LAS FILIGRANAS DE PERDER
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

julio 13, 2008

En cumplimiento del deber - Colaboración desde España


EN CUMPLIMIENTO DEL DEBER
Senén Rodriguez Perini

“¡Hoy me toca a mí!, recuerdo perfectamente que anteayer lo bañaste vos.” La Sheila estaba furiosa, y este era un dialogado permanente los días de baño de Arturito entre las enfermeras del pensionado. No pasaba lo mismo cuando se trataba de cualquiera de los ancianos internados o de los otros deficientes mentales. Arturito, joven de 26 años que no conocía otro hogar, siempre era motivo de discordias.

“¿El miércoles?, ¿el miércoles?, ¡vos lo bañaste el miércoles, no te hagas la viva, bien clarito lo tengo! Vos siempre haciéndote la loca. Hoy es viernes y me toca a mí. El miércoles fuiste vos y si quisieras podrías acordarte que Don Carlos te volcó el café con leche en la túnica y tuviste que ir a cambiarte y aprovechaste para llevarlo al baño y resolver. ¿O ya te olvidaste, ya?” La Carola no se quedaba atrás en las discusiones, y en este caso sus apreciaciones habían sido fulminantes, se podía ver el efecto demoledor de ese dato del café con leche en la cara de Sheila. Estaba descubierta. Como frente a un jurado se confesó culpable.

“¡Tenés razón, tenés razón!, terminala de una vez, me había olvidado de ese asunto de la mancha del café, ¿nunca te olvidas de nada vos?”, le respondió irritada. No estaba enojada, simplemente frustrada y retrocedía en el campo de batalla, aceptando los argumentos irrefutables de Carola.

Toda la discusión, como era rutinario dentro del pensionado los días de baño, con la sola excepción que alguna de ellas faltara a su trabajo, era seguida con interés por Arturito que las miraba entusiasmado desde su oligofrenia franca, a la espera de órdenes simples.

Victoriosa y esperanzada, la voz de Carola resonó en la antesala con una mezcla de orden y cariño.

“¡Arturito!, vení viejo, vamos a bañarte, venga con Carolita que lo va a bañar.”

La cara del deficiente mental esbozo una sonrisa y entro al baño con pasos torpes, quitándose la ropa en forma automática. Atrás de él pasó la enfermera y trancó la puerta.

Arturito disfrutaba el baño con agua calentita, y siempre le daban el patito de plástico que a él le encantaba. Cuando se iba a sacar el calzón que ocultaba una muy abultada sorpresa, la voz de Carola volvió a retumbar en el baño cerrado, ahora con más cariño que orden, en la mezcla de tonos:

“¡No Arturito, eso no, el calzoncillito se lo quita Carolita como siempre, ¿nunca se acuerda, mi bobito chiquititito?”

Arturito sonreía con placer, jugando con el patito, mientras la enfermera hacía sus deberes. Esta parte era la que más le gustaba del baño.

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

septiembre 21, 2007

La Payada - Colaboración desde España


LA PAYADA
Senén Rodriguez Perini

La cuerda de la viola
vino a romperse justo
cuando el malevo Acosta
comenzaba a decir su parlamento.

La sorpresa duró pocos segundos,
la escena se vivió en cámara lenta,
el sonido irritante de la cuerda
fue muriendo entre murmullos sin protestas.

Al final el silencio fue total, cual cementerio,
nadie se animaba a moverse de su sitio,
el guitarrero miraba asustado al payador
y este lo contemplaba nervioso y confundido.

Juan Acosta parecía congelado, cual estatua,
con la mano derecha pronta para acompañar su prosa,
de boca abierta, mudo,
esperando el acorde que jamás llegaría.

Pero el asunto no tuvo consecuencias,
el malevo dijo: “Son cosas del destino”,
mandó servir otra vuelta de vino.
y esa noche no hubo cortes, gritos ni asesinos

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

Rutina de Malandro - Colaboración desde España


RUTINA DE MALANDRO
Senén Rodriguez Perini

El termo estaba lleno y el mate parecía recién iniciado, así que sin pensarlo demasiado se cebó uno. Fue chupar y escupir. Frío y superlavado, intragable. La alfombra multicolor mezcla de verdes, azules y marrones oscuros, vieja y mugrienta, ocultaría las manchas. Además ¿a quién le pondrían importar?

