían. Ese aroma tan raro era cada vez más fuerte, sentías que te estabas mareando, emborrachando, hundiendo en un pozo lleno de flores. Susy seguía con los ojos cerrados.

—Un poquitín más arriba, sobrinito, si no es mucho pedir.

Sus manos seguían escalando tus muslos como por una montaña escarpada. Eso es, así, así, sobrinito, ábrete paso por entre el follaje, pídele ayuda a Jason, ese tipo tiene buenos brazos y maneja bien el machete. Así, así, qué rico.

Ese raro aroma estaba en toda la habitación, si no abrían las ventanas, te ibas a ahogar. ¿Susy no lo sentiría? De repente sí, porque parecía que respiraba con dificultad, no se fuera a ahogar también, ¿abro las ventanas, tía? ¿Quieres que entre la lluvia, ah? Así, así, sobrinito. Qué rico se sentía. Tu vientre estaba en el punto más alto de ebullición, en cualquier momento iba a explotar como una bomba atómica. Las manos de Susy se posaron crispadas como garras sobre tu cabeza. Contuviste las ganas de hundir esa cabeza en tus entrañas. Aaaaah, tu vientre explotó expulsando un torrente de miel, de néctar. Las manos de Agustín debían estar pegajosas.

—Aah, listo, sobrinito, qué relajada me siento. Ahora sí estoy como nueva —le acariciaste los cabellos—. Mil gracias, Agustincito, eres un amor.

—De nada, tía.

—¿Nos vamos a dormir, sobrinito? Jason ya aburre.

Apagaron el televisor, aseguraron puertas y ventanas y se dirigieron a sus habitaciones.

—Hasta mañana, sobrinito —Susy se puso de puntillas y estampó un sonoro beso cerquita de tus labios—. Que sueñes con los angelitos, Agustincito.

—Tú también, tía, hasta mañana.

—Y no te la vayas a tocar esta noche pensando en mis patas flacas porque Jason te puede cortar la cabeza —dijo Susy, riendo, antes de cerrar su puerta.

Un buen rato después, tocaron la puerta de tu cuarto.

—¿Duermes, sobrinito? —Susy asomó la cabeza.

Agustín estaba en su cama, hizo un rápido movimiento y sacó su mano de debajo de la colcha. ¿Se lo habría estado manipulando?

—Todavía, tía.

—¿Se puede?

—Claro, tía, pasa, pasa.

Susy cruzó la habitación. Llevaba una bata rosada, transparente, debajo sólo un calzoncito cubriendo el Lugar Prohibido.

—Esta lluvia no me deja dormir —dijo, sentándose al filo de la cama. Allí estaban otra vez sus piernas, poderosas, largas, velludas—. Tengo miedo que Jason venga a buscarme.

Te reíste.

—Es solo una película, tía.

—Pero a mí me da miedo —sus senos, esas dos perfectas peras de oscuros pezones, se movían al ritmo de su respiración—. ¿Puedo echarme un ratito aquí hasta que me venga el sueño, sobrinito?

—Claro, tía, échate nomás.

Levantaste la colcha. Agustín estaba en calzoncillos, tenía un bulto debajo de la prenda. Te deslizaste a su lado.

—No estorbo, ¿no?

—Claro que no, tía, cómo crees —sentiste al lado tuyo ese cuerpo tibio lleno de curvas y sinuosidades. Era la primera vez que tenías una mujer echada a tu lado, tan cerquita de ti. El aroma dulzón y marino, tenue esta vez, entró por tus fosas nasales.

—¿Qué lees, ah? —su aliento te quemó el rostro.

—Esta enciclopedia de arte.

—A ver. ¿Se puede mirar?

—Claro que se puede, tía.

Pusiste el grueso libro sobre el vientre de Susy. Sus senos se marcaron, la punta de sus pezones parecían querer atravesar la bata. ¿Los tendría suavecitos como sus piernas? ¿Se pueden tocar, tía?

—Mira cuánto realismo hay en estas esculturas, Agustín. Hasta parece que fueran de carne y hueso.

—Los griegos fueron grandes escultores, tía.

—Eso es lo que estoy viendo. Mira cuánta perfección. Mira su ombliguito, mira su pancita; están mejores que yo, ¿no, sobrinito?

—Tú eres bonita, tía.

—Pero estoy media chorreada, ¿no crees?

—Claro que no, tía, tienes una bonita figura.

—Lo dices nomás por halagarme, Agustín. Mira, toca —agarró tu mano y la puso sobre su vientre, entre su ombligo y su pubis. Allí la piel era suavecita como la seda—. ¿Ves que tengo la panza como una bolsa de agua, ah?

—Está durita, tía —Agustín cogió un pliegue de carne—. Y firme.

—Sólo lo dices para no quedar mal conmigo, Agustín. La verdad es que estoy peor que la Alicia Machado.

—¿Quieres que te diga vieja y choclona, tía?

—Ay, sobrinito, tampoco, tampoco. Apenas tengo veinte abriles.

—Por eso, tía. Cuando tengas cien años recién te desmondongarás.

—¿Aquí también está durito? —movió tu mano y lo puso al filo de su monte de Venus.

—Claro, tía —un poquito más y le tocabas el calzoncito.

¿Por qué no avanzas un poquito más, sobrinito? No te voy a decir nada, tú continúa nomás, ¿por qué tienes miedo si no es territorio minado?

—Tú si tienes la barriga bien durita, sobrinito —pusiste una mano sobre su ombligo. Agustín también era velludo—. Bien podrías haber sido un dios griego. Baco, Apolo, o Zeus, mínimo.

—Exageras, tía.

—En serio, Agustín. Tú sí eres perfecto, y peludo —enredó su índice en tus vellos.

—Pero no soy un dios griego, tía.

—Para mí lo eres, sobrinito —te acarició la barbilla, su cálido aliento te abrasó el rostro, su voz parecía el ronroneo de una gata en celo, y ese aroma que parecía brotar del fondo de la tierra te invitaba a dormir, a cerrar los ojos, a hundirte en las profundidades del sueño.

