LAS FILIGRANAS DE PERDER

septiembre 04, 2007

El Juramento - Colaboración desde Chile


EL JURAMENTO
Loreto Silva

En recuerdo de Viviana, desaparecida en Isla Negra, el verano de 1976.

Juan Carlos estaba sentado sobre una roca en medio del oleaje que lo salpicaba, encogido, aterido, desde su posición privilegiada veía cómo los buzos hacían el despliegue táctico para encontrar el cadáver de su amiga. Con el borde de su parka se enjugó la cara secándose el agua salada y las lagrimas que corrían insistentemente por su rostro. Ese día se cumplían los ocho días legales de búsqueda, si no la encontraban sería una más de los tantos desaparecidos, tragados por las poderosas corrientes submarinas de Isla Negra. La gente observaba desde el borde de la playa, pero ¿qué playa?, si eso era un roquerío, apenas había un mínimo espacio de arena antes de las rocas adentradas en el mar “playa” que usaban para sentarse a tocar guitarra, que era justamente lo que habían realizado esa noche fatídica.

Corría el verano de 1976, caminaban por la avenida principal cuando vieron a las dos rubias, se presentaron y gracias a que su hermano era un ameno conversador con experiencia como guía turístico, simpatizaron inmediatamente. Ellas deseaban visitar la casa de Neruda, que aunque cerrada se podía ver desde fuera apreciándose su forma artísticamente desestructurada, sus jardines, el bote que tenía anclado en tierra y todo eso. Las citadinas desenvueltas para su edad y muy risueñas aceptaron gratamente estos guías gratuitos. A Juan Carlos le agradó inmediatamente la menor: Viviana, delgada, ojos color miel, no parecía ser demasiado brillante porque cuando le preguntó por las notas en el colegio puso una cara implorante de ¡Uff! cambia de tema, que le hizo mucha gracia, era lo mismo que habría respondido si alguien le hubiese consultado por ello.

Él tenía dieciséis años, uno más que ella. Se veía muy niña, tenía la piel tostada por el sol y llevaba un coqueto sombrerito blanco; pese a él entrecerraba los ojos para mirar, pues la luminosidad solar la afectaba. Su prima Natalia tenía diecisiete y se entretuvo sin problemas con el simpático y locuaz hermano menor. Aprovechando el día tan hermoso, pasearon juntos durante toda la tarde. Cuando se despidieron él les avisó:

—Vamos a reunirnos hoy por la noche, nos juntamos a las once en la playa frente a la casa del vate.

—¿Qué hacen? —preguntaron, a lo que él se apresuró a contestar:

—Nos reunimos a tocar guitarra y conversar en torno a una fogata

—¡Pero hay toque de queda! ¿Cómo es posible que puedan salir y hacer una fogata? —intervino Viviana.

—Esto es un caserío, aquí toda la gente se conoce, las autoridades más cercanas están en San Antonio, estamos hablando de unos 25 minutos en auto, no tenemos teléfonos ni oficinas de Gobernación Marítima ni Carabineros, y si viene alguien apagamos la fogata y no nos ven. Así que no hay problema.

Viviana solía pasar las vacaciones con sus parientes, su madre era viuda y debía trabajar duro para mantenerla. Con su prima tenían una muy buena relación y su parecido físico hacía que pasaran por hermanas. Sus tíos la querían y trataban como a otra hija, y la llevaban a todos los paseos.

Cuando las chicas regresaron a casa, Viviana pidió permiso para ir a la playa en la noche. Su tío se negó de plano.

—Bajo ningún punto de vista.

—Papá nos invitaron a tocar guitarra a la playa y los chicos dicen que aquí el toque de queda no corre.

—No me importa que aquí se aplique o no, el hecho concreto es que Chile está bajo toque de queda y no las voy a exponer a que les den un balazo por estar guitarreando por la noche.

—¡Tío por favor! —rogó Viviana, que veía escaparse la posibilidad de ver nuevamente a Juan Carlos.

—¡Ay papá! Toda la vida eres tan mañoso, no nos dejas hacer nada —completó Natalia, que no se acostumbraba a ser contradecida.

—Sí, y gracias a que soy mañoso y estricto están de una pieza, en un buen colegio y educándose como Dios manda.

—¡Oh demonios! Es imposible hablar contigo —dijo airadamente, corriendo escaleras arriba hacia su dormitorio y dando un portazo que retumbó en toda la casa. Acostumbraba a hacer ese escándalo cuando en su calidad de hija única su padre no la consentía. Ni hablar de su madre, que había presenciado toda la escena en el más absoluto silencio. Ella y su esposo siempre eran una pared granítica contra la cual chocaban todas sus mañas.

Sin darle mayor importancia al berrinche, la tía sirvió la cena para los cuatro. Natalia no bajó a cenar.

—Tío, ¿le aviso que está servido? —preguntó Viviana.

—No cariño, ella sabe a qué hora se cena en esta casa.