Vació el termo en la caldera y la puso a calentar. Notó que quedaba muy poco gas, quizás no le alcanzara. Igual vació el mate y buscó yerba en las alacenas. Nada. Sólo telas de araña y polvo. Una cucaracha salió despavorida.

—¡A la mierda el mate! —, gritó, y lo tiró en la pileta.

Abrió la llave y no salió nada, por el contrario el caño chupó aire. El agua estaba cortada.

—¡Ta que lo pario, carajo! —dijo en voz baja.

Tenía mucha sed. Algo de tomar tenían que haber dejado, se cambiaban las guardias cada doce horas.

La heladera daba lástima, provocaba dejar algunas monedas adentro para ayudar. Logró encontrar un sifón de soda al costado de la mesada de la cocina con fecha de vencimiento desconocida. Fecha de envasado tampoco tenía. Por más que la miró por todos lados no la descubrió. Se arriesgó a probar un buche. Lo paladeó un poco, tragó... estaba buena. Se sirvió un vaso grande.

Tenía aceptable efervescencia. Al terminar de tragar le salió un “aaaahhhhhh” de satisfacción seguido por un sonoro eructo. Se sirvió otro vaso pero no alcanzó a llenarlo. El sifón resoplando anunció que solo le quedaba aire a presión.

Con el vaso en la mano prendió un cigarrillo y se sentó en el sillón desvencijado. La ópera llenaba el ambiente. Ese tema le gustaba especialmente, fue a la compactera y repitió el surco. El volumen estaba bien alto, la música lo traspasaba.

¡Ah... la ópera!, ¡que voz ese tano cieguito!, llegaba al alma, realmente. Por un momento cerró los ojos y se sintió como transportado. El teléfono celular lo volvió a la realidad.

—Bien Jefe, así que se creen que estamos jugando. Sí Jefe, delo por hecho.

Cerró la tapita del aparato. Miró los cuerpos atados y amordazados en el suelo. Le gustó la vieja que lo miraba con ojos aterrados. Agarrándola del pelo la obligó a levantarse y la empujó por las escaleras hacia la salida de la casa de campo abandonada. No tenía miedo a mirones porque sabía bien que no había nadie a kilómetros de distancia.

Abrió la valija del auto, la tiró adentro sin miramientos, arrancó, manejó una hora y en el cruce de dos carreteras secundarias se detuvo. La sacó a los tirones, la arrastró hasta el árbol frondoso y le metió dos plomos de la 45 en la cabeza. El cuerpo quedó boca abajo desangrándose en el pasto freso.

Llamó por el celular:

—Está pronto Jefe, en el lugar que indicó. Un rehén menos. Vuelvo entonces, espero instrucciones.

Volvió al aguantadero, quería escuchar otra vez al italiano cieguito ese, iba pensando: "Qué voz del carajo!, ¿cómo puede cantar así?, ¿de dónde sacarán esa sensibilidad que conmueve?"

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

septiembre 04, 2007

Breve Encuentro Confundido - Colaboración desde España


BREVE ENCUENTRO CONFUNDIDO
Senén Rodriguez Perini

¡Doctor! —gritó al cruzarse con nosotros en la calle dirigiéndose hacia mi— ¡qué bueno que lo veo, Doctor!, ¿cómo está usted? —, yo le contesté pausadamente, “bien, bien, aquí estamos, ¿cómo va todo?”, y el hombre siguió como en un informativo tipo flash.

—... ya la pasaron al gastroenterólogo que le pidió un estudio especial del estómago, por suerte como usted ya había sospechado, del corazón no tenía nada y mire que le hicieron todos los estudios, hasta ese del aparatito las 24 horas y no salió nada, está mejor que yo, pero algo encontraron en el estómago, inflamado creo que me dijeron, si yo me acordaba de usted que fue el primero que nos alertó de esa posibilidad, ¡no sabe cómo agradezco su interés!