Agustín se quedó dormido. Afuera la lluvia había cesado, por fin. Los perros ya no aullaban, estarían en su casita, juntitos, dándose calor, sin temerle a nada, ni a la penumbra, ni a ese silencio que daba miedo. Agustín estaba profundamente dormido. Despierta, Agustín, Jason ha venido a buscarnos. Lo sacudiste y nada, no despertaba, estaba seco como un tronco. No le importaba que Jason viniera por ti, por lo visto. Dormía como un angelito, ajeno a tus súplicas, a tus necesidades, a tus ganas, a tus deseos. Era lindo, tenía un perfil perfecto. Recordaste sus manos, ahora inertes, friccionando, sobando, masajeando tus piernas. Tu Estalactita estaba dura de nuevo. Agustín, vamos, despierta. Nada. Pusiste tu mano derecha sobre su pubis, la izquierda la tenías ocupada en ti. Le empezaste a acariciar el pubis, el hoyito del ombligo. ¿Y si se despertaba? ¿Qué haces, tía Susy? Nada, nada, sobrinito, vi una pulguita y la estaba buscando para matarla, no te asustes por gusto. Eres una viciosa, tía Susy. Eso no se hace, te van a salir vellos en las manos, se te van a morir las neuronas y te vas a volver loca, Diosito te va a castigar y te va a condenar al fuego eterno. Viciosa. Cochina. Sucia. No me digas eso, Agustín. Tuve curiosidad nomás. Es que nunca he visto una, nunca he tenido una en las manos, entre las piernas, tu mamá sí es una viciosa. ¿Es cierto que casi se desmaya? ¿De dónde sacaste esa revista de calatas? ¿Por qué nunca piensas en mí, ah? Yo siempre pienso en ti, Agustín. Tiíta Susy siempre piensa en ti, Agustincito. Por eso te traje aquí, para que te distraigas, para que te olvides de todas esas cochinas que salen en las revistas de calatas y solo pienses en mí, en tu tiíta Susy. Separaste tus labios mayores y empezaste a friccionar tu Estalactita mientras tu otra mano reptaba como una serpiente y se metía debajo del calzoncillo y llegaba al Objeto Anhelado. ¡Agustín, despierta! Nada, estaba bien dormido. Se lo tocaste. Primera vez que tocabas uno. Parecía un gusano gigante, todo flácido. Lo cobijaste en la palma de tu mano y lo empezaste a manipular, primero lentamente, luego con mayor rapidez hasta hacer que se pusiera dura. Era grandaza, caliente, nervuda, llena de vellos. Te echaste saliva en las manos y proseguiste tu afán, una mano debajo de ti, la otra en ese objeto que se ponía cada vez más duro y caliente. Extrañaste sus manos acariciándote las piernas, haciéndote imaginar tantas cosas. ¿En serio que nunca piensas en tu tiíta Susy, Agustincito? Cómo tu tiíta Susy siempre piensa en ti. Mira cómo te ayuda, cómo te lo acaricia, cómo te lo besa, cómo se lo mete en la boca y se traga toda tu miel, todo tu néctar.

Mostrando las entradas con la etiqueta Harol Gastelu Palomino. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Harol Gastelu Palomino. Mostrar todas las entradas

julio 20, 2007

Historia de Taxi - Colaboración desde Perú


HISTORIA DE TAXI
Harol Gastelu Palomino

—Maestro, ¿cuánto me cobra la carrera hasta La Realidad? —preguntó la chica, apoyándose en la ventanilla. Los cabellos negros, ondeados y largos, le caían en cascada.

—¿Hasta La Realidad? —repitió el taxista, bajando el volumen de la radio, mirando de reojo el generoso escote de la chica: se veía en toda su plenitud el nacimiento de sus senos, la piel blanca y lisa con algunas pequitas—. Veinte luquitas nomás.

—¿Tanto? —protestó ella. Era bonita, tenía una carita de rasgos finos. Parecía el rostro de un ángel. Se acomodó las tiras del vestidito celeste dejando ver un poquito de su sostén color negro—. Le doy quince. Es todo lo que tengo.

—Diecisiete.

—Quince —ella frunció el ceño, miró su reloj, impaciente, empezó a retirarse, total, hay taxis hasta por gusto, ¿no?, parecían decir sus ojos grises como los de una gata. Atrás tocaron la bocina, se pararon otros taxis. Volvió a acomodarse las tiras del vestidito.

—Suba —dijo el taxista, quitando el seguro de la portezuela.

—Gracias —dijo la chica, metiendo la pierna izquierda con cuidado. El vestidito con las justas le llegaba hasta las rodillas. El taxista le echó una rápida ojeada a esas piernas largas, blancas, bien formadas, lampiñas. Tenía tatuado una serpiente alrededor del tobillo derecho. Parecía modelo. Tomó asiento y se acomodó el vestidito como queriendo proteger sus piernas de las miradas furtivas del taxista. Puso su cartera negra sobre sus muslos—. ¿Tiene SOAT su carro?

—Claro que sí, y también seguro contra robos, contra incendios, etc.

Ella sonrió. Tenía una dentadura perfecta, unos dientes blanquísimos algo grandes. Tenía los labios finos pintados de rojo oscuro. Llevaba cinco aretes en cada oreja, los dedos llenos de aros. En la radio Arjona cantaba Señora de las cuatro décadas.

—Póngase el cinturón de seguridad, por favor. Los tombos están haciendo operativo más allá.

Ella se cruzó el cinturón sobre el pecho, trató de engancharlo, pero no pudo.

—¿Me ayuda, por favor?

El taxista agarró el timón con una mano y con la otra trató de ponerle el cinturón, pero estaba muy ajustado, le dijo meta un poco la barriguita y ella sonrió. Sin quererlo, él le tocó los muslos.

