LAS FILIGRANAS DE PERDER

mayo 30, 2007

El Instalador - Capítulo 2



EL INSTALADOR
Néstor Pedraza, Alex Acevedo, Carlos Ayala




---PALEOZOICO---




SIETE HIERBAS Y UN GATITO


El artista asume una actitud de choque tanto en su vestimenta como en sus acciones personales con la idea de perturbar la tranquilidad apelando al escándalo.

Baldomero Hernández.



Mientras la estrangulaba, sólo pensaba en lo bello o lo urgente que sería que no se sacudiera tanto...


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En cambio ahora, que sostengo su cuerpo como si fuese un niño dormido, en una posición horriblemente in-cómoda sobre el sanitario para que no se vean mis pies bajo la puerta, con un dolor creciente en el cóccix por estar apoyado sobre el tubo del agua a presión, me doy un instante para divagar. Recuerdo que no escuché sonar el despertador esta mañana. Es probable que me haya levantado antes que la alarma electrónica se encendiera, y que ésta hubiera intentado en vano obligarme a salir de la cama muy a las seis, cuando yo ya me encontraba en la ducha. No por eso deja de resultar preocupante la posibilidad de que el aparato haya dejado de funcionar.

Alguien entra al baño, pasan unos segundos en los que seguramente está echando un vistazo, se apaga la luz y se cierra la puerta. Procuro levantarme, pero

mis piernas están entumecidas y por poco caigo de bruces, con lo que habría hecho gran escándalo y, de paso, me habría quebrado el cráneo. Repuesto, apro-vecho para sentarme en el suelo con ella sobre mí, cargando el peso de ambos sobre el muslo derecho para dejar descansar mis nalgas adoloridas. En mi cabeza, repaso el allegro maestoso del concierto para piano y orquesta número uno, de Liszt. Acaricio sus cabellos en la oscuridad, como quise hacerlo varios meses atrás, cuando descubrí sus ojos tranquilos y sonrientes que entraban a ver una película nacional en un cine club del centro. Yo, solo también, me senté dos filas detrás de ella y me grabé de memoria la forma de su cabeza, pequeña, muy redonda, adornada por cabellos oscuros de brillo azulado. Un investigador privado, exsargento del Putumayo, era contratado por un español, preso en La Modelo de Bogotá, para hacerle un seguimiento a su mocita, mientras yo, haciendo el ademán de recoger un imaginario objeto perdido en el suelo, ponía mi barbilla sobre el asiento vacío de enfrente, alargando la nariz en un intento infructuoso de reconocer su perfume. El investigador se comía con la mocita del español y su sobrino se comía con su mujer. Mi mente no lo-graba encajar las escenas de la actriz porno y de la española lacrimosa, prefería recrear las imágenes de aquellos labios delgados, muy finos, que ahora no podía observar.

En los avemarías que sucedieron al tiroteo, ya hacia el final, descubrí que me había perdido la mayor parte de la trama por fijarme en cada movimiento de ella, y pensé que ese hecho en sí mismo, ameritaba indagar a fondo las causas de aquella atracción. Al salir, seguí por algunas calles sus botas altas y el trigueño de sus piernas firmes, sin medias, que alcanzaba a asomar bajo una falda que llegaba un poco más abajo de las rodillas...




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