Era como una ametralladora, intenté tranquilizarlo, “pero por favor, no faltaba más, menos mal que pudimos solucionar y ahora le van a hacer los otros estudios, seguramente”, él consentía nervioso moviendo afirmativamente la cabeza.

— ¡Sí doctor, ya mañana empiezan la rutina de estudios digestivos, por allí está la cosa bien decía usted, nosotros estábamos tan nerviosos, pero por suerte es algo menor, quizás una úlcera, pero nada comparado con lo que nos imaginábamos...!

Mi voz ahora era complaciente y trasmitía seguridad, “bueno mi amigo, me alegro que las cosas estén encaminadas, ya sabe que siempre estamos a las órdenes”, esto desató una gran sonrisa en la cara colorada del hombre, nervioso y deseoso de trasmitir su agradecimiento.

— ¡Muy agradecido, doctor, muy agradecido! Se va a quedar contenta mi señora cuando sepa que lo encontré, que lo pase usted muy bien!

Decidí darle un toque final de familiaridad: “Me saluda a la señora”, el hombre me contestó rápidamente dándome la mano con vehemencia, “¡claro que sí Doctor, tenga buenas noches!”, me despedí cariñosamente, “igualmente para usted, nos estamos viendo”. Mi amigo había contemplado toda la conversación guardando un respetuoso silencio, en el momento que el señor se alejaba me preguntó intrigado:

—¡Pero mirá vos! ¿y desde cuándo sos médico?, hace añares que trabajamos en la oficina y no estaba enterado che, ¿quién era ese tipo?

Le fui totalmente sincero, “la verdad, no tengo ni idea”. Ahora estaba todavía más asombrado: “¿Y la señora?”,siguió preguntando. “ Menos”.

—¿Pero entonces cómo le seguiste la conversación si no sabes quién es?

—Pues yo no sé quién es, pero él estaba seguro que estaba hablando con quien quería hablar, ¡no viste que felicidad tenía de poder contarme todas esas cosas! ¿Con todos los problemas que tenemos, todavía vos querés que le pinche el globo a ese hombre? Si él está convencido que justo encontró a quien quería encontrar y que charló con su médico y para mejor cuando hable realmente con el médico, esos tipos tienen tantas consultas que no se va a acordar de nada y le va a decir que sí, que todo estaba bien... ¡¡y todos felices che!!

Se ve que fui muy convincente porque mi amigo pensó un momento, se rascó la pera y estuvo de acuerdo: “Y pa que te voy a decir que no, si sí. ¡Tenés razón, hiciste bien!”

Y aclarado el punto, seguimos caminando en la noche Montevideana hacia nuestro destino.

La vida fluye.

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

septiembre 03, 2007

Amor Profundo - Colaboración desde España


AMOR PROFUNDO
Senén Rodriguez Perini

“Nunca querré a nadie más, y vos lo sabes bien”, dijo despacito mientras acariciaba suavemente el brazo femenino desde el hombro a la mano en un movimiento pendular, jugueteando con la alianza de oro y brillantes.

“Para siempre es para siempre, mi amor”, le susurró en el mismo tono mientras besando la cabeza apoyada en su hombro apretaba la cintura pequeña y sensual, atrayendo para sí el cuerpo deseado.

“Nuestro amor es eterno”, confesó, y mantuvo unos minutos la mirada perdida en el horizonte, por sobre la cabeza de largos cabellos rubios, viendo la inmensa luna en el cielo despejado y cómo su luz plateada se reflejaba en el mar calmo. A esa hora de la madrugada no había nadie en las cercanías, eso daba una especial intimidad al momento.

“Ya es hora, mi amor” dijo por fin con un suspiro, y agachándose ordenó las piedras en el gran saco de lona gruesa donde estaban las piernas. Con gran paciencia y dulzura acomodó dentro el cuerpo, los brazos y la cabeza, cerró fuertemente el saco empujándolo sobre el borde del muelle. Luego de una brevísima espera, sintió el ruido del bulto al caer al mar y hundirse.

