LAS FILIGRANAS DE PERDER

junio 15, 2007

El Huésped - Colaboración desde Lima, Perú


EL HUÉSPED
Juan Benavente

Oprimió dos veces el botón del timbre y luego de una corta espera se abrió la puerta y el silencio salió brutalmente huyendo por la ventana en esa noche oscura y fría.

—¡Hola tío! ¡Cómo estás tiíto!

—Aquí hijito. ¡Muy bien!

—Pase… ¡pase no faltaba más! –llamó ágilmente. —¡Betty! ¡Ven! ¡Adivina quién está aquí! –mientras continuaba con el brazo sobre su tío, cruzándolo de hombro a hombro. Ella salió. Precisó la mirada y…

—¡Tío Florentino! –Con celeridad corrió a sus brazos y casi con lágrimas en los ojos quería demostrar su inmensa alegría.

—¡Qué tal tío! ¡qué sorpresa! –En coro ambos pidieron que se sentara. Hacía mucho tiempo se habían dejado de ver. Ya más calmados, Roberto preguntó:

—¿Qué dice la familia por allá?

—Bueno, todos sin novedad, gracias y ustedes aquí cómo están.

—Bien, muy bien tiiíto.

—¿Los niños?

—Ya están grandecitos. Ahora deben estar en su cuarto.

—Y pensar que sólo los conozco por fotos.

Por un buen rato conversaron animadamente y luego de servirse algunos sorbos de un trago para la ocasión, Betty propuso salir a celebrar el acontecimiento. Convenció a Roberto y ambos se alistaron, y cerciorándose de dejar dormidos a los pequeños, salieron entusiasmados a una cena especial. Roberto, dándosela de gran conocedor, se ubicó como un buen guía y caminó siempre tomando la delantera. Al fin y al cabo, el pariente tenía que llevarse buena impresión y seguro comentaría a su retorno. Luego de haber ingresado a un elegante restaurante, vibraron palabra a palabra, la comida, el vino y las cervezas. Otra vez, Florentino llamó al mozo y otra vez Roberto insistió.

—No tío, estas dos que vienen son mías también. Por favor no se preocupe. Usted es el invitado.

—Gracias hijo, veo que estás bien.

—Bueno tío, se hace lo que se puede. Ahora soy funcionario, tengo una tremenda responsabilidad y como es lógico, algunas gollerías. Usted sabe cómo son esas cosas.

—Ya lo creo hijo. Ya lo creo…

—Bueno, pero como lo tengo todo controlado, no hay problemas. Para eso están mis subordinados, ja, ja, ja…

Su risa provocó la misma en sus ocasionales espectadores, Betty y Florentino.

Finalmente y ante tanta insistencia, Roberto se hizo cargo de toda la cuenta. Sacó su chequera, una tarjeta de crédito. Si hubiera tenido un banco en el bolsillo, seguro también lo sacaba. Todo eso era para mostrar al tío que su sobrino no era un “don nadie” y luego de sacar fajos de billetes del bolsillo de arriba y el de abajo, entonces Betty tomó apresurada tres de ellos al notar la grotesca ridiculez, ya al borde de la necedad más absoluta. Pagó la cuenta con un sonoro “quédate con el cambio”.

—Cómo son las cosas, vine sólo a saludarlos por un momento y…

—¡No tío! Usted se va a mi casa y punto.

Abordaron un taxi, felizmente los niños no se habían despertado; sin embargo cada vez que requerían, encargaban a una vecina, quien solícita acudía.

Betty se encargó de preparar el lugar donde descansaría Florentino, éste al acostarse en medio del torbellino que causa el licor, se sintió tan feliz al tener unos excelentes sobrinos como ellos.

Al siguiente día, el ruido que ocasionaron los niños, despertó a Florentino. Betty preparaba el desayuno y Roberto se duchaba. De inmediato se incorporó y acudió al baño para asearse. Ya daban las nueve mientras esperaba su turno.

—Y tío cómo amaneció.

—Bien ¿y ustedes?

—Bien, aunque con una pesadez, menos mal que hoy es sábado.

Betty complementó el diálogo.

—En cambio a mí, aún la cabeza me hace tum-tum.

Entre conversación y conversación, luego de desayuno y cuando Florentino intentaba despedirse, ella le pidió quedarse hasta el almuerzo y que no lo dejaría sin probar su sazón. Él agradeció y aceptó la invitación, afirmando partir de inmediato por tener que cumplir diversos encargos. El tiempo apremiaba y más por el boleto del avión que señalaba su retorno al interior del país. Durante la espera se puso a escuchar música y hojear algunas revistas. Aprovechando estar solo en ese momento, se encumbró y colocando los dedos de la mano derecha en la quijada, resolvió qué decir al resto, lo buenos que eran sus sobrinos y no como algunos los creían. Él había sido testigo de tanta amabilidad y no iba a aceptar de modo alguno una versión contraria. No iba a permitir más injusticia.

—Muchas gracias… de veras el almuerzo estuvo exquisito – agregó. – Roberto, te has sacado la lotería con Betty.

—Ella se la ha sacado conmigo, que es otra cosa –interrumpió, dándole una gota de gracia al vaivén de la carcajada.

—¡Muchas gracias! Ahora sí, gracias por todo. Han sido muy amables.

Ahora ellos insistían para que se quedara más días.

—Gracias, muchísimas gracias, pero tengo que ir al hotel donde he dejado mis cosas.

Al final se comprometió a regresar para despedirse formalmente. Se dieron la mano, el abrazo. Betty depositó con ternura un beso en la surcada mejilla de su tío Florentino y luego de esa ceremonia y la persistente agitación de las manos, cerraron la puerta. Florentino emprendió su alegre y garboso caminar, cuando se dio cuenta que uno de los patines del pequeño se encontraba en el jardín, expuesto a perderse. Retrocedió, lo tomó haciendo un esfuerzo y antes de dirigirse hacia la puerta, prefirió hacerlo mejor a través de la ventana por estar más a la mano y al intentar tocar el marco, pudo notar a Betty y Roberto que acaloradamente discutían. Al acercarse más a la ventana entreabierta, escuchó con suma claridad.

—¡Ya basta carajo! Tómalo como una inversión, yo tampoco lo soporto, pero el día que nos pidan garante para el carro, ¿quién nos va a dar con seguridad, quién?

El patín quedó solitario al pie de la ventana como un mudo testigo al ver alejarse a un hombre con un dardo en el centro de su corazón, luego de ésta, su única visita.

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