—Disculpe.

La chica sonrió, estiró su vestidito. Se había echado un perfume cuya fragancia a jazmines había invadido el interior del carro.

—Huele rico.

Ella sonrió con esa sonrisa coqueta, prometedora de pasiones inalcanzables para un pobre taxista.

—Tu cinturón no me deja respirar bien —se quejó—. Creo que me voy a asfixiar.

—Como este carro no tiene tanque de oxígeno, tendré que hacerle respiración boca a boca.

Ella soltó una carcajada.

—Eres un vivo. ¿No serás por si acaso el taxista erótico?

El taxista también rió. Pisó fuerte el acelerador. El taxi se desplazaba como una bala por la Vía de Evitamiento.

—Fuera bueno. ¿Por qué se ha dejado crecer tanto los pechos, ah?

—Usted es bien sapo —dijo la chica, sonriendo y alisándose los cabellos. Por el espejo, el taxista le miró las axilas embadurnadas con Etiquet. Arregló la tira de su sostén. Sus manos eran finas, los dedos largos; tenía las uñas crecidas, pintadas de rojo.

—¿Cuánto le costó el implante si se puede saber?

—¿Quiere ponerse tetas?

—Por qué no, para trabajar de noche y ver si así gano algo más.

Rieron.

—Por si acaso, esta artillería es natural —dijo ella, sopesándose los senos, grandes, redondos.

—No parecen.

—Lástima que no pueda comprobarlos.

—Quizás algún día, ¿no?

—Soñar no cuesta nada.

—Eso es lo único que me queda. ¿Es usted modelo?

—No. ¿Por?

—Lo parece. Es más guapa que la Maju Mantilla.

—Las norteñas somos guapas por naturaleza.

—¿Es del norte?

Ella hizo un gesto de asentimiento.

—De Trujillo. ¿Conoce?

—En febrero estuve por allá.

—¿Y le gustó mi ciudad?

—Sí. Puras mujeres lindas nomás hay en Trujillo.

—Gracias.

—Honor a quien se lo merece.

El auto seguía avanzando a toda velocidad por la Vía de Evitamiento. Pasaron frente al Pedagógico de Monterrico.

—Yendo por la Ramiro Prialé me parece que llegamos más rápido a La Realidad, ¿no cree?—, dijo ella.

—Eso le iba a decir. A esta hora el tráfico es un caos en la Carretera Central.

La chica volvió a acomodarse las tiras del sostén.

—¿Cómo se llama usted, maestro?

—Agustín, para servirte. ¿Y tú?

—Claudia.

—Bonito nombre.

—Eso le dirás a todas tus pasajeras —dijo Claudia, cruzando las piernas. Agustín miró con el rabillo de los ojos esos muslos poderosos, esas rodillas brillantes surcadas por venitas verdes como culebritas.

—No a todas. A veces suben unas más federicas que la Magaly Medina.

—¿Y por qué las recoges, ah?

—Tengo que ganarme los frijoles, ¿no?

—Y ganarte con otras cosas —dijo Claudia, riendo.

Ah.

—Por plata eres capaz hasta de hacerle una carrera a Momón.

—Por plata baila el mono, ¿no?

—Así dicen.

Arjona empezó a cantar Historia de taxi.

—Vuestro himno —dijo ella, alisándose los cabellos. Sus pies pequeños (las uñas también pintadas de rojo) jugaban con sus sandalias.

—Ah. Nos hace justicia en esa canción a los del gremio. Es mi ídolo.

—¿Vas a ir a su concierto?

—Si es que hago un par de carreras a La Realidad. ¿Y tú?

—Si es que encuentro un taxista generoso que me invite…

—Me dejas tu número para llamarte.

—Ya, gracias. ¿Y ganas haciendo taxi?

—Depende. Hay días en que no saco ni para el té.

—Es que tú también cobras muy caro.

—La Realidad está al otro lado del mundo. No te voy a llevar por cinco soles hasta allá.

—En combi llego con dos soles, y eso si me cobran el pasaje.

—Si quieres, puedes bajarte e irte en combi —dijo el taxista, disminuyendo la velocidad.

—Eres bien fosforito —dijo Claudia, descruzando las piernas—. Otro día me bajo. Hoy llevo mucha prisa.

—¿Una cita?

—Tú eres muy curioso, Agustín —dijo ella, enredando en su índice un mechón de sus cabellos.

—Uno siempre quiere saber a dónde van las chicas hermosas.

—Pues hoy te quedarás con la curiosidad.

—Qué mala eres.

—Así soy yo. ¿Y haces taxi a tiempo completo o trabajas en otra cosa?

—Soy profesor de arte y literatura.

—¿Y qué hace un señor profesor haciendo taxi, ah?

—Estoy aprovechando la huelga del magisterio para juntar unos centavos a ver si me voy a los Estados Unidos.

—Te van a mandar a Irak, Agustín.

—Y qué puedo hacer si aquí con las justas gano para comer. Allá me sacaré la mierda, perdona la palabra, pero al menos podré juntar para poner un negocio, ¿no?

—¿Y si te va mal? Mira a Ada Cuadros, a tantos latinos que son deportados todos los días.

—Más mal que aquí, no creo que me vaya. Prefiero cuidar perros en el extranjero que seguir enseñando en un colegio.

—¿No te gusta la educación?

—Me gustaba. Ya no. Los alumnos son bien brutos. Uno se rompe el lomo enseñándoles, y ellos, nada, andan pensando en chatear nomás.

—Suerte —dijo Claudia, se acarició los muslos, estiró su vestidito—. Si te va bien, a ver si me jalas aunque sea como tu secretaria.

—Ya. Dicen que las noches son muy heladas en la tierra del tío Sam.

Rieron. El taxi seguía devorando los kilómetros.

—¿Y el carro es tuyo?

—Sí. Felizmente que ya lo terminé de pagar. Pero voy a tener que venderlo para mi bolsa de viaje.