“No estarás sola, mi vida, tu amante te espera en el fondo desde ayer”, anunció en el mismo tono, y comenzó a caminar hacia el auto. “Va a ser una madrugada fría”, pensó.

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

agosto 16, 2007

Ruta de Purificación - Colaboración desde España


RUTA DE PURIFICACIÓN
Senén Rodriguez Perini

Subió uno a uno, lentamente, los cinco mil escalones hacia el antiquísimo Templo en el lejano Tíbet, buscando la purificación de su Ser, en lo más alto de la montaña.

Esto solo, de por sí, es muestra de una inmensa constancia para alguien acostumbrado a la vida sedentaria de una oficina estatal y algo pasado de peso. Pero la fe todo lo puede. Al llegar a la cúspide jadeando y traspasar el inmenso portón milenario, sintió su cuerpo invadido por un placentero calor. Reconfortado pese al esfuerzo, y con cierto orgullo por llevar tan bien sus cincuenta y cinco años, hizo girar los extraños y pesados cilindros con inscripciones desconocidas para sus ojos, uno tras otro tres veces cada uno de los veinte, según había estudiado antes de emprender su viaje de conocimiento.

Al llegar al último se sentía tan lleno de energía, que su pecho parecía oprimido de tremenda carga positiva. Caminó extasiado hasta el altar y prendió una larga vara de sahumerio, se hincó respetuosamente frente al pequeño Buda dorado rodeado de deidades y flores de loto, juntó sus palmas elevándolas tres veces hacia el infinito y bajándolas simbólicamente hacia la madre tierra de la que somos y seremos parte, y luego se inclinó hasta tocar con la frente el piso de piedra pacientemente cuidado —como todas las riquezas simples del templo— por los monjes que viven desde tiempos inmemoriales allí.

El haber logrado cumplir todas las metas que se había propuesto mucho tiempo antes y que fueron planificadas hasta el mínimo detalle, lo hizo tan feliz que se sintió inundado de sensaciones desconocidas. Junto al calor placentero en todo el cuerpo y a esa energía divina que le oprimía el pecho, comenzaba a sentir un incipiente mareo —fácilmente superable— por el concentrado humo y olor de los cientos y cientos de sahumerios y velas prendidas en el recinto breve, una abundante transpiración empapaba su ropa generando gruesas gotas que le corrían por la frente —nada raro luego de los sacrificios realizados— y que mostraba como un blasón orgulloso, prueba de su decisión y constancia a los monjes y demás peregrinos que lo acompañaban mirándolo a él, un occidental, cada vez con más asombro ante el logro de semejante hazaña.

Un monje, con cara de alarma y señalándolo, algo le quiso trasmitir en su idioma, del que no entendió ni media palabra —cosa que lamentó, porque seguramente era algún viejísimo consejo o un arcaico mantra, pero él nada podía hacer— por lo que se limitó a agradecer tanto interés por su simple persona, bajando varias veces su cabeza. Los cantos plañideros le producían un profundo estado de desconcierto.

Dejó atrás al monje que lo seguía mirando fijo y conversaba a grandes voces con otros de sus pares que también lo miraban atentamente, y allí se sintió más cerca de su kharma, se sintió iluminado, comenzó a entender ese extraño mundo esotérico incomprensible para el humano común de este lado del mundo y el gozo se apoderó de él, emocionándolo de tal forma que se le hacía un nudo, como una garra en el cuello y una sensación de hormigueo e incluso de dolor leve, se le irradiaba al brazo, lo que le demostraba que estaba llegando al máximo de comunicación con lo celestial y casi se elevaba del mundo material.

Comenzó a retroceder por donde había llegado, siempre sin dar la espalda a la deidad, con pasos dudosos, la cabeza baja, muy mareado por la emoción de encontrarse en ese estado espiritual tan especial.

Antes de llegar a la puerta del milenario templo, hizo el infarto masivo que lo condujo al Nirvana de forma expedita.

