LAS FILIGRANAS DE PERDER

febrero 09, 2007

De Principio a Fin - Colaboración de un Náufrago


DE PRINCIPIO A FIN
Pablo Estrada

I

CÓMO TERMINA UN BUEN COMIENZO

No estoy seguro si estaba a punto de quedarme dormido dentro de un microbús durante un embotellamiento o si iba caminando sin rumbo por las calles de esta ciudad cuando llegué a una especie de estúpida conclusión:

Casi todo lo que empieza bien termina mal…
salvo en ocasiones en que lo que empieza mal termina peor.
Lo bueno es que cada vez duele menos…
pero eso no es cierto, sin embargo uno tiene que creérselo…
si quiere seguir adelante o al menos vivo.

Es en esos casos que uno considera el suicidio como una gran opción o se le hace que darse por vencido después de haber estado luchando o siquiera resistiéndose es casi heroico. El caso es que me tocó vivir en carne propia aquella patética irreflexión.

*

Todo comenzó bien. Recibí un correo de alguien a quien lanzo mis mensajes. Me preguntaba si tenía empleo y me comentaba de una posibilidad para la que yo parecía idóneo. ¿Chulo de putas? ¿Recolector de basura? ¿Policía de biblioteca? No. Era para escribir en una revista. Vaya, vaya. Qué oferta, ¿eh? Y era precisamente en un lugar donde había trabajado el año anterior y en el que me había hecho cortar el pelo para poder seguir y a la postre había sido despedido y demás mierdas típicas del sistema laboral. Lo hacía supuestamente como profesor, ahora iba a ser redactor. Algo más acorde. Eso si pasaba las pruebas. Me presenté a ellas y las pasé. Tampoco es que fuera difícil, aunque como siempre estaba muy inseguro de mí mismo, o más exactamente estaba seguro que no lo lograría. Sobre todo porque poco tiempo atrás había llevado la hoja de vida para reintegrarme como profesor sustituyendo al que se había ido, por recomendación de un ex colega que había hecho tal procedimiento, es decir: ya que nos habían despedido en el lugar donde trabajábamos, que a su vez suscribía un contrato que le fue cancelado por incumplimiento con el instituto en cuestión, se presentó por su cuenta, directamente con el instituto y fue contratado y despedido justo cuando ingresé. Que conste que no le corrí la butaca: él era profesor de sistemas. El caso es que me aceptaron sin mayores dificultades, como nuevo redactor de la revista que estaba en proceso de cambio: renovación tanto de imagen como de contenido. Así que de repente había firmado un contrato de prestación de servicios por 3 meses con la posibilidad de renovarlo y mantenerme un buen tiempo y mejorar el salario que era de un millón de pesos (no me pagaban más por no ser profesional, dijeron; habría que hacer algo al respecto) y el horario y la labor era de periodista, o sea que se entraba a las 10 a.m. (qué buena hora, eh) y se salía a las 7 p.m. pero podían llegar las 11 p.m. o incluso al cierre de la edición seguir de largo, lo cual no me molesta demasiado. No me lo podía creer y me reservaba mis dudas: todo resultaba sospechosamente bueno, casi perfecto, ideal. Cuando me dirigía a mi primer día de trabajo, informado que el diseñador y una chica que iba a trabajar con nosotros ya estaban también listos para conformar junto con el otro redactor el nuevo equipo de trabajo, me dije a mí mismo: el otro redactor que sí es periodista parece un tipo aburrido y demasiado serio (y como hacía poco había dicho que ahora sólo me iba a relacionar voluntariamente con quienes fueran como yo y me aceptaran y quisieran como soy, no estaba dispuesto a relacionarme con él más de lo estrictamente necesario), el diseñador debe ser un ñoño de enormes gafas y con esa pinta actual de estúpido descuidado y la chica debe ser una insoportable y desagradable fea que no atrae ni desgracias. Y el jefe ha de ser un cabrón como todos los putos jefes de todos los putos trabajos de todo el puto mundo durante toda la puta historia de la puta humanidad.