—Es una pena porque es un señor carro.

—Pero qué me queda; ya no aguanto esta situación. Es fregado estar dando vueltas y vueltas buscando pasajeros. Prefiero largarme de aquí.

—O sea que de todas maneras New York te espera.

—Así es, amiga.

Claudia sonrió. Volvió a cruzar las piernas, el izquierdo sobre el derecho; volvió a estirar su vestidito. El viento que se colaba por la ventanilla derecha jugaba con sus cabellos y sus pies con sus sandalias.

—¿Ya puedo quitarme tu cinturón? No me deja respirar bien, no me vaya asfixiar porque ahí si no te acompaño a los Estados Unidos.

—Más allá, no me vayan a poner papeleta, porque ahí si te quedas sin ver a Arjona.

—Me consigo otro taxista.

Rieron. Pasando el puente Benavides, una combi cambió sorpresivamente de carril y el taxista con las justas pudo frenar.

—¡Carajo, maneja bien!

—¡Imbécil, vaya a su pueblo a manejar sus llamas! —gritó Claudia, sacando la cabeza por la ventanilla y sacándole la lengua (rosada, puntiaguda) al chofer de la combi.

—Ese con las justas manejará sus burros.

—Poco más y salgo volando como Superman —dijo la chica, respirando con alivio—. Casi me hacen puré las chichis.

—Y tanto que te querías quitar el cinturón.

—Que me sirva de experiencia. ¿Es fácil manejar?

—Sí. Es pura práctica.

—Como hacer el amor.

—Ah. Igualito. Se aprende practicando.

—Mi papá tiene su carro, pero ni lo agarro, me da miedo chocarlo. Ahí sí mi viejo se muere.

—Deberías de agarrarlo, porque si lo agarras, le agarras el gusto al agarre.

—Y después ya no lo voy a querer dejar —Claudia le clavó los ojos. ¿Qué habría detrás de esa mirada?

—Te vas a volver una fanática del timón.

Rieron. Claudia descruzó las piernas, se arregló el vestidito y la tira del sostén.

—A ver si me das tu número para llamarte para que me des un curso acelerado de manejo.

—Ya. Yo encantado de enseñarte a agarrar el timón.

—Pero no me vayas a cobrar muy caro.

—De repente te ganas una beca y no pagas nada.

—Ojalá.

Antes del peaje de Santa Anita estaban haciendo operativo. Había una fila de combis detenidas.

—A cinco solcitos por combi, los tombos salen millonarios.

—Ni creas, las tombas son difíciles de coimear.

—Las enamoras, y listo, pasas piola con tu auto.

—Esas tienen el corazón más duro que una piedra, no creen en nadie.

—Tienes que utilizar otras estrategias.

—A ver si me enseñas tus armas secretas.

—Yo encantada.

—Pero no me vayas a cobrar muy caro.

—Claro que no, yo no soy tan carera como tú, Agustín.

—Ojalá.

Claudia se alisó otra vez los cabellos. Pasando el puente Santa Anita compró una bolsita de caña dulce.

—Come, endulza tu vida, Agustín —le dijo al taxista, poniéndole en la boca una rodaja de caña.

—Gracias.

—No es gratis. Es un sol.

—Me debes catorce soles, entonces.

Claudia sonrió.

—¿Eres casado? —preguntó.

—No.

—Eso suelen decir todos los hombres.

—No todos.

—¡To-dos! —silabeó ella.

—Yo no. Tengo un hermano que tiene tres hijos y el pobre no sabe lo que es domingos ni feriados. ¿Para eso me voy a casar?

—¿Y por qué te vas a los Estados Unidos si no tienes tantas obligaciones?

—Algún día tengo que casarme, ¿no?

—Y trabajar como burro.

—Ah. Triste es la vida del hombre casado.

Rieron.

—¿Y tú eres soltera, viuda, divorciada, conviviente, separada?

—Ahora ando solita por el mundo —dijo Claudia, cruzando otra vez las piernas y estirando su vestidito por enésima vez.

—Eso le dirás a todos los hombres.

—En serio, Agustín, estoy solita —dijo en un tono lánguido.

—O los hombres somos ciegos, o tú eres muy exigente.

—Claro que no, Agustín. Mi último enamorado era bien feito, parecía Chuqui.

—O sea que tengo esperanzas.

—Claro. Mi corazón siempre está abierto para el amor.

Entraron a la Ramiro Prialé a toda velocidad.

—¿Ahora sí puedo quitarme tu cinturón?

Agustín asintió.

—Ya era hora —dijo Claudia, liberando sus senos, que parecían felices de recobrar otra vez su libertad.

Por el lado derecho discurría el río Rímac convertido en una serpiente verde cubierta de musgo y deshechos. Varios chiquillos se bañaban desnudos pese a que ya estaba muriendo el sol. A la izquierda se extendían las chacras. Arjona cantaba Te conozco.

—Parece que este verano estamos condenados a morirnos de sed —dijo la chica, levantando el pie derecho y apoyándolo en el asiento. El vestidito a duras penas le cubría los muslos, blancos y lisos. Se rascó la planta del pie—. Creo que hay pulgas en tu carro, Agustín.

—Estarán buscando un sitio calientito dónde pasar la noche fría que les espera si se quedan aquí.

Claudia sonrió.

—¿Ya has ido a la playa?

—Todavía, ¿y tú?

—Tampoco. Estamos pensando con un grupo de amigas ir el otro domingo. A ver si nos haces una carrera.

—Yo encantado. ¿A qué playa quieren ir?

—A una del sur. Lo más lejos posible de las playas contaminadas.

—Te voy a cobrar caro.

—No seas malo. Tengo unas amigas bien bonitas.

—¿Más que tú? Lo dudo —dijo el taxista, recorriendo con la mirada toda la anatomía de la chica.

—En serio. Ellas sí pueden ser modelos. Una se parece a Scarlett Johansson.

—Mentirosa. Te va a crecer la nariz.