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

Acto de Desaparición - Colaboración desde España


ACTO DE DESAPARICIÓN
Senén Rodriguez Perini

El lugar ideal lo encontró junto al borde de un pequeño barranco arenoso. En la base puso un tablón grande, en un ángulo de 45 grados, colocando en el centro con perfecto balance, un palo al que ató una cuerda larga. Delicadamente fue aflojando la arena y tierra seca de la base. Demoró poco menos de una hora para dejar pronto el mecanismo que aseguraba el efecto.
Sin apuro (pero sin pausa) cavó un hueco grande, cómodo, y la tierra que sacaba la fue distribuyendo con mucho cuidado sobre el mismo tablón, procurando que no perdiese el equilibrio. Cuando llegó a la profundidad deseada, colocó en su sitio la cuerda, tomó unos tragos de agua de la cantimplora, luego la guardó en el hueco junto con la pala, se acostó adentro y jaló de la cuerda.

Tal como lo había previsto, esto desprendió el tablón que resbaló cayéndole arriba y tapó perfectamente la fosa, y sobre este cayó toda la tierra suelta y la que se desprendió del pequeño barranco al desmoronarse su saliente, tapando completamente la madera y no dejando huellas de trabajo humano.

En completa oscuridad, pero aún con aire, llevó el 38 de caño corto a su boca. De afuera no se sintió nada.

Se "desapareció" impecablemente.

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

agosto 05, 2007

Ayer, Hoy y Mañana - Colaboración desde España


AYER, HOY Y MAÑANA
Senén Rodriguez Perini

No creía lo que veía. La menor de las Arrospide, Cristinita, con la que jugamos tanto de chicos, con la que enloquecíamos a las maestras, aquella amiga entrañable de mis lejanas épocas de niñez e incipiente adolescencia, estaba otra vez frente a mí: el destino nos había juntado a la entrada de un teatro en la ciudad vieja.

Nos habíamos dejado de ver muy jóvenes, cuando mis padres se vinieron para Montevideo y su familia quedó en nuestro Salto natal. Luego —y qué bien lo recordaba—, nos encontramos de pura casualidad cuando apenas pasábamos los veinte años; una vez, una sola vez, en plena dictadura, después de una pintada contra los fascistas.

Había sido una sola noche, pero quedó marcada al fuego en mi recuerdo para siempre. Fue un encuentro con un amigo en un boliche del centro. Él vino acompañado por la novia y una amiga. Vos eras esa amiga y allí nos volvimos a ver, aunque realmente nos reconocimos cuando estábamos frente a frente sentados en la mesa del café. "¿Cristinita?... ¡No puede ser, Cristina Arrospide!, ¿sos vos? ¿Y dónde esta la rubia de trenzas, aquella con la que jugábamos a las escondidas, la de pecas y cachetes colorados?"

"Sí, soy yo. La rubia creció, Carlos, los años pasan". Y siguieron los recuerdos en avalancha.
Eran tiempos duros, de plomo, por eso no pudimos permitirnos mucho tiempo. Quedamos en vernos, me diste tu teléfono y yo prometí llamarte, pero vino la cárcel, el exilio, la separación, y otra vez dejamos de vernos, hasta ahora.

Habían pasado casi treinta años más, pero el reencuentro renovó las picardías de aquellos tiempos. Seguramente también ella recordaba cada detalle en esa especie de carrusel mental que tenía los engranajes oxidados y que ahora el reencuentro lubricaba, haciéndolos girar incansablemente, generando imágenes tan queridas, desempolvando los recuerdos casi olvidados, girando y girando sin parar.

Concordamos que este encuentro no podía ser casual, tendría un motivo. Del hoy y del nosotros a los lugares conocidos y los que tenemos por conocer y por la necesidad de recomponer nuestras existencias y cómo se nos fueron nuestros viejos, y los pibes que han volado y hecho nidos propios y la soledad que nos avanza, y cómo es feo sentirnos solos, y este soplo de vida, de aire fresco el estar otra vez juntos, que de tan chicos nos hacía tan felices y que de jóvenes la vida no nos había permitido disfrutar mejor, y, y...