Y cuando llego, oh sorpresa. El jefe es un sujeto preparado de verdad, todavía joven, estricto pero aparentemente correcto, no se muestra tacaño y tiene criterio. El periodista que será mi compañero se parece a mucho a mí. Ha estado metido en el mundo de la literatura y de la música, inicialmente con el rock, ahora con el jazz, y por supuesto todo lo que ha sacado de ahí es una enorme nada y montones de recuerdos e historias que contar. Tocó en una banda de metal —Nosferatu— y en una de blues —Isidore Ducasse—, tiene un par de programas en la radio, le gusta beber, es virgo, en fin… El diseñador es el característico bacán de cabello largo y piercings al que en general todo le importa un culo, pero sabe cómo vivir la vida. Está terminando bellas artes y su trabajo tiene que ver con intervenciones urbanas con fotografía y video... Le gusta la música electrónica, las drogas sintéticas y el rock a veces. Se la pasa comiendo avena, le encanta la Coca-Cola y casi no bebe. Y la chica, ¡demonios!, la bendita chica es preciosa, habla francés y usa perfume francés, está terminando relaciones internacionales, tiene unas manos bellísimas, es amable, descomplicada y muy inteligente... El único defecto que tiene es un novio que ella misma considera ñoño (también habría que hacer algo al respecto)… Parecía que por primera vez la vida me estaba retribuyendo algo de lo que me debía...

Pronto tuve mi carné que decía 'prensa' y mi grabadora portátil y un PC en la oficina para mí como dotación en mi propio escritorio. Eso era hermoso... como la compañía de la chica aquella y las historias de mi colega de situaciones en las que habíamos coincidido hace mucho sin conocernos. Mi trabajo consistía, entre otras cosas, en salir a buscar historias de vida de quienes están en el programa del instituto y escribir crónicas y reportajes con énfasis en la temática social que allí hay, que es delincuencia o crimen, drogas y cultura popular como el hip hop por ejemplo, además de eso, establecer relaciones con medios y participar de la creación de un centro de información y del proceso de impresión de la revista… Sonaba bastante bien. Pero antes debíamos empezar con la organización de un evento de lanzamiento del número de la revista que ya estaba. Llegué a involucrarme tanto que por primera vez tenía eso que la gente llama sentido de pertenencia y que no es algo que se imponga, sino que surge por sí mismo como la sinceridad o la lealtad. En fin, que todo iba muy bien...

II

LO SOSPECHÉ DESDE UN PRINCIPIO
(RELATO DE UN NAUFRAGO)

Donde manda capitán no manda marinero
pero cuando el capitán sale a comer
los marineros se toman el barco
y cuando hay naufragio
las ratas son las primeras
que abandonan el barco
y el capitán el que se hunde con él
pero eso no me importa
porque no conozco el mar
y ni siquiera sé nadar.

Desde la primera hasta la última reunión en la que estuvimos los mismos la metamorfosis fue muy kafkaiana. En la primera llegué a temer convertirme en un burócrata. Entonces todo era prometedor y existía el riesgo de permanecer e ir transformándome en uno de esos bichos. Esa vez hubo un tonto incidente con una pizza pedida a domicilio que no fue traída tal cual se ordenó y por tanto fue devuelta. Un gesto que no me gustó, a mis compañeros del grupo tampoco. Hubo más reuniones y más incidentes, ese sólo fue el primero. Y la cosa fue en detrimento. Un día la chica me dio a mí primero la terrible noticia de su partida. Tenía una mejor oferta de trabajo y se marchaba. Eso era una tragedia para mí, pues estar cerca de ella, de quien creía haberme enamorado, era la mejor razón para levantarme cada mañana e ir a trabajar y soportar lo que fuera con tal tenerla ahí, a mi lado, albergando una insensata ilusión que alimentaba como a un pájaro herido que me hubiese encontrado y que de todas maneras muere. Luego ella lo comunicó a los demás y la reacción del director no se hizo esperar: desconoció y descalificó toda la labor que había hecho y a pesar de ello seguiría haciendo. En una reunión le dijo:

—Entonces nos abandonas antes que el barco…

Mi colega le interrumpió y terminó la frase diciendo:

—…naufrague.