—En serio. El año pasado fue Miss Playa Asia.

—Eso sí ya no te lo creo. Le estás echando flores para que les haga la carrera gratis.

—En serio, créeme. Tiene bonito cuerpo. Es altota, mide casi uno ochenta.

—Pucha, no le llego ni al cuello.

—Llevas tu banquito. Todo es cuestión de ingeniárselas.

—A ver si me la presentas.

—Con gusto.

—Le dices que tengo carro.

—Ya. Si la conoces, no vas a querer irte del Perú. ¡Cuando va a la playa se pone unas tanguitas!

—Mejor ni me la presentes; no me vaya a dar un infarto.

—Qué más quieres, mueres contento.

—Muerto, pero feliz.

—Mmm.

Claudia volvió a arreglarse la tira del sostén. Arjona cantaba Mujeres. Ya era de noche. Ni un carro pasaba por la autopista.

—Me imagino que habrás vivido mil aventuras como taxista.

—Uff, si este carro hablara. Una vez subió una joven mujer que tenía una historia de amor bien triste: un tipo la había embarazado, y cuando ella se lo dijo, la mandó al diablo. Me pidió que la lleve a Miraflores. Al día siguiente salió en los diarios que se había tirado del Puente Villena.

—Mentiroso. Te va a crecer la nariz más que Pinocho.

—En serio. La reconocí por las fotos que salió en los periódicos.

—¿Y te dijo que pensaba matarse?

—No. No la hubiera dejado.

—Pobrecita, pero así es la vida; por eso yo no creo en los hombres.

—Ni yo en las mujeres, porque todas sois iguales.

—No todas, Agustín. Ya verás que yo no me parezco a nadie.

—Ojalá. En otra ocasión las hice de partero: subió una señora embarazada, estaba con sus dolores, no aguantó más y en el trayecto dio a luz a un robusto bebé que hoy es mi ahijado.

—No es tan aburrido tu trabajo como dices.

—Pero hay días en que no pasa nada.

—Y te aburres a morir —dijo Claudia. Tenía los dos pies puestos sobre el asiento, sus muslos se veían en toda su plenitud.

—Ah.

—¿Y nunca te has encontrado una billetera, tarjetas de crédito?

—Claro que sí. A veces la gente baja apurada y se olvida de sus cosas. Qué no he encontrado en este carro.

—¿Hasta preservativos?

—Hasta eso. A veces suben parejas que creen que este carro es el Leo’s.

—Y tú feliz ganándote.

—Ah.

—¿Y nunca has atropellado a alguien, Agustín?

—Una vez, a un borrachín. Ni me di cuenta cómo se apareció en la pista. Frené, pero de todas maneras lo hice volar por los aires.

—¿Lo mataste, Agustín?

—No creo. Volteé y vi que se movía.

—¿Lo dejaste botado en la pista como a un perro? —dijo la chica con un tono de reproche en la voz.

—Estaba misio. Ese día no había sacado ni para la gasolina. Me iba a costar un ojo de la cara llevarlo al hospital.

—¿Y nunca te has chocado por malo?

—Hasta ahora, no. Denantes ya viste mi pericia para esquivar el peligro.

—Eres el rey de las pistas.

—Tampoco tampoco. Hago lo que puedo con el timón.

Claudia sonrió. El auto seguía avanzando a toda velocidad por la Ramiro Prialé rumbo a La Realidad. Arjona cantaba Quién diría. Claudia sacó un espejito y empezó a maquillarse. Agustín le miraba solapa las piernas, los muslos.

—Cualquiera pensaría que tienes una cita.

—Ya te dije que no.

—¿Y entonces a qué vas a La Realidad?

—Quédate con la curiosidad —dijo Claudia, estirando su vestidito, acomodándose las tiras del sostén.

—Algún día contaré que una vez llevé a una chica que tenía un par de buenas piernas.

—Me halagas —dijo ella, estirando otra vez su vestidito—. ¿Cuál es tu tipo de mujer, Agustín?

—Ninguna es especial. Con tal que sea mujer y me quiera un poquito.

—¿Y yo, no te gusto? —preguntó Claudia, poniendo una mano sobre el sexo del taxista.

—Tienes bonitas piernas —dijo él, acariciándole los muslos.

—¿Te gustan?

El taxista asintió.

—Vamos allá —pidió ella, señalando una trocha en medio de los maizales.

***

El taxista estaba metido entre las piernas de Claudia, cuando ella sacó una pistola y la puso en la cabeza del hombre.

Mostrando las entradas con la etiqueta Harol Gastelu Palomino. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Harol Gastelu Palomino. Mostrar todas las entradas