Por eso estamos ahora reviviendo. Ahora parece que siguiésemos jugando desde nuestra madurez con la vida, enloqueciendo ya no a profesores y maestros, sino a los hijos, las hijas y los nietos. Nadamos en un mar de coincidencias, empapándonos en todo lo que antes no podíamos reconocer, lo que antes no sabíamos.

Por fin dejamos de lado el Teatro y nos fuimos al mismo boliche, ese en el que nos habíamos reencontrado aquella noche, lejano 1974, otoño, un día de frío húmedo que avisaba la proximidad del invierno. Buscamos instintivamente la misma mesa, sin haberlo programado.
Caballero, separé la silla y vos dijiste: "Me parece un deja vú", porque era la misma silla y yo, casi cuatro décadas mas joven, también supe repetir ese movimiento. Ella no lo había olvidado.

"Fue cerveza, ¿no es cierto?", dije mirándola fijo, repasando que aunque los años habían pasado para los dos, esos ojos caramelo tenían la misma, exactamente la misma mirada de aquel tiempo "Sí —aseguré canchero sin esperar la contestación—, estoy bien seguro que los dos tomamos cerveza."

"Doble Uruguaya —dijiste enseguida—, aquella de botella barrigona, ¿no te acordás? Y vos pediste un sandwiche caliente y yo..."

"¡Pizza... vos pizza, dos porciones de pizza con fainá!, cómo no me voy a acordar —retruqué retomando la iniciativa en los recuerdos— si me llamó la atención la cantidad de pimienta que le pusiste, casi estornudo de mirarte", terminé entre risas. "Por el frío, la pimienta por el frío, me encanta ponerle mucha pimienta a la pizza ‘a caballo’, y ese día hacia un frío increíble... mirá cómo te acordabas... y yo puedo decirte que cuando llegaste, la primera vez que te vi traías puesta una boina como el Che, que te quedaba hermosa. Eras tan guapo, alto, elegante..."

"Y tenía un susto impresionante —le confesé—, los milicos habían estado a punto de agarrarnos con cantidad de publicidad y unos crayones negros que me ensuciaron las manos". "Me acuerdo —dijiste entrecerrando los ojos—, las tenías negras del carbón, estabas todo sucio... ¡que días tan feos nos tocó vivir!, más vale ni acordarse de eso." Bajaste la mirada y la dejaste fija en la mesa, como presa en recuerdos tristes.

Yo te traje otra vez al presente: "¡Y ahora me lo venís a decir, veinticinco años después! Pero no me jodás Cristinita... ¡veinticinco años después!"

Asombrada volviste a mirarme y preguntaste: "¿Qué fue lo que te dije veinticinco años después, me podés decir? Y yo: "Lo de la boina, eso que decís de que me quedaba linda, eso de que era alto, elegante, que era un pintún bárbaro a tus ojos, eso". Sin quererlo me quedé medio pensativo, entonces intentando retomar la alegría le pregunté: "¿Y cómo vas a decir ‘eras’... mira que la pinta todavía la tengo, vengo siendo un galán recio maduro, vengo siendo", dije de un tirón con voz tanguera, haciendo un gesto con los ojos y sugiriendo que me tocaba el borde del sombrero como Carlitos Gardel.

"¡Seguro que seguís siendo!, ¿quien te ha dicho lo contrario?", dijiste sin anestesia, y quedé en la lona completamente noqueado, tanto que el árbitro podía contar hasta mil que no me levantaba. Es cierto que no esperaba tanta sinceridad, pero lo que más me había impactado era el tono de voz con que habías dicho todo. El "seguro que seguís siendo" casi te había salido con bronca, como reprochándome que pudiese pensar que vos no lo creías, y el "¿quién te ha dicho lo contrario?", con un cariño reconcentrado de años, que era como una caricia sostenida, más cuando la acompañaste con un cambio en el brillo de los ojos, que casi parecían estar a punto de llorar, desbordados de amor.

