julio 13, 2008
La Profesora de Literatura Francesa
LA PROFESORA DE LITERATURA FRANCESA
Paola Nieto
Paola Nieto
Ella me dijo; el amor es presente... me senté varias horas a reírme.... Un minuto después de pasar aquellas horas tan emotivas salta el llanto sobre mi rostro ingenuo...
—Tendré que salir a las cuatro al aeropuerto, el vuelo es a las siete —no me dijo más.
Sus labios estaban tan secos que mi piel se trastornaba levemente y mis sentidos se helaban.
Pasaron así varios días. No los conté pues las mañanas se volvían noche tan lentas que preferí dormir seguidamente. Esperaba verla algún día, eso sí lo tenía claro. Tocar sus labios y dibujar con mis dedos corazones en sus mejillas.
La "apnea del sueño" apareció y entonces era cuando entre mis sueños ella se anunciaba juvenil y romántica. La profesora de literatura francesa me gritaba cosas y ya no sabía si eso era bueno o malo. Al fin y al cabo ella no estaba sino en mis sueños, cosa que no me atormentaba tanto, quizá por eso dormía en exceso.
Una mañana cualquiera la llamé, tomé el teléfono con tanta rigidez que mis carpos se estremecieron al punto de sentirme parte de la bocina.
—Hola, había querido llamarte antes pero el tiempo pasa muy rápido y la verdad las ocupaciones nunca faltan —ella se quedó en silencio, podía sentir el aire que pasaba por su rostro y la presión a la que la sometía. —¿Has pensado en mí? —de pronto sentí fisiológicamente una ruptura entre mi yo exterior y ese que sólo surge cuando ella me habla así.
—No —respondí nada más, colgué apresuradamente.
Dos días después Ana llegó mi puerta.
—La llamé.
—¿Qué te dijo?
—Sólo que si la había pensado... No puedo más con esto, se me mueve todo con su voz.
—Elimínala del correo, es justo para ti.
Me la pasaba todos los días con el portátil dando vueltas por la casa, esperando a que el ruidito del correo instantáneo mostrara la llegada de ella y que pudiésemos tan solo charlar.
A veces creo que me la inventé, era tan perfecta, tan sutil, suave, apática, seca y fugaz que en medio de mis destiladas rutinas intelectuales llegaba a la conclusión de que los besos se dieron entre mi deseo y mi alma. Que las noches a su lado fueron pesadillas, así resolvía todo; con estos problemas psicológicos ya nada se sabe.
Por fin salí a la calle después de varias noches. El frío penetró lo más profundo de mi chaqueta y sentí deseos de un abrazo. Ya no puedo ni salir a mercar —pensaba mientras hacías las rutinarias compras en el Carulla de la esquina.
De vuelta a casa corrí sobre el asfalto con los huevos en una bolsa y la leche en otra; todo se fue al suelo y mis rodillas amortiguaron el golpe. Un hombre de avanzada edad se acercó para ayudarme:
—Corre usted el riesgo de acabar con su presente, señorita.
Me quedé en el suelo meditando sobre esa maldita palabra que me hacía tanto daño. Ella me había hablado de ese tal presente que yo había comprendido tan suspicazmente, habíamos jugado a sentir desde esa cosa y yo me había quedado en esa noche de rosas y velas en mi apartamento.
—Tendré que salir a las cuatro al aeropuerto, el vuelo es a las siete —no me dijo más.
Sus labios estaban tan secos que mi piel se trastornaba levemente y mis sentidos se helaban.
Pasaron así varios días. No los conté pues las mañanas se volvían noche tan lentas que preferí dormir seguidamente. Esperaba verla algún día, eso sí lo tenía claro. Tocar sus labios y dibujar con mis dedos corazones en sus mejillas.
La "apnea del sueño" apareció y entonces era cuando entre mis sueños ella se anunciaba juvenil y romántica. La profesora de literatura francesa me gritaba cosas y ya no sabía si eso era bueno o malo. Al fin y al cabo ella no estaba sino en mis sueños, cosa que no me atormentaba tanto, quizá por eso dormía en exceso.
Una mañana cualquiera la llamé, tomé el teléfono con tanta rigidez que mis carpos se estremecieron al punto de sentirme parte de la bocina.
—Hola, había querido llamarte antes pero el tiempo pasa muy rápido y la verdad las ocupaciones nunca faltan —ella se quedó en silencio, podía sentir el aire que pasaba por su rostro y la presión a la que la sometía. —¿Has pensado en mí? —de pronto sentí fisiológicamente una ruptura entre mi yo exterior y ese que sólo surge cuando ella me habla así.
—No —respondí nada más, colgué apresuradamente.
Dos días después Ana llegó mi puerta.
—La llamé.
—¿Qué te dijo?
—Sólo que si la había pensado... No puedo más con esto, se me mueve todo con su voz.
—Elimínala del correo, es justo para ti.
Me la pasaba todos los días con el portátil dando vueltas por la casa, esperando a que el ruidito del correo instantáneo mostrara la llegada de ella y que pudiésemos tan solo charlar.
A veces creo que me la inventé, era tan perfecta, tan sutil, suave, apática, seca y fugaz que en medio de mis destiladas rutinas intelectuales llegaba a la conclusión de que los besos se dieron entre mi deseo y mi alma. Que las noches a su lado fueron pesadillas, así resolvía todo; con estos problemas psicológicos ya nada se sabe.
Por fin salí a la calle después de varias noches. El frío penetró lo más profundo de mi chaqueta y sentí deseos de un abrazo. Ya no puedo ni salir a mercar —pensaba mientras hacías las rutinarias compras en el Carulla de la esquina.
De vuelta a casa corrí sobre el asfalto con los huevos en una bolsa y la leche en otra; todo se fue al suelo y mis rodillas amortiguaron el golpe. Un hombre de avanzada edad se acercó para ayudarme:
—Corre usted el riesgo de acabar con su presente, señorita.
Me quedé en el suelo meditando sobre esa maldita palabra que me hacía tanto daño. Ella me había hablado de ese tal presente que yo había comprendido tan suspicazmente, habíamos jugado a sentir desde esa cosa y yo me había quedado en esa noche de rosas y velas en mi apartamento.
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