julio 06, 2007

Tío Armando - Colaboración desde Perú


TIO ARMANDO
Harol Gastelu Palomino

Prueba tu helado, Chavelita, está rico. No quiero, no tengo hambre. Mamita me mira furiosa, con los ojos me dice que llegando a casa me va a dar tas–tas en el popó. Desde que abuelito Mauro se murió, mamita me castiga por cualquier cosa. Ay, Chavelita, come tu helado, no seas tontita, me dice tío Armando con su vocecita de mariquita. En realidad se llama Rafael, pero Juan Manuel dice que es cabro como el Armando de Mil oficios y tío Armando lo llamamos. Ay, tienes que tomar pingolín para que tengas apetito como tu mamita. ¿Qué es pingolín, mamita? Mamita se pone colorada. Lo venden en el Leo’s, dice tío Armando y mamita le dice no le estés diciendo tonterías a mi hija y se va al baño, tío Armando le dice te lavas bien abajo porque voy a sopear y mamita lo mira con enojo. Traga tu helado, mocosa de mierda, me dice tío Armando cuando nos quedamos “solitas”. Te voy a acusar con mi abuelita Flavia, le digo, y él se ríe. Acúsame nomás y te rompo el culo como a la loca de tu mamá. Le voy a decir a mi mamita que le estás diciendo loca. Acúsame, vamos a ver a quién le cree. Acúsame y la próxima que vayamos a Ciudad te dejamos botada para que te violen los pirañitas y termines pidiendo limosna en los micros. Mamita regresa. ¿A qué has ido al baño, mamita? ¿A tomar otra pastilla contra tu depresión? Tío Armando me mira y me amenaza con los ojos. Algún día se lo voy a contar a mi papito Pepe para que le pegue, porque mi papito Pepe, dice mi mamita, es bien alto y agarrado, ha estado en el ejército, ha sido el Capitán Cáncer. Mamita y tío Armando se ponen a conversar de sus alumnos, de sus colegas, del profesor Agustín que está molesto con mamita desde que ella está con tío Armando. El helado se está derritiendo. ¿No quieres un pastelito, un jugo, otra cosa, Chavelita? No. No seas tonta, cuando llegues a casa vas a encontrar las ollas vacías, Lauro se come toda la comida y no te va a dejar nada y en la noche te va a doler la barriguita de hambre y te van a salir gusanos del potito buscando comida. No hables cochinadas en la mesa, Armando. Ay, perdona, es que esta niña me saca de quicio. ¿No quieres un chupetín? ¿No tiene apetito la señorita?, pregunta el mozo. Mamita le echa mostaza, mayonesa, ketchup a sus papas y a su pollo a la brasa y come con ganas. Come pollito, Chavelita. Come, aprovecha, no seas tontita. Pero yo no quiero comer porque tío Armando quiere que terminemos para llevarnos al Leo’s y yo no quiero ir al Leo’s, no quiero que mamita vaya al Leo’s, porque en el Leo’s tío Armando le hace cochinadas a mamita. Tío Armando traga como chancho. Se están yendo a cachar al Leo’s, dice Juan Manuel. Cuando seamos grandes también nos vamos a ir a cachar al Leo’s. ¿Qué es cachar, mamita? Mamita casi se atora, tío Armando se ríe. Esta chiquita va a ser más viva que tú. Toma tu helado, Chavelita. ¿O quieres un chupetín? A tu mamita le gustan los chupetines. Chuculún, papi; chupetín, papi; azótame, papi. Cuando seas grande vas a aprender, Chavelita. Armando, por favor. Juan Manuel me agarra por atrás, ¿qué haces, Juan Manuel?, estamos perreando. Tu mamita y el tío Armando también perrean en el Leo’s. Se acarician las manos. Aunque sea toma tu Inca Kola, Chavelita. No tengo sed. Mi abuelita Flavia prepara limonada en el almuerzo, limonada tibia porque mamita sufre del asma, Juan Manuel también sufre del asma. Asmático le digo cuando nos peleamos y me dice tu mamita es una cachera. ¿Qué es cachera, mamita? ¿Dónde aprendes todas esas cosas? Tío Armando se mata de la risa. Esta niña es precoz, va a ser mejor que su mamá. Mamita lo mira con enojo. ¿Mejor o peor? Juan Manuel dice vas a ser peor que tu mamita. Mamita y tío Armando se agarran de la mano. No digas cochinadas delante de la bebe. Yo me hago la que no escucho. Miro la carta de los platos. ¿Qué dirá? Yo todavía no sé leer porque mamita no me manda a la escuela porque dice que mi papito Pepe no deposita mi pensión y como ella no gana mucho no me puede mandar a estudiar. El profesor Agustín le había dicho que le iba a ayudar con mi matrícula y con la primera mensualidad pero como se pelearon no me ayudó y no voy a la escuela. ¿El sábado vamos a la inauguración del campeonato magisterial? Vamos un ratito y de allí nos escapamos, dice mamita. Agustín me dijo que no va a ir. ¿Y Nancy? No sé, no le hice firmar. ¿Ya no te habla? Un poco nomás. No sé quién se robó el comunicado. ¿Cuándo va a venir a la casa la tía Nancy, mamita? Nancy no es tu tía. Tú decías que era mi tía, mamita. Era. Antes la tía Nancy estaba con el tío Armando y ahora el tío Armando está con mamita. Tu mamita le ha quitado el marido a tu tía Nancy, dice Juan Manuel. Esa chola no es tu tía, dice mamita. Tía Aída decía Nancy es de la familia, se va a casar con Lauro, pero ahora mamita le dice a Lauro cuidadito que estés saliendo con esa chola pendeja que se para regalando a todo el mundo en el colegio. ¿Qué es pendeja, mamita? Tu hija va a ser una ruca. Juan Manuel le enseña tonterías, voy a hablar con Aída, ya no me vas a ir al segundo piso nunca más. ¿Entonces con quién voy a jugar cuando me quedo sola, mamita? Por gusto tienes tantos juguetes. Estoy fierro, ¿nos vamos? Que esta niña termine su helado. Hay que ver petardas, me dice Juan Manuel cuando nos cansamos de jugar con mis bloques y entramos a la página de petardas. Así le hace tío Armando a tu mamita. Le pone las piernas sobre sus hombros