"Y de vos... ¿qué puedo decir de vos...?”, le dije casi susurrando. “Que a mis ojos sos mucho más hermosa que aquella maldita vez en que te volví a tener y te volví a perder en mi vida, oculta por la gorrita coqueta marrón —mira cómo me acuerdo— y la cara tapada por la bufanda hasta los ojos. Parecías una afgana con los burkas esos que ahora vemos en la televisión. Pensar que sólo fueron unas horas y después cada uno a sus tareas y dejamos de vernos otra vez, ¡que destino maldito! Pero te cuento que pese al tiempo, esos ojitos siguen igual de hermosos y vos toda estas tan, tan..."

"¡Pará un poquito!”, me cortaste. “¿Qué te pasa?, nos conocemos desde niños... ¿te me estás declarando ahora?", propusiste a las risas y después ya mas seria: “¿Y por qué decís eso de ‘aquella maldita vez en que nos volvimos a ver?’

"Lo de maldita es porque te dejé ir, ¿entendés?, porque te dejé ir y desde hace veinticinco años he lamentado no haberte dicho lo que descubrí en ese momento, allí en el boliche, en el medio del remolino que ha sido nuestra vida, decirte que fue verte y descubrir que el cariño de niños era amor. Te lo repito, quizás no pude decírtelo —quizás ni tiempo tuvimos para nosotros— había que seguir la militancia, pero era —y es— amor. Te aseguro que hasta hoy te he extrañado, que jamás te olvidé, siempre te quise."

Quedaste confundida pero enseguida te repusiste: "¿Vos no acabás de retrucar el por qué no te lo hice ver hace tantos años?, la vida se nos va Carlos, el tiempo es cada vez mas breve... ¡y no pienso repetir esa equivocación de nuevo! Decís bien, no tuvimos tiempo para nosotros, nuestros destinos se han cruzado ya tres veces y ahora con la madurez me doy cuenta que en esas poquitas horas vos no entendiste mis mensajes y yo no supe manejar tu timidez... porque me pareciste tan heroico en ese entonces, tan valiente... quizás casi tan valiente como tímido, porque eras muy tímido..."

Seguramente me puse colorado, porque señalándome acusadoramente con el índice de la mano derecha moviéndolo para arriba y abajo me dijiste entre carcajadas: "¡Se puso colorado!, seguro que le acerté, lo seguís siendo! ¡Seguís siendo tímido pese a los años!

Entonces no me pude aguantar: "¡Carajo!, pensar que yo me quise dar de canchero... pero tenés razón, pese a los años sigo siendo un tímido de mierda, un tímido que no va a dejar que pase de nuevo lo que nos pasó en aquellos días tristes."

"¿Y que nos pasó?”, dijiste intrigada. "Que no aproveché esas pocas horas de calma en la tormenta para decirte de frente cuanto te quería, que no las aproveche para abrazarte, besarte, amarte. Cristina... fui un miserable tonto que nos hizo perder media vida juntos y bien decís, ¡no nos va a pasar de nuevo, te lo juro!", y sellé mi declaración agarrándole fuerte las manos sobre la pequeña mesa del boliche. Vos las dejaste en las mías con un leve temblor y ese morderte lentamente el labio inferior mientras me traspasabas al mirarme, me dieron la contestación sin necesidad de palabras. Los dos sentimos que la mesa nos separaba molestándonos y casi la pateo a un lado cuando llegó el mozo con las cervezas y tuvo que carraspear varias veces, cada vez más fuerte, para que nos soltáramos y así poder servirnos.

"¿Qué son casi treinta años?", te pregunté, y vos, triste contestaste: "Toda una vida Carlos, toda una vida". Entonces yo te hice ver, siempre alegre: "Una vida, decís bien, pensalo: una vida, esa fue una vida. Esta que empieza hoy es otra, no lo dudes. ¿Qué cuanto durará? Sólo Dios lo sabe, pero lo que dure, ¿sabés? Lo que dure será todo nuestro, todito."

