septiembre 03, 2007
Amor Profundo - Colaboración desde España
AMOR PROFUNDO
Senén Rodriguez Perini
Senén Rodriguez Perini
“Nunca querré a nadie más, y vos lo sabes bien”, dijo despacito mientras acariciaba suavemente el brazo femenino desde el hombro a la mano en un movimiento pendular, jugueteando con la alianza de oro y brillantes.
“Para siempre es para siempre, mi amor”, le susurró en el mismo tono mientras besando la cabeza apoyada en su hombro apretaba la cintura pequeña y sensual, atrayendo para sí el cuerpo deseado.
“Nuestro amor es eterno”, confesó, y mantuvo unos minutos la mirada perdida en el horizonte, por sobre la cabeza de largos cabellos rubios, viendo la inmensa luna en el cielo despejado y cómo su luz plateada se reflejaba en el mar calmo. A esa hora de la madrugada no había nadie en las cercanías, eso daba una especial intimidad al momento.
“Ya es hora, mi amor” dijo por fin con un suspiro, y agachándose ordenó las piedras en el gran saco de lona gruesa donde estaban las piernas. Con gran paciencia y dulzura acomodó dentro el cuerpo, los brazos y la cabeza, cerró fuertemente el saco empujándolo sobre el borde del muelle. Luego de una brevísima espera, sintió el ruido del bulto al caer al mar y hundirse.
“No estarás sola, mi vida, tu amante te espera en el fondo desde ayer”, anunció en el mismo tono, y comenzó a caminar hacia el auto. “Va a ser una madrugada fría”, pensó.
“Para siempre es para siempre, mi amor”, le susurró en el mismo tono mientras besando la cabeza apoyada en su hombro apretaba la cintura pequeña y sensual, atrayendo para sí el cuerpo deseado.
“Nuestro amor es eterno”, confesó, y mantuvo unos minutos la mirada perdida en el horizonte, por sobre la cabeza de largos cabellos rubios, viendo la inmensa luna en el cielo despejado y cómo su luz plateada se reflejaba en el mar calmo. A esa hora de la madrugada no había nadie en las cercanías, eso daba una especial intimidad al momento.
“Ya es hora, mi amor” dijo por fin con un suspiro, y agachándose ordenó las piedras en el gran saco de lona gruesa donde estaban las piernas. Con gran paciencia y dulzura acomodó dentro el cuerpo, los brazos y la cabeza, cerró fuertemente el saco empujándolo sobre el borde del muelle. Luego de una brevísima espera, sintió el ruido del bulto al caer al mar y hundirse.
“No estarás sola, mi vida, tu amante te espera en el fondo desde ayer”, anunció en el mismo tono, y comenzó a caminar hacia el auto. “Va a ser una madrugada fría”, pensó.
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