y mete su pipilí en la cucarachita de tu mamita. Se están yendo al Leo’s a cachar. Que este cuarto sea el Leo’s, ¿cómo se la mete a tu mamita? Despacio, me duele, dice mamita cuando tío Armando le está metiendo su pipilí en su cucarachita. Tío Armando tiene el pipilí más grande que Juan Manuel. Juan Manuel tiene un gusanito, tío Armando una culebrota, grande, negra y con pelos. Mamita tiene pelos en la cucarachita, yo todavía no tengo pelos pero Juan Manuel me pinta pelos con su plumón amarillo. Me pinta pelos rubios porque a él le gustan las rubias que salen en petardas. Cuando seas grande te vas a teñir el pelo de rubio y nos vamos a ir al Leo’s, me dice. Yo no quiero ir a Leo’s porque me va doler como a mi mamita. No te va a doler porque yo te lo voy a hacer despacito. Despacio, Armando, despacio. Mamita, quiero ir al baño a hacer pis. Vaya nomás. Te lavas bien la cucarachita. Idiota, no le digas tonterías a mi hija. Entro al baño, me bajo el calzoncito, quiero hacer pis pero no me sale, ¿por qué tío Armando le besará la cucarachita a mi mamita? Las cucarachas dan asco, dice Juan Manuel, y peor si son peludas como la de tu mamita. ¿Es cierto que tiene un montón de pelos en la cucaracha? Me gustan las gringas porque no tienen muchos pelos en la cucaracha. Cuando seas grande tú tienes que ser gringa. Me pica la cucarachita, me la rasco. Juan Manuel me la acaricia mientras vemos petardas. Vamos a jugar al papá y a la mamá. Mejor a tío Armando y a tu mamita. Que mi cuarto sea el Leo’s, ¿cómo lo hacen? Cuéntame. No he visto mucho, mamita me dice no mires, chupa tus caramelitos, no mires, pero yo miro poquito nomás. ¿Cuando sea grande también me van a salir bastantes pelos en la cucarachita como a mi mamita? Claro, y no va a ser cucarachita, sino cucarachota. Una cucarachota con hambre a quien le gusta la cochinada. Se están yendo al Leo’s a cachar. Prueba tu helado, Chavelita. Toc, toc. Me subo el calzoncito y salgo del baño. Mamita se estaba besando con tío Armando. ¿Nos vamos? Voy a tomar mi helado. Esta niña está más loca que tú. De repente le gusta el helado derretido. Voy a ir al baño. Te lo lavas bien. Idiota. La próxima que no comas tu helado a tiempo a ti te voy a llevar al Leo’s solita. Le voy a avisar a mi papito Pepe. Olvídate de tu papito Pepe. Tú eres una bastarda. Yo voy a ser tu papito. No, no vas a ser, porque mi papito Pepe es alto y agarrado, tiene la voz más bonita que Chayanne cuando canta Un siglo sin ti. Mi papito Pepe tiene su policlínico, mi mamita dice que gana bastante plata. Si gana bastante plata, ¿por qué no le dices que te compre siquiera un par de zapatos? ¿Quién crees que te da de tragar? ¿Acaso tu papito Pepe va a pagar ese helado que te estás tragando, ese pollo que se ha tragado tu mamita, ah, mocosa de mierda? Le voy a decir a mi mamita que me estás diciendo mocosa de mierda. Dile si quieres, vamos a ver a quién le cree. Antes tío Armando era bueno conmigo. Me miraba con ojos buenos. Vamos a construir un hogar los tres, le decía a mamita. Vamos a hacer que Chavelita tenga el hogar que tu ex no le quiso dar. ¿Tu ex es mi papito Pepe, mamita? No me hables nunca más de tu papito Pepe, ¿OK? Él es Rafael, desde hoy va a ser tu tío. Rafael, ella es Chavelita. Mucho gusto, Chavelita. ¿Armando tu tío? Jajajá, se reía Juan Manuel. Ese cabro cómo va a ser tu tío. A ese cabro no se le para. ¿Si es mi tío, por qué no va a la casa, mamita? Un poco más adelante. Al comienzo tío Armando era bueno, ahora es malo, si se cita con mamita es para irse después al Leo’s. No le digas a tu abuelita Flavia que hemos entrado al Leo’s porque sino no te compro nada para tu cumpleaños. Le dices que hemos estado jugando en el Complejo o que nos demoramos donde tu tía Silvia. Mejor le dices que estuvimos jugando en el parque de la comisaría. ¿Y si me pregunta la tía Aída? Aída ya sabe. ¿Ya con tu helado, Chavelita? ¿Vamos al Leo’s? Hoy día no, Armando, ¿no ves que está la niña? Ella qué va a saber. Estábamos en el parque de la comisaría y tío Armando le exigía a mi mamita para ir al Leo’s. Solamente un ratito, una remojada, y listo. ¿Vamos? Nos pusimos a caminar al Leo’s. El Leo’s está cerquita del parque de la comisaría. Tío Armando pagó quince soles y entramos a un cuartito. No mires, Chavelita, juega con tus bloques, ¿con qué bloques voy a jugar si no los he traído? Me sentó en un rincón. No mires, Chavelita, pero yo miraba. Mamita se sacó el jean azul, el calzón blanco que se compró la semana pasada en Ciudad y se echó en la cama con las piernas abiertas, y allí estaba su cucarachita llena de pelos negros, la cucarachita tiene una boca roja, tiene sus labios oscuros. ¿Tanto te demoras en el baño, mamita? ¿Tanta pichi haces? Tío Armando se puso de rodillas frente a mamita y le empezó a besar la cucarachita. No mires, Chavelita. Déjala que mire, que aprenda. Ah, ah. ¿Pepe también te sopeaba? ¿Pepe cachaba como yo? ¿Quién cacha mejor? Te amo, Armando, te amo. No mires, Chavelita. Chupa, perra. Azótame. ¿También se la chupabas a tu Pepe? Chuculún, papi. Cuéntame más. Qué más viste, me pide Juan Manuel. ¿Qué me das? Mis canicas. Y la bolsa de papitas que me traiga mi papá cuando regrese del colegio. ¿Tu mamita se la chupó a ese cabro? ¿Dices que se metió su pipilí en la boca? Tu mamita es una cochina. Le gusta la pinga. ¿Qué es pinga, mamita? Despacito, Armando, me va a doler, hace cuatro años, cinco casi, que no estoy con un hombre. Te enseño, sácate el calzoncito. No, me va a doler. Te