Conversaron agradablemente hasta llegar al postre. Natalia no bajó. Viviana sentía pena, ambas traían mucha hambre y su prima no alcanzó a comer. Consultó lo más convincente posible:

—Tío, ¿puedo llevarle el postre? —, pero no le resultó.

—No mi amor, si ella quiere postre, que baje a cenar.

Viviana los besó en las mejillas y les dio las buenas noches, lamentando que el día tan bonito terminara de ese modo.

Llegó lánguida al dormitorio cerrado. Cuando se acercó para golpear la puerta, ésta se abrió rápidamente y de un tirón Natalia la metió al dormitorio hablándole en susurros.

—Quédate callada y escúchame —la estaba esperando con las camas preparadas, abiertas y con cojines puestos de forma tal que parecía que estaban durmiendo.

—Flaquita, ¿qué estás haciendo? —Natalia cerró las camas y con una sonrisa triunfal le espetó:

—¿No querías ir a la fogata? —Viviana era fácil de convencer por su prima.

—¿Vamos a ir sin permiso de mi tío? —Natalia la miró como a un bicho raro.

—¡Obvio! No seas tonta, ven acá, abriguémonos bien, afuera está húmedo y heladísimo.

—¡Ay! me da lata sacarme el traje de baño, hace tanto frío.

—El problema es tuyo, es de una pieza, si quieres hacer pipí no sé cómo te las vas a arreglar.

—Oye, pero ¿cómo vamos a hacer para salir sin que nos vean?

—¡Ah!, tenemos que hacer un show primero, rétame, vamos, rétame bien fuerte por mi falta de sensatez.

Viviana comenzó a sermonearla subiendo el tono de a poco.

—¿Cómo es posible que tomes esa actitud? Lo hacen por cuidarnos.

—¿Cómo es posible que sea tan estricto? ¡Nos trata como si fuésemos niñitas!

—Es que vivimos en Santiago y los riesgos allá no son los mismos de acá, no le puedes pedir que cambie su manera de pensar en cinco minutos.

—¡Tú misma lo has dicho, no estamos en Santiago sino en un pueblucho donde no hay ni pacos!

—¿No será que estás idiota porque tienes hambre? Mejor baja a cenar y ya verás, mañana será otro día.

Siguieron así durante un rato a gritos destemplados, simplemente para hacerse oír en el resto de la casa. Después de concluir el pequeño escándalo se quedaron en silencio y ¡sorpresa! Algo en que Viviana no había reparado, pero que no había sido pasado por alto por su vivaracha prima, era la ubicación de la ventana del baño, muy cerca del cerro.

La cabaña que sus tíos habían arrendado estaba frente al mar y enclavada en la ladera, entonces era cosa de sacar el cuerpo por la ventana, agarrarse del arbusto más cercano y dejarse caer cómodamente de trasero, resbalando hasta el plano. Natalia, más voluminosa y aparentemente menos flexible, dio el ejemplo. Después de eso Viviana se envalentonó. Una vez que estuvo en tierra firme inquirió: “¿Cómo haremos después para entrar?”.

—Igual, escalamos por la maleza, nos metemos en el baño por la ventana y caemos dentro de la tina; por eso le puse ropa de cama adentro, para que esté blandito y no meter bulla.

—Tienes todo pensado.

—No es la primera vez que me escapo.

—Yo sí, es la primera vez.

—Vamos a ver a nuestros galanes, especialmente a Juan Carlos que te tiene loquita.

Viviana y Juan Carlos se atrajeron desde el comienzo y ahora al oírlo tocando la guitarra sentía más interés por él, se emocionó, no pensó que cantara tan bonito, se dio maña para sentarse a su lado. Después de un rato largo de canturreo él le paso la guitarra a su hermano.

Juan Carlos ahora la abrazó y siguieron cantando todas esas canciones románticas de los 60 y 70. Entremedio caía un beso como al descuido.

El mar furioso seguía embraveciendo, pero en esas circunstancias de sana diversión e inicios de romances veraniegos, ¿quién prestaría atención a esto? De pronto, una ola gigantesca e intempestiva los sorprendió de lleno apagándoles la fogata, el agua encolerizada capturó a todos por entremedio de las piedras llevándoselos al mar. Luego vino otra ola tan fuerte como la anterior que los devolvió a la playa y se recogió tan suavemente como si sólo les hubiera dado una lección y les indicara que no se debía salir con toque de queda y menos aún sin permiso.

Sin fogata quedaron en la oscuridad más absoluta y el griterío era impresionante. Juan Carlos hizo gala de su liderazgo natural y a gritos logró ordenarlos lo suficiente.

—¡Cállense todos! ¡Vamos a revisar si falta alguien!

Y en efecto, alguien faltaba. Natalia gritó:

—¡No encuentro a Viviana! ¿Está contigo? —Juan Carlos palideció.

—¡Nos soltamos cuando nos tomó la ola! ¿Con quién estabas tú? ¿Con quién más?

—¡Sólo con Viviana, sólo ella vino conmigo!