Vinieron otra vez las risas, las sonrisas, los abrazos, los cuentos, las desgracias, su viudez, mi divorcio, nuestros hijos, los nietos que no tuvo y los que me regalan su alegría día con día, sus estudios, mi carrera de arquitecto, el viejo Uruguay, la vieja España, Suecia, todas las experiencias, hasta el hoy.

Por primera vez en mucho tiempo no me sentí solo. Cuando salimos rumbo al futuro abrazados como dos adolescentes del boliche, no pensábamos perder tiempo lamentando el ayer, lo que había podido ser, lo que habría sido. Las vivencias de antaño no eran más que recuerdos, ahora la prioridad era vivir el hoy. Y vivirlo febrilmente, disfrutando cada hora, cada minuto, cada segundo.

El ayer ya fue, y pos... ni modo, como dicen los hermanos mexicanos, el hoy es hoy y hay que vivirlo a plenitud, y para nosotros es algo invalorable. Y el mañana, sea como sea, dure lo que dure, venga como venga, el mañana para dos almas enamoradas será intenso, será hermoso, será inmenso. ¿Quién puede decir cuánto nos queda?, fue desafortunado no haber tenido estas vivencias casi treinta años antes, pero peor seria no haberlas tenido nunca.

—Te das cuenta —le dije filosófico—, la vida nos está dando una nueva oportunidad... ¿Sabes a qué poquita gente le sucede?

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

julio 20, 2007

Sobre la Libertad - Colaboración desde Barcelona, España


SOBRE LA LIBERTAD
Senén Rodriguez Perini

Tremendo fue
encontrar la jaula abierta,
y ver el pájaro adentro,

muertas sus ansias de libertad,
picoteando las migajas,
sometido.

Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Senén Rodriguez Perini. Mostrar todas las entradas

Embarazo a Término - Colaboración desde España


EMBARAZO A TÉRMINO
Senén Rodriguez Perini

Había sido un embarazo totalmente normal, hermoso, sin ninguna complicación, rodeada del apoyo y cariño de su familia tal como ella lo soñaba, tal como lo había deseado toda la vida.

Estaba en los seis meses, el pequeñito se movía vital dentro de su cuerpo, ella se tocaba la panza frente al espejo mirándose con orgullo.

Lo único raro de esa mañana fue la pequeña mancha amarronada en la piel junto al ombligo, que la puso nerviosa. Consultó. El médico le dijo que era una mezcla de reacción alérgica simple y un típico fenómeno de aumento de hormonas en el embarazo, algo sin importancia, de nombre técnico "cloasma gravídico", y que era más común verlo en la cara, pero en ocasiones se daba en otras partes, que no se preocupara.

La tranquilizó.

Al séptimo mes la mancha ocupaba más de la mitad de su abdomen y en sectores era verdosa.

Notó además unos movimientos muy superficiales, debajo de la piel, cada vez más molestos y fuertes. Podía tocar algo alargado moviéndose en su barriga —no entendía bien si dentro o fuera de ella—, sentía movimientos de reptación, pero como no tenia experiencia, creía que era el bebé que estaba más grande y la golpeaba con más fuerza.

Volvió a preocuparse pensando si vendría con malformaciones, con problemas... pero no quiso consultar otra vez al galeno. Tenía una mezcla de miedo ante la posible respuesta y vergüenza de mostrar el estado de su barriga.

Quedó horrorizada el día que sintió un dolor agudo en lo más bajo de su vientre al inicio del octavo mes, cuando vio una especie de antena rojo parduzca saliendo de su vulva que le tactaba cuidadosamente los muslos, la parte interna de las piernas, y reconocía centímetro a centímetro su bajo vientre.

Paralizada observaba su entrepierna y recién allí recordó aquella pesadilla que tuvo al inicio del embarazo, aquella en que una luz muy fuerte la encandilaba, en la que le parecía estar en un ambiente frío, sobre una mesa metálica...

No comments yet

 
Theme By Arephyz, Modified By: §en§ei Magnu§ and Powered by NEO