duele siempre y cuando te la metan hasta el fondo, yo solo te voy a meter la puntita, la cabecita, la cabecita no duele, ¿cómo sabes, acaso te la han metido a ti, Juan Manuel? Y tío Armando se la empezó a meter a mi mamita, metió su pipilí dentro de la cucarachita de mamita, qué más, qué más, ya pues, cuenta, y qué me das, mamita decía duele, duele, mis chipitaps, ¿también te dolía cuando tu Pepe te la metía? ¿Mi papito Pepe también tiene pipilí? Todos los hombres tenemos pipilí, ¿de dónde crees entonces que viniste? Tu papito Pepe se vació dentro de tu mamita y por eso naciste tú. ¿Qué es vaciar, mamita? No hables tonterías delante de mi hija, Armando. Se me viene, se me viene, sácala, vacíate afuera. ¿Y salió manjar blanco del pipilí del maricón ese? A ti no te sale manjar blanco. A los chicos no nos sale manjar blanco todavía porque tenemos las bolas chicas. ¿Por qué a las mujeres no nos sale manjar blanco, mamita? No digas tonterías, Chavelita. Chúpamelo. No, me da asco. Chúpamelo. ¿Tanto demora mi mamita en el baño? ¿Y qué me das? ¿Le estará doliendo su barriga? Cinco canicas. Que sean diez. Qué pendeja eres, Chavelita. Mamita sufre de gastritis. Termina tu helado de una vez. Nomás que tengas quince añitos y te voy a hacer todo lo que le hago a tu mamita en el Leo’s. No hay que ir al Leo’s, mamita. Solo un ratito, Chavelita, y después nos vamos a la casa. Te voy a cachar si no terminas tu helado de una vez. Le voy a contar a mi mamita. Cuéntale y te corto el pescuezo. Le voy a contar a mi papito Mauro. Tu papito Mauro está muerto, mocosa de mierda. Mi papito Pepe te va a pegar. Tu papito Pepe no existe. Ahora yo soy tu papito. Juan Manuel dice que eres un mariconazo. Armando se pone colorado. La próxima le voy a echar racumín a tu helado para que te mueras con dolor de panza. ¿Nos vamos? Al fin regresa mamita. Voy a terminar mi helado, mamita. Te esperamos. Apúrate. No seas impaciente, Armando, deja que coma despacio. Últimamente mamita se maquilla bastante. Está media arrugada, tiene los cachetes colgados, el otro día cumplió treinta y tres años, esta noche te voy a crucificar como a Cristo, decía tío Armando. Tiene hoyitos en la piel del rostro por eso se echa bastante polvo, se ha pintado los labios, tu mamita tiene una bocota porque es una chupapingas, mentira, mamita no es chupapingas. ¿Tú eres chupapingas, mamita? Mamita se pone colorada. ¿Entonces por qué se pinta como las putas que hay al frente del María Auxiliadora? Se parece a esas gringas que salen en petardas toda pintarrajeadas. No, mamita se pinta porque está un poco anémica y con el rubor quiere darle un poco de color a su rostro. Tu mamita es una puta y loca. Cuenta, cuenta cómo lo hicieron en el Leo’s. ¿Por qué mamita se enfermó, abuelita Flavia? Porque tu papito Pepe es malo. No quiere darte una pensión. Tú eres su hija y no te quería reconocer. Tu mamita le dijo estoy embarazada y tu papito Pepe quiso que abortara. ¿Qué es abortar, abuelita? No quiso que tú nacieras. Dijo que una hija no estaba en sus planes, en sus proyectos profesionales. Compras preservativo porque estoy en mis días peligrosos. Tu mamita no nos dijo que salía con un hombre casado. Es que me enamoré de él, Chavelita. Era guapo, alto, tenía una voz bien bonita. Tiene su policlínico. Algún día lo vas a conocer. ¿Y te vas a casar con mi papito Pepe? Claro, hijita. ¿Y vamos a vivir los tres juntos como Juan Manuel y sus papás? Claro, Chavelita. ¿Entonces por qué estás con tío Armando? Armando es mi amigo nomás. Armando es el cachero de tu mamita. Mentira, es su amigo nomás. ¿Acaso los amigos se van al Leo’s a cachar? Mamita está enamorada de mi papito Pepe. Todas las noches saca el retrato que tiene escondido en el cajón donde guarda su ropa interior y le da un besito, me dice dale un besito a tu papito Pepe y yo le doy un besito a mi papito. ¿Cuándo me llevas a conocer a mi papito Pepe, mamita? Algún día te voy a llevar, cuando crezcas un poco más. Te voy a llevar al hospital para que lo conozcas. ¿Mi papito Pepe también está enfermo? No, él trabaja allí. ¿En el hospital donde estuviste el año pasado, mamita? El año pasado mamita casi se vuelve loca y estuvo internada un mes en el hospital Rebagliati. Lloraba mucho por mi papito Pepe y se quería morir porque mi papito Pepe no le hacía caso. No quería comer y se puso flaquita, hueso y pellejo como en el cuento que me lee mi abuelita Flavia antes de irme a dormir. Ahora sigue flaca, cuando se quita la blusa y el sostén se ve que es flaca. Tiene las tetas colgadas. ¿De qué es esa cicatriz que tienes en la barriga, mamita? De mi operación al hígado. Tiene un corte en el lado derecho de la barriga, es una cicatriz de color marrón. Mamita se golpeó la cabeza por eso es media loquita. En el colegio dicen que está loca, pero mamita no está loca porque los locos son los que andan calatos en las calles, mamita solamente se quita la ropa cuando está en el Leo’s con tío Armando. No mires, Chavelita, pero yo sigo mirando, porque si no miro Juan Manuel no me va a invitar sus chizitos, no me va a regalar sus chipitaps ni sus canicas. Cuéntame, cuéntame, Chavelita, ¿qué más le hace tu tío Armando a tu mamita? ¿A tu mamita le gusta? Sí, porque dice rico, rico, lo haces mejor que mi ex. ¿Terminaste ya, Chavelita, para irnos? No, mamita, todavía me falta un poquitito. Lo terminas otro día, vámonos de una vez al Leo’s. Vamos, mamita.

No comments yet

 
Theme By Arephyz, Modified By: §en§ei Magnu§ and Powered by NEO