LAS FILIGRANAS DE PERDER

julio 13, 2008

Sensación de Alivio - Colaboración desde Colombia


SENSACIÓN DE ALIVIO
Pablo Estrada

Cuando era chico y me meaba en la cama habitualmente tenía sueños húmedos, no de esos sexuales con poluciones involuntarias, sino auténticos sueños con agua que me regaba como lluvia o en la que me sumergía. Dentro del sueño, cuando esto ocurría, tenía una sensación de alivio que rápidamente se replegaba con la súbita invasión de la conciencia en el territorio onírico que encendía la alarma al indicarme a qué se debía mi alivio: me acaba de orinar.

Tiempo después esto se ha trasladado a la realidad.

Debido a la sanción policiva de 24 horas de arresto en escrupuloso apego a la norma que prohíbe hacer pis en la vía pública, como flagrante coerción de la sana costumbre de atender al llamado de la naturaleza y pese a la escasez de baños públicos, cada vez que por ése u otro motivo debo aguantarme las ganas de mear, al hallar donde verter mis aguas menores, tengo la más agradable sensación de alivio que pueda experimentarse.

Imagino que algo así sentirán los yonquis con el chute después del síndrome de abstinencia. O tal vez no.

Es como cuando llevas un largo y obligado celibato, evitando a la vez toda actividad onanista, y encuentras una mano amiga de alguna generosa señorita que cobra poco o nada…

Luego de la ruptura con mi novia, tras una interrumpida e inconstante relación de más de un lustro, que en todo caso fue traumática para mí, hubo un momento en que respiré un reconfortante aire de libertad: ahora podía fijarme en cualquier chica sin la limitación de mantener una estúpida fidelidad virtual a nadie.

Era como abrir la puerta que conduce a un pasillo al final del cual hay un mingitorio que se antoja más sublime que el de Marcel Duchamp después de haber contenido una meada por horas.

Sin embrago, al paso del tiempo, sin que ninguna relación nueva floreciera y el sexo comenzara a escasear, me sentí como si hubiera quedado atrapado en aquel pasillo con un puto urinario al final.

Igual, uno se acostumbra a lo que sea, al parecer. Nada más hay que pensar en qué es la celda de una cárcel sino un lugar más estrecho que un pasillo con reja en vez de puerta y un retrete al final, cuando hay retrete… ¡Ah, claro, y una litera donde te sodomiza un negro encerrado por estupro!...

A mi pasillo ready-made –con orinal al final– de no tener una relación de pareja me he ido acostumbrando. En todo caso, sigo siendo susceptible a la sensación de alivio y ya que en los últimos tiempos mi soledad se ha acrecentado gracias a la constante pérdida de amistades, no deja de ser el lado amable desde el cual ver todo el asunto saber que muchas de las veces que se ha clausurado mi relación peligrosamente amistosa con alguien siento, igual que cuando decidí cortar mi melena, como si me hubiera quitado un peso de encima.

Y, la verdad, es grato andar por ahí sin cargas que no te pertenecen, no ser el botones de nadie, y con una provisión de monedas con las cuales pagar un servicio de baño en caso de que tengas ganas de mear.

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