—¿Se habrá ido para la casa a cambiar ropa?

—¡No, imposible! No sabe entrar en la casa sin mi ayuda, siempre estamos juntas.

Pusieron atención a los sonidos de la noche, escuchando gritos de auxilio apenas perceptibles por sobre el ruido del mar bravío. Quedaron petrificados ¿Qué podían hacer? ¿Lanzarse al mar? ¡Era un suicidio! Al contrario del día precioso, la luna ausente hacía de la noche una boca de lobo.

—¿Y si fuésemos a buscar ayuda?

—¿Pero a quién? No tenemos buzos, ni rescatistas, ni Carabineros, este lugar está a campo abierto ¿Y si los hubiese? ¿Creen que se lanzarían al mar?

Cuando lograron tranquilizarse lo mínimo necesario, partieron todos a casa de Natalia a avisarle a sus padres lo ocurrido. Ellos, actuando con una fortaleza impresionante y sin decir nada, se abrigaron, tomaron una linterna y partieron inmediatamente detrás de Juan Carlos a la playa a escuchar el ruido de la marejada. Después de un tiempo el tío dijo a su esposa y a Juan Carlos.

—¿Se atreven a ir a San Antonio? —ambos asintieron—. Pasen a la casa, saquen un paño blanco grande y pónganlo en un palo y lo llevan fuera del auto, como enarbolando una bandera —mirando a su esposa indicó: —Conduce tranquila y estén atentos a cualquiera que intente detenerlos, vayan a lo primero que encuentren, Gobernación Marítima o Carabineros y den aviso, nosotros esperamos aquí.

La madre de Natalia y Juan Carlos partieron corriendo. A la hora regresaron con una camioneta de la Gobernación Marítima, tenía unos reflectores potentísimos con los que auscultaban palmo a palmo la playa, el roquerío y las aguas, pero el mar rugiente sólo dejaba ver su espuma y su oleaje.

Velaron toda la noche, se habían reunido las familias de todos los jóvenes y habían iniciado una cadena de oración por esa muchacha desconocida, otra presa que había cobrado el mar.

Los padres de Natalia partieron a San Antonio con las primeras luces del alba para formalizar la denuncia y avisar a la madre de Viviana. Con la llegada formal de la gente de la Gobernación Marítima se organizó la búsqueda legal. Ese día el Oficial a cargo habló con los tíos haciéndoles ver que los milagros no eran frecuentes en ese sector, la esperanza de encontrarla con vida era mínima, la joven pudiese no responder quizás porque estaba inconsciente entre las rocas o el mar la podría haber botado en otra playa más lejana. Pero su deber era informarles que dadas las condiciones del siniestro y marítimas, lo más probable era que hubiese muerto.

La barcaza a cargo de las operaciones no se podía acercar más a la playa sin el riesgo de escorar. Los buzos de la Gobernación Marítima y los mariscadores revisaron cientos de metros a la redonda, las corrientes marinas indicaban claramente dónde estaría la joven. Jugaban contra el tiempo, el clima no estaba a favor, las marejadas se mantuvieron y aunque los buzos se anclaban entre ellos era imposible realizar una búsqueda eficiente sin el riesgo de morir azotado contra una roca. El precio era muy alto para rescatar un cadáver. Por su parte todos los miembros del caserío hicieron un exhaustivo recorrido por todas las playas del sector: sin resultados.

Cada fin de día el Oficial a cargo hablaba con los familiares, pero ese octavo día lo hizo a primera hora y se dirigió específicamente a la madre, en forma profesional y lapidaria.

—Señora, después de infructuosas y arriesgadas operaciones, usted ha tenido tiempo de asumir que su hija falleció. Hoy lamentablemente debo informarle que lo que estamos buscando no es un cadáver sino los restos. Es duro lo que voy a decirle, pero el cuerpo, de encontrarse, estará golpeado contra las rocas, hinchado, deforme y presa de depredadores.

La madre, sus tíos y prima, permanecían ahí todavía en la playa esperando un milagro que no ocurrió. Terminado el plazo de búsqueda legal, la Gobernación Marítima se retiró y la declararon desaparecida oficialmente. Ante la ausencia del cadáver, ella sería declarada legalmente muerta sólo cinco años más tarde.

Un buzo profesional pagado por la familia, continuó buscando. Dos meses después encontró el resto de un traje de baño rojo que Natalia reconoció. Aparentemente, ese traje de baño era lo único que recuperarían del mar.

Hasta el término del proceso, Juan Carlos seguía sentado en la roca, flaco, demacrado, sentía la impotencia de no poder hacer algo para darle a su amiga una sepultura cristiana y tranquilidad a la madre. Decidió que él se iba a convertir en buzo, no en cualquier buzo ¡en el mejor buzo! Y rescataría gratuitamente los cadáveres de las personas que desaparecieran en el mar. Con este juramento en su corazón pudo superar la pena de perder a su incipiente amiga, pararse y continuar su vida.

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