El jefe le reconvino diciéndole:

—Usted y sus comentarios salidos de tono… —O algo así y completó la oración como lo tenía planeado: —…antes que el barco llegue a buen puerto.

Con la partida de la chica, me quedaba la compañía de mi socio con quien me entendía bien y bebía bastante. Eso era alentador. Pero también él se marchó. ¡Diablos! Me estaba quedando solo. Y con el otro que restaba había que andarse con cuidado. Había conseguido un contrato por un año como premio a su incondicional compromiso: llegó a trabajar sin remuneración al comienzo. La chica desapareció poco a poco hasta hacerlo definitivamente, dejándome un gran vacío. Y aunque ya me lo temía y me dije como El Chapulín Colorado ante lo evidente: Lo sospeché desde un principio, me negaba a aceptarlo y aún no lo hago del todo. También concluía lo mismo con respecto a mi cese de actividades. En fin. Hubo una reunión más en la que me anunciaron que no se haría más la revista y apenas expirara mi contrato temporal en febrero, volvería al mullido abismo del desempleo. ¡Mierda! Y para colmo de falta de motivación, me demoraron el pago y no me dieron la semana de vacaciones que a los demás sí. Así que allí estaba, los primeros días de enero, caminando –me tocó ir a pie al trabajo porque se me agotaron los recursos y las posibilidades de más préstamos– no hacia ninguna parte como solía hacerlo, sino hacia mi triste final. ¡Vaya, vaya! ¡Y hacía un calor de los mil demonios! Me reconfortaba solo pensando en que si la revista no iba más, después de todo, el barco SÍ había naufragado.

III

AL FINAL NADA ES COMO SIEMPRE

Siempre alguien tiene que ceder
alguien hace el trabajo sucio
alguien paga los platos rotos
es el conejillo de indias
o el chivo expiatorio
se queda mientras los demás se van
sale pero no come papas
siempre alguien tiene que perder
ser el último de la fila
al que nunca le toca
con el que nadie baila…
Y pensar que siempre creí ser nadie
y ahora me doy cuenta que soy alguien
‘ese’ alguien.

Después de todo —una relación de años, una chica por la que hice mi mejor intento, un amigo por quien sentí respeto y en quien confié para nada, uno de tantos grupos de poesía, un empleo que pensé iba a sacarme por fin de la miseria— lo único que tengo entre manos es una gran nada. Eso lo usé para alguno de mis poemas, pero así es. En últimas estoy como antes: en la nada y con nada y las pocas ilusiones que alimenté hoy mueren de hambre. Más de una vez he leído en textos que hablan sobre el proceso creativo en la escritura que si se va a realizar una obra a partir de una emoción o impresión que se ha tenido se debe procurar establecer entre una y otra una prudente distancia que ayuda a su elaboración satisfactoria. ¡Y una mierda! No voy a esperar mil años a envejecer para poder narrar lo que me está sucediendo en este preciso momento y si lo que se produce está ‘viciado’ por la proximidad y el ímpetu de las sensaciones, me importa un soberano ano. Pues que no sea considerado una obra o parte de un proceso creativo, tamizado por la intención estética, y ya. Para mí hoy comienza el conteo regresivo hasta llegar al día 0 que es cuando termine mi contrato y deba irme y regresar a mi nada de siempre, llevando conmigo la misma inexperiencia de las veces anteriores, la misma desilusión que se repite, la misma desgracia inexorable y el mismo infortunio eterno. Por ahora aprovecho el tiempo que me queda en la oficina con un PC e Internet al alcance de las manos para escuchar música y ver videos. Y me preparo para disimular mis sentimientos esa última vez que tenga que salir con el rabo entre las piernas y perderme en esa espesa neblina que no permite vislumbrar camino alguno y que bien supieron denominar los punks ingleses como No Futuro. Sin embargo todavía no puedo cantar victoria y darme por vencido de una vez por todas: en mi vida nunca nada ha sido completo, ni la derrota siquiera y hasta mis fracasos se frustran. Existe una remota posibilidad de seguir con empleo y yo me aferro a ella como un naufrago que no sabe nadar a una tabla que flota: sin mucha convicción.

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