LAS FILIGRANAS DE PERDER

julio 13, 2008

Como una Sombra - Colaboración desde Bogotá, Colombia


COMO UNA SOMBRA
Steve Vélez Rodríguez

Como una sombra caminas por la Hortúa, vas por la primera, llegas a Santa Isabel, es de noche, lo único que te acompaña es una botella de moscatel, te sientas en las bancas de un parque putrefacto donde sólo abunda la inmundicia. Los olores no parecen afectarte, te llevan a la época en que te tapabas con cobijas de cartón y te acostabas en colchones de concreto, en la banda de rock de Ciudad Bolívar, en las veces que vendiste incienso y poesía en los centro comerciales de Bogotá, cuando cantabas en los buses y en uno que otro chucito de comidas rápidas. Todo es un en y un cuando, ¿te acuerdas de aquella secta religiosa que para matarte el deseo, proyectaba producciones pornográficas? Qué locura viejo. Miras a los cerros, andas por la Circunvalar, imaginas que eres un ser laberíntico calidoscópico andrógino, como un camaleón atraviesas los matorrales y se establece en Guadalupe, la estatua está fría, inerme sigilosa de lo que acontece en la cuidad. Virgen de piedra estás sola, sola, porque ignoras la presencia del fantasma, sola sola, maldita palabra ulcerando tu cabeza. Febrero 24 de 2005, cárcel distrital pabellón de mujeres, eras el payaso que reía y hacía reír, qué tristeza, se acaba la función, aplausos, una reclusa se te acerca, su mirada era algo melancólica, extendía su mano para saludarte, mucho gusto Milena, el maquillaje disimulaba tu sonrojés, se veía hermosa a pesar del uniforme, su cabello rubio entrecortado la hacía ver atractiva, decía sentirse sola, excusa perfecta para ir a visitarla como amigo los domingos. Las veces que le preguntaste el motivo de su detención ella se limitaba a responder que entre menos se supiera mejor, que no te hicieras ni la hicieras más prisionera de lo que era, que dolorosa es la verdad, dejaste de ser su amigo para pasar a ser su amante y... sucedió lo que una parte de ti quería que no sucediera, volverse preso de su cuerpo, de sus palabras, de sus caricias, como una prisión para la mente, confusa condena para los sentidos. ¿Cómo escapar? ¿Cómo desprenderse de aquel placer? La idea de estar recluyéndote con Milena te atormentaba. ¿Cómo desencadenarse de su belleza, hay que acobijarse a la razón, acaso la razón te daría libertad? Había que arriesgar, dejaste de frecuentar a Milena, no volviste a saber de ella, de nada sirvió, porque sigues siendo de nuevo prisionero.
Medianoche, la avenida se cubre de neblina, guardas la botella, sales del parque hacia la carrera 30, la luz de la luna te arrastra al sur de la ciudad, la ideas se frenan , se insultan, se apuñalan, se matan. ¿Cuál de estas sobrevivirá? Octava sur, las luces de neón de la avenida Fucha te conectan a una nueva remembranza. Panamericana de Galerias, observas, manoseas algunos libros, la presencia del vigilante te fastidia, buscas la salida, paras la buseta, dos puestos disponibles al lado de la ventana. Interiorizas en medio del himno nacional, cierras los ojos, alguien se sienta a tu lado, trigueña, estatura media, le calculas unos treinta años, buen olor, se quita la chaqueta, tu mente como viajera saborea la tersura de sus pechos. Qué calor, ¿no? ¡Bastante! Caramba no dejas de sonrojarte, le agradas, el sentimiento es mutuo, en medio de la buena conversa y uno que otro chiste la buseta avanza al sur, el tiempo es corto cuando la pasas bien, se despiden en el trancón de Cuidad Montes...
El bullicio de los bares de la Octava sur te vomitan al presente, gotas se estrellan en el pavimento, buscas dónde escampar, estás cansado de caminar, encuentras una construcción en obra negra, vas al fondo, estaá oscuro. Mejor, así nadie te verá, pero la somnolencia te hace devolver por unos cartones. Lo arrancas de los baldosines, regresas a la oscuridad, acomodas los cartones, acostado ríes de tu locura, en casa estarías mejor, como una lechuza viajas con la música de la lluvia a los castillos vampíricos de la calle once sur, llegas a la habitación de bruja, te reprendes por pensar estupideces, aun así debes continuar, con el pensamiento ulcerante, debes oxigenar el pasado y de paso la conciencia. Los párpados están pesados, duermes, golpean la ventana, es Nina. Hace señas para que bajes de la buseta, se abrazan, que bueno es verse así parce, acompañado, querido, entran al conjunto de Torremolinos, en el octavo, en el último piso. Nina va al baño, entre tanto te asomas por la ventana, unos gallinazos devoran con saña a un gato podrido, concentrados en cada picotazo. Nina te ofrece marihuana, quedas aterrado de su frescura, los minutos pasan, desnudos se recuestan, no hay sexo, sólo meditación, desnudos como la luna, como astros que crear una ciudad, ojos encendidos, puertas que se queman en el abismo, silencios, manoseos, sueños, ensimismamientos, se calman los guerreros del corazón. Siguen los días con Nina, sin empleo, sin hogar, sin nada qué hacer. Le ayudas en los oficios de la casa, Nina en sus actividades nocturnas. Qué enredo remover el pasado, es masoquismo, es dolor... en fin.

Cada vez que llegaba en la madrugada le tenias servida la comida, lavabas sus pies, escuchabas sus anécdotas de cómo lo hacía tal cliente, qué poses le hacía al otro, poco a poco esas historias te fueron envenenando, permitiste al corazón que Nina entrara, olvidaste las palabras del maestro, gozar sin amar, no enamorarse, pero ¿cómo gobernar sobre los sentidos? Era tarde. Ya la estabas amando, nueve meses de placer y de infierno, meses en los que aguantabas sus borracheras, trasnochadas, preocupaciones, de si iba a llegar o no, síntomas de enamoramiento maldito y placebo sadomasoquismo, decisión dura la que tendrías que tomar, febrero 1 de 2004, ultimo día quizás de estar con Nina.

La cena bien caliente, qué linda y perfumada se veía Nina aquel día, día de su descanso. Fuiste especial con ella, de compras los dos por Bulevar, como una pareja de novios en el que inconscientemente disciernen el desastre. Caía la noche de nuevo en Torremolinos, lavaste sus pies ,masajeaste su cuerpo, hiciste el amor con ella, qué divina se ve la piel embalsamada, la última noche de placer, antes no lo habías hecho, qué final tan tormentoso. Al día siguiente a eso de las tres de la tarde Nina se va a su oficio habitual, le escribes una carta de despedida, es el momento de despertar la fortaleza del espíritu, maldita carta que te lleva a la condenación y no a la libertad esperada. Dolor, dolor, dolor. Dejas las llaves para no entrar en arrepentimientos, ¿no volverás a ver a Nina? En los laberintos de Escher, despiertas. ¿Será que es hora de regresar, de atomizar la metemsicosis , de que el demonio busque la redención? Sigue lloviendo, ¿estará en el apartamento? Buscas una cabina telefónica, marcas, Nina te contesta.

—Sé que estás ahí, háblame, sé que eres tú —no hablas, sólo escuchas su voz, cuelgas, las lágrimas se mezclan con la lluvia, otro día llamaras, sí, quizás otro día.

Quizás otro día en la Octava sur. Y mientras llega esa mañana, en otra zona de la ciudad, delfines de cristal, con el dulce sonido de Vangelis iluminan al ángel de San Juan de Dios.

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