LAS FILIGRANAS DE PERDER

agosto 25, 2006

Quise - Colaboración de un seguidor incansable


QUISE
Pablo Estrada

he sido mendigo y un payaso
un poeta una estrella, en junio me haré
una bola y moriré
Allen Ginsberg

Quise ser un vaquero solitario con un cigarrillo apagado en la boca y un enorme sombrero de cowboy blanco como Lucky Luke, acompañado de Lucy Liu en vez de el indio Tonto; poco importaba si cabalgaba por los cañones y las praderas españolas o italianas de un spaghetti western, sólo quería entrar en un lugar con puertas batientes de madera donde no vendieran hamburguesas, pero sirvieran la cerveza en jarro y hubiese un negro (como el de Casablanca) al piano y rubias americanas y morenas chicanas bailando can-can alegremente y de vez en cuando se oyeran disparos fuera y corriera la aterradora expectativa de que algún forajido entrara en busca de duelo.

Quise ser un resistente boxeador peso pluma o mejor paja (¡existe!) o mini-mosca, convertido en la más reciente promesa blanca del ring: la revelación andina; un pugilista ligero como la ropa de las actrices porno, hábil como un manager o un hombre de negocios, con el aguante de un mueble viejo y un uppercut demoledor que resquebrajara la mandíbula de cristal de mis más espigados retadores y derribara alguno antes que me arrinconara contra las cuerdas y me tumbara sobre la lona, que sacara fuerzas de donde no hay como Rocky Balboa y terminara sus días como Jake La Motta: un viejo Toro Salvaje, reparando en su vida frente al espejo de un camerino.

Quise ser un motociclista renegado, una rara mezcla de Bobby Sixkiller o Seis muertos y Peter Fonda siendo el harlista hippie de Easy rider, un seductor circunspecto que dejara una amante quinceañera en cada estación de gasolina o bar de carretera en el que se detuviera; o el protagonista de una road movie, al volante de un Mustang 74 rojo convertible, con una chica fogosa, lista y atrevida –como la que tengo, perdón, la que tenía: una sexy mulata, o una despampanante (¿qué diablos es despampanar?) rubia con labios de silicona y pechos del mismo material o incluso la bella y exótica hija de un rudo militar americano y una exuberante guerrillera vietnamita.

Quise ser el cantante de una banda de Glam Rock de los 80, con largos y abundantes cabellos teñidos de rubio, rouge y rimel en la cara y pendientes de primera dama en las orejas, pantalones ajustados de cuero y botas de piel de serpiente, con compañeros igualmente melenudos y ruidosos, con talante y sin talento, adictos –como yo– al sexo, las drogas y el rock n’ roll; que estuviese en el negocio del espectáculo sólo por diversión, fama y fortuna, que fingiera su propia muerte y le regalara a la prensa un falso cadáver bien parecido (a él) comprado a buen precio en la morgue y que se retirara a disfrutar en la clandestinidad de sus regalías y su éxito de antaño.

Quise ser un escritor que hubiese querido ser un vaquero solitario, un resistente boxeador, un motociclista renegado, el protagonista de una road movie, el cantante de una banda de Glam Rock de los 80, un ramone, en eterno adolescente, la reencarnación de Jim Morrison, un gemelo que perdió a su hermano en la infancia, lo que le causó un severo trauma haciéndole crecer negándose a aceptar la pérdida, a tal punto que en un trastorno disociativo crea una personalidad doble y actúa como su hermano muerto y él mismo simultáneamente, termina desarrollando una sicopatología criminal y asesina a todo el que se atreve a decir que no hay dos sino uno.

Quise ser, pero no soy… ni seré… Y lo digo con los ojos aguados, los puños apretados, la vista fija en una botella de scotch sin destapar que me obsequió mi madre y Throught the rain de Cinderella sonando